"Que nunca olvide al leproso que fui" Líbrame, Señor, de la arrogancia de ser justo

"El único de aquellos diez leprosos que, al verse curado, vuelve junto a Jesús para darle gracias, también él es un extranjero, un hereje, un despreciable samaritano"
"Lo que nos separa de esos leprosos, nos separa también de la gratitud, del asombro, de la hondura de la vida, de la verdad de la vida"
"Señor, si la arrogancia devora mi alma, déjame caer, déjame caer tan hondo que la oscuridad y el frío me devuelvan la memoria de lo que tú eres para mí"
"Señor, si la arrogancia devora mi alma, déjame caer, déjame caer tan hondo que la oscuridad y el frío me devuelvan la memoria de lo que tú eres para mí"
Jesús lo dijo así: “Muchas viudas había en Israel en los días de Elías… sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán el sirio”.
Y en la parábola de respuesta a la pregunta: “quién es mi prójimo”, el único que lo fue de aquel pobre hombre, a quien los bandidos habían abandonado medio muerto al borde del camino, era un hereje samaritano, un despreciable samaritano, un extranjero samaritano…
Y el único de aquellos diez leprosos que, al verse curado, vuelve junto a Jesús para darle gracias, también él es un extranjero, un hereje, un despreciable samaritano.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME

La soberbia, o puede que sólo la ignorancia, nos hace olvidar que todos nosotros somos “leprosos que han sido curados”, que todos nacimos “extranjeros y advenedizos”, y que sólo el amor y la gracia han hecho de nosotros “conciudadanos de los santos y familia de Dios”.
Y porque olvidamos lo que hemos recibido, no volvemos junto a Jesús para darle gracias… No volvemos… Simplemente nos dedicamos a despreciar a los que aún consideramos “leprosos” -peligrosos, contagiosos, amenazantes-, a los que no son como nosotros, a los que no son de los nuestros…
Y no caemos en la cuenta de lo obvio: lo que nos separa de esos leprosos, nos separa también de Dios.
Lo que nos separa de esos leprosos, nos separa también de la gratitud, del asombro, de la hondura de la vida, de la verdad de la vida.
Lo que nos separa de esos leprosos, hará imposible en nuestro corazón y en nuestros labios, el cántico nuevo, el grito de alegría de los que han sido purificados: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas… el Señor se acordó de su misericordia y de su fidelidad… los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.
Señor, si la arrogancia devora mi alma, déjame caer, déjame caer tan hondo que la oscuridad y el frío me devuelvan la memoria de lo que tú eres para mí: que recuerde tu luz y tu calor, el amor con que me has crecido, la justicia con que me has vestido, la gracia con que me has curado; que haga memoria de Cristo Jesús, y que, humilde y dichoso, pobre y agraciado, con toda el alma en los labios, vuelva junto a él para decirle: Gracias…
Que nunca deje de hacer memoria de él, de modo que aprenda a morir con él, a vivir con él, a perseverar en él para reinar con él, a comulgar con él para ser como él.
Líbrame, Señor, de la arrogancia de ser justo: que nunca olvide al leproso que fui.
P.S.: Dios soñó un mundo en el que todos se encuentran con Jesús, todos son curados, y todos vuelven a Jesús con un clamor de gratitud que llena los corazones, la tierra y el cielo…
Etiquetas