LOS ENFADOS

De joven me gustaba discutir, debatir, defender posturas distintas de las del interlocutor. Cada vez me agrada menos este deporte que a nada conduce. En el mundo de los mayores, la mayor parte prefiere estar tranquilo, no entrar en lid con el prójimo. “Que nadie se meta conmigo; yo dejaré a todos en paz”. Pero a la mayoría, de vez en cuando nos meten un gol en este terreno, y cuando menos lo pensamos nos mueven a ira; nos enfadamos. Algunos guardan rencor contra quienes les han incordiado; otros, con mayor sabiduría, procuran dejar los arrebatos en el baúl del olvido. Hacen muy bien. Para quienes desean molestar, su mayor placer consiste en que su víctima lo tenga en cuenta.



Cuando se agota la paciencia, casi siempre se pasa a palabras mayores de forma muy airada. Y quien se enoja tiene dos males, – según me decía mi abuela ya desde mi niñez – enfadarse y desenfadarse. Conozco personas de carácter suave y tranquilo, pacientes y que casi nunca pierden los estribos. Son admirables; son los mansos de corazón, los bienaventurados, los dueños de sí mismos que poseerán la tierra.

A nadie le gusta sentirse ultrajado ni ser objeto de abusos por parte de sus vecinos. Pero son muy sabios quienes al recibir una afrenta consiguen reaccionar sin violencia. Aunque es muy difícil esa mansedumbre de Jesús: darse cuenta sí de la ofensa, pero responder con la mesura que Él lo hizo cuando el criado del pontífice le dio la bofetada.

Si lo consideramos con calma, nunca existe necesidad de responder con violencia a las injurias. El provocador al comprobar el fracaso de su intento se verá obligado a callar, o actuará con mayor contundencia, lo cual le acarreará problemas a él mismo. Casi siempre la ira es hija del orgullo. Luchando contra la soberbia, vencemos el enfado con mayor facilidad. Decía un amigo, en plan de chiste, que él siempre estaba contento porque nunca discutía. Yo le repliqué: “No será por eso, hombre”. Y él con toda calma me respondió: “¡Pues no será!”. Contundente; me convenció.

Me gustó un pensamiento de Aristóteles con relación a los enojos: “Cualquiera puede enfadarse, eso es muy sencillo. Pero habría de hacerlo con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto; y eso no resulta fácil”. El autocontrol indica mucho señorío. Pero merece la pena. Un compañero muy nervioso hizo el propósito de que, si se enfadaba y salía de sus casillas, en cuanto regresara a su casa besaría el suelo. Le fue bien a este colega y hoy goza de fama de ser persona tranquila. Para el bienestar propio y social, y para la propia salud es bueno saber dominar los arrebatos de ira. Se puede conseguir, y siempre hay medios de huir de la moscas incordiantes. Lo malo cuando nos pillan de sopetón. Entonces, a besar el suelo.


José María Lorenzo Amelibia
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