En recuerdo de José María León Acha

Culto, inteligente, bien preparado y, sobre todo, buena persona. Transmitía bondad y, con su franca sonrisa de moceton alto y un tanto desgarbado, cautivaba. Siempre tenía una palabra amable. Se reia mucho, cuando en alguna crónica periodística, hacía referencia a él o a alguno de sus compañeros, con el apelativo de "fontaneros de Añastro". "¡No sabes tú bien las cañerías que tenemos que desatascar!", solía decirme entre risas.

Pero hay formas y formas de desatascar. En Añastro, hay fontaneros que murmuran, enredan, hacen lobby y, sobre todo, inciensan al presidente y a los obispos miembros de las comisiones respectivas. Para conservar su puesto y situarse al menos en las ternas episcopables. Son los trepas. A algunos se les nota tanto que, con el paso del tiempo, sus cabezas y sus caras se tornan mitras. Parece que la llevan pintada.
José María paso toda su vida a pié de obra, sin aspirar nunca a nada. Ni siquiera en los mejores tiempos del "clan de Guadalajara", una acuñación periodística, que también le hacía mucha gracia. Era la época en la que Sánchez, obispo de Sigüenza-Guadalajara, mandaba en Añastro, rodeado de unos cuantos curas suyos. Desde Asenjo a Eduardo García Parrilla, pasando por Jesús de las Heras y el propio José María León Acha.
Cercano y cariñoso, nunca escapaba de los periodistas y siempre mantuvo con nosotros un trato sumamente cordial, afable y, hasta, cariñoso. En plan paternalista y con su tipica sorna de cura bragado y entregado sólía decirnos: "¡No les zurréis mucho a los obispos que, en el fondo, son buenos!".
Recuerdo con cariño a un gran sacerdote. De los que consumen su vida por el mayor bien de la causa del Evangelio. Y, como él, hay muchos. Aunque, como él, hagan poco ruido y no consigan salir casi nunca en los titulares. José María, ruega por nosotros desde la vera del Padre.
José Manuel Vidal