UNA EVOLUCIÓN EN MI FE

Espiritualidad

UNA EVOLUCIÓN EN MI FE

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Yo creo que mi fe va experimentando durante mi vida un proceso curioso. A veces me parece que antes tenía más fe que ahora. Otras veces opino lo contrario. No sé. Tal vez sean aspectos distintos de vivirla. Ahora yo tengo una experiencia profunda de lo fugaz e inconsistente de esta vida terrena. ¡Cómo pasa el tiempo! Y el final de la andadura, por muchos años que falten, está ya próximo. Esa es mi experiencia vital: lo contingente y efímero de todo y de mi vida. Incluso llega a parecerme irreal, teatro. Por eso mi ser entero tiende hacia la trascendencia, hacia algo sólido y consistente que pueda aplacar esa mi sed de vivir y de felicidad.

Junto a esto una inclinación profunda hacia la vida de piedad, un amor fuerte hacia Dios, una fe y entrega a la Eucaristía, un deseo constante de cumplir la voluntad de Dios, hambre continua de Dios. A ver si me explicas tu experiencia. Será enriquecedor para los dos.

Cada día aprecio más la fe. Gracias a ella nos elevamos hacia lo alto. Sin fe la vida sería una desesperación. Tenemos que mimarla. La fe nos hace santos; porque nos ayuda a amar, a sacrificarnos, a aspirar hacia las alturas.

El mayor beneficio que nos ha hecho Dios a ti y a mí es el llamamiento a la fe. Nuestra felicidad está en seguirla. Ella nos va a conducir hasta la unión total con el Señor en la otra vida. Y en ésta creo que también somos los más felices, si nos esforzamos por corresponder a las exigencias de nuestro credo.

El Evangelio nos exige la fe, pero no es una creencia irracional. Jesucristo testificó su divinidad. Resucitó. Vivió una vida que le acreditó como Dios. La transfiguración de Cristo viene a confirmar nuestra fe. Todo me habla a favor de la fe. Y cuando a los chavales yo les hablo de ella, prestan atención mayor que al fútbol o a las películas.

¡Qué suerte tan grande participar en el conocimiento que Dios tiene de Sí mismo! En la tierra no podemos vivir en este refugio de la divinidad. Aquí a la luz de la fe caminamos, y es la fuente de nuestra unión con Jesús y de nuestra santidad. Un alma que bebe de esta fuente, vive habitualmente contemplando a Dios. Cuando yo cultivo más mi fe, con mayor fervor estoy durante el día. ¿A que tú también?

Es preciso vencer todas las tentaciones contra la fe. Recordar para ello la frase de San Juan: "Únicamente vienen de Dios los que creen en Jesús, Hijo de Dios." Merece la pena ser creyente de Jesús.

Cuando medito en mi vida de fe pienso que lo importante es que mis criterios normales estén todos en consonancia con mi credo. Veo que tengo mucho que cambiar en lo relativo a preocupaciones del futuro, sencillez, amor al prójimo, desprecio del poder económico, del dinero... ¡qué campo de acción espiritual tan vasto...!

Mientras te escribo estoy viendo una cola de gente junto a la tienda de lotería que está frente a mi casa. ¡Cuánta fe tienen en el dinero! Las iglesias se cierran y se multiplican los centros de posible "suerte". Yo no sé si a esta cola de personas les habrá tocado algún dinerillo o no. ¡Pero qué ilusión! Y hemos todos de estar convencidos que en orden a la vida eterna es mejor pobreza que riqueza. Mejor mansedumbre, que poder.

Ver en el dolor una bendición de Dios. Cuando nos marginan, nos olvidan o son desagradecidos con nosotros debemos bendecir a Dios porque mayor es nuestra pobreza. La vida larga importa menos que la vida santa. ¿Cuántos años tendré que cumplir yo todavía a este paso para ser santo...? ¿Cuándo aprenderé a enjuiciar todas las cosas con los criterios de Dios? ¿Cuándo iré creando en mí ese "instinto" divino de mirar todo bajo el prisma de la fe?

José María Lorenzo Amelibia  

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