El hambre de Dios se ha mantenido en nosotros a lo largo de nuestra vida, y ahora va en aumento. Es una gracia actual prolongada del Señor ; es el gozo del Espíritu Santo que se afianza según pasan los años, es la fe que crece en nosotros día tras día. Fe que nos hace gozosa la oración y la comunión en la intimidad con Dios. Damos gracias a Dios; que él la conserve en nosotros. Que no se desahoga como castillo de naipes; que de verdad está cimentada sobre firme roca.
Desde hace cuarenta años nació la amistad de los que aquí estamos. Ya en el seminario nació nuestra amistad. En aquellos días largos de estudio, lluvia y frío, paseos en ternas y clases monótonas. En aquellos inmensos campos de recreo, comedores gélidos, sótanos polvorientos. Nuestra amistad fraguó en aquella capilla, junto a la Eucaristía; en las pláticas comunes, y en la ilusión sacerdotal vivida juntos y a tope.
Nada hay comparables a un amigo fiel, una amistad lo ha sido en las dificultades y pruebas; también en la alegría. Magnífico don divino nuestra amistad que nos estimula a ser mejores; a darnos cuenta de que no estamos solos con el ideal cristiano.
José María Lorenzo Amelibia
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