Es que van provocando, dice el obispo

Ya era hora de que alguien lo dijera en voz alta: es que van provocando. Los menores con esos pantaloncitos cortos y las menores con esas falditas plisadas. Se agachan a recoger una pelota y claro, pasa lo que pasa. Bernardo Alvárez, obispo de Tenerife, asegura que a veces es difícil reprimirse ante los contoneos de un niño de trece años. Para un cura más, por lo visto. Así se explican los miles de casos de pederastia certificados en el seno de la Iglesia Católica.

Por esa regla de tres, la culpa del hachazo que se llevó en la cabeza es toda de José Luis Moreno, que va por ahí exhibiendo su riqueza: a quién se le ocurre vivir en un chalé de lujo en las afueras. Y el tipo que se tapiñó un tigre en San Francisco también: no es de recibo ir a un zoológico enseñando los mondongos a un pobre carnívoro, una criatura del Señor al fin y al cabo. Dios nos hizo como nos hizo y las víctimas deberían saber a qué atenerse ante estos depredadores con sotana que gastan un hambre atrasada de carnívoro y una moral de albanokosovares. Según el obispo de Tenerife, un niño violado sólo es un cacho de carne fresca que, además, lo está deseando.

Las declaraciones del colega son demasiado ridículas como para tomárselas en serio y demasiado bestias como para tomárselas a broma. El obispo remata la faena comparando homosexuales y pederastas, y citando un diccionario de psiquiatría donde, según él, la homosexualidad es sólo «una enfermedad, una carencia, una deformación de la naturaleza propia del ser humano».

Este hombre habla porque tiene boca: lo malo es que se sube a un púlpito para soltar semejantes memeces, embutido en casulla de once varas. Por las mismas nos dirá que la teoría de Darwin es un cuento chino y que el hombre no desciende del mono, cuando está claro que, con declaraciones como éstas, hasta un orangután no muy espabilado podría darle clases de ética. Con un cerebro atascado en el fango del Concilio de Trento y unas nociones de historia natural escritas en las piedras de Stonehenge, la Iglesia católica vuelve a las andadas.

A estas alturas del tercer milenio, resulta descorazonador que, a la hora de elegir, los progenitores tengamos que hacerlo entre algo tan grotesco como Educación para la Ciudadanía y una imbecilidad tan flagrante y montaraz como la que ha eructado este buen hombre que lleva solideo sólo para que no se le resfríe la sesera. Que no haya un término medio, científico y pedagógico, donde poder criar a nuestros niños para que no salgan baldados de por vida.

En cualquier caso, a este hombre y a tantos como él, disfrazados con el barniz teológico, habría que darles bromuro, no vaya a ser que los niños se acerquen demasiado y le provoquen. No por nada en el belén hay burros y vacas, ángeles y camellos, pero ni una sola sotana.

David Torres (El Mundo)
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