Confidencias al clero COMUNIÓN

Comentábamos unos amigos en la mañana de un retiro estival: ¡Qué maravilla la misa y la comunión! Si fuéramos conscientes del todo, sería como para morir de gozo, como para vivir siempre, durante toda nuestra existencia, la maravilla de estar compenetrados del todo con nuestro Dios.
Vamos a fijarnos cada vez más en la comunión. Vamos a recibir.



a Cristo más conscientemente. Viene a nosotros aquel mismo corazón, hoguera ardiente de caridad. Es necesario recitar actos de fe. Fomentar el amor de gran amistad hacia El; la ternura; el embeleso. Poco a poco puede resultar habitual en ti y en mí.
En las peticiones de después de comulgar, una súplica del todo imprescindible es ésta: que nos haga comprender este amor de El; que venga a nosotros como un rayo de luz de lo alto para que nuestro entendimiento vaya penetrando en este gran misterio. Pedirle que nos permita amar a su divina persona. Si se imprime de verdad en nosotros este amor, todo nos resultará fácil, y nos atreveremos afrontar dificultades y tareas apostólicas, antes ni soñadas.

¡Comulgar! ¡Qué maravilla! Quisiera no acostumbrarme nunca. El Señor entra dentro de nuestro cuerpo como fermento de inmortalidad. Es el momento de sentirnos del todo unidos a la Cabeza y a nuestros semejantes, amigos y no amigos.
Muchos se acercan hoy a recibir a Jesús sin ninguna preparación ni próxima ni remota. Estoy convencido. Sin ningún deseo. Sin hacerle ningún caso después de comulgar. Sin pensar ni siquiera una vez durante el día en este misterio recibido, y que al día siguiente tomarán del mismo modo. Todo por la rutina y el total apego a las cosas de este mundo.
Y Jesús ha permitido no sólo verle a quienes le amamos, sino
fundirnos con El en amor pleno. Esto debiéramos pensarlo muy a menudo y llenarnos de gozo y entusiasmo.
Recuerdo que San Juan Crisóstomo escribía que debiéramos salir de esta mesa como leones, respirando fuego y con el pensamiento fijo en nuestro gran Jefe.
Cuando pienso en lo poco que puedo realizar en mi vida presente, me vienen tentaciones de desaliento. Por otra parte mirando mi anterior actividad externa, ¡qué poco he conseguido!
Pero hay que profundizar en la fe: "Ni el que siembra es algo, ni el que riega, sino Cristo que da el incremento." Por eso merece la pena convencerse: con mucha fe y amor, se puede conseguir todo. Dios es Bueno y nos regala a El mismo en la Eucaristía. Por nuestro sacrificio y oración le entregamos a El una prueba de amor y hacemos también algo importante para nuestros semejantes.

José María Lorenzo Amelibia
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