Disfrutaba de salud, pero llegó el problema

Me decía una A.T.S.: Me gusta leer libros o artículos destinados a los enfermos. Me ayudan, y además me enseñan a ayudar a otros. Me dan ideas.


Tiene razón la chica sanitaria. Se trata de estar preparado para llevar una profesión más útil en todos los aspectos. Y por otra parte, a todos nos ha de venir bien porque, sin la menor duda, nos llegará el tiempo del dolor.

Cecilia había disfrutado muchos años de buena salud, pero una mañana sobrevino el problema. Así escribía en su diario: "De pronto, un día me levanté con un dolor impresionante en el brazo. Al poco tiempo se extendió a todas las extremidades. Cuando el médico me vio, fue duro escuchar el diagnóstico, "esclerodermia". Me aseguró que tenía suerte porque el mal estaba empezando. No tiene cura -dijo­pero intentaremos detenerlo para que no avance. Fue aquello como un jarro de agua fría que parecía apagar toda mi ilusión."

Pero Cecilia había leído bastante sobre la manera de reaccionar frente a la enfermedad.

No es lo mismo predicar que dar trigo; por supuesto. No podemos identificar la teoría con la práctica. Pero sirve de mucho disponer de una buena trastienda interior.

Si llega el dolor lo aguantamos en silencio. Nos unimos a Jesús en la cruz y esperamos sin nervios a que pase. Cuando todo se ha calmado, sentimos el gozo de haber sabido soportar algún padecimiento unidos a Jesús. Además nos proporciona una experiencia purificadora; nos ayuda a ver de una manera muy relativa todo aquello a que estábamos apegados: posición social, poder, dinero e incluso la misma familia o amistad.

Conocer la propia fragilidad siempre es algo bueno. Profundizamos más en la humildad y en la pobreza interior. Más aún, llegamos a cuestionar nuestra imagen anterior tal vez altiva y orgullosa.

Nos vemos impulsados a decir con Juan Ramón Jiménez: "Pájaro terco y lúgubre de noches y de inviernos, nadie sabe en qué rincón del alma anida."
Pero no nos vamos a recrear en pensamientos negativos. Por encima de todo, fundamentarnos en la esperanza. Dios está con nosotros. Y ese amor que le tenemos, unido a la gran confianza de poseerle para siempre, será el mejor lenitivo de nuestro dolor.
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