COMUNIÓN EN NAVIDAD

Me he quedado pensativo contemplando a unos niños que preparaban un belén muy tosco: el portal lo formaban cuatro palos con una hojalata; y el suelo eran hojas secas de árbol. Allí, desamparado y desangelado, han puesto un Niño Jesús, lindo él, pero muy pequeño. Casualmente tenía entre mis apuntes una poesía de Pedro Ortega que empezaba así: "¿Y en tan humilde morada, - es posible, Blanco Armiño, - que no tuvieras horror de entrar - siendo Tú tan limpio?"



Ha llegado la Navidad. Los belenes están ya montados con suma delicadeza. Son casi siempre pura idealización de lo real, con mucho arte y gusto; muy distintos del construido por los chavales de esta mañana.

¡Si cada uno de nosotros preparásemos nuestra alma para recibir a Jesús con el mismo empeño con que los belenistas levantan sus nacimientos! Nos parecemos más a esos pequeños sin arte que, en su inconsciencia, se atreven a jugar con lo divino. ¡Menos mal que Jesús sabe lo débil de nuestro barro, como nosotros el de los pobres niños!

Esta Navidad debiera ser de gran ilusión para formar en nuestro corazón el sagrario más hermoso para Aquél que "no cabiendo en todo el mundo, se encarnó en entrañas virginales, hecho niño".

Si el belenista emplea tantas horas en construir un nacimiento digno, ¿cuánto tiempo y devoción vamos a dedicar en hermosear nuestra alma para las comuniones de Navidad y de todo el año. Y así podemos orar con el mismo poeta:
"Oh qué día tan dichoso
éste para mí, cautivo,
en que libertad me dais
y me tratáis como a hijo".


José María Lorenzo Amelibia
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