HERMANO LOBO, HERMANO CANICHE

Todas las mañanas me despierta un perro caniche con ladridos impertinentes. Es un bicho gritón, feo y pequeño; de verdad, molesta a todos los vecinos, pero a ninguno se nos ocurre protestar, porque sabemos la función que desempeña. Su dueña es Asun, una señora buena y cariñosa; quedó viuda y sin hijos hace algo menos de dos años. El cometido del pequeño ladrador es humanitario de primer orden: consolar a esta buena mujer y servirle de compañía.


Cuando yo era joven casi me hubiera parecido indigno comentar esta situación. Se me antojaba algo raro el hecho de que una persona mayor se encariñara con un animal. Hoy pienso de manera muy distinta. Y conste que yo nunca he tenido a mi cargo perro de mi propiedad. Pero ¿por qué no utilizar un animal como compañía? Mi vecina es una buena cristiana, deseosa de favorecer a sus semejantes y muy amiga de Dios, pero su caniche le ofrece ese pequeño servicio que le ayuda a paliar la soledad.

San Francisco de Asís era muy amigo de los animales; tanto es así que, a uno de los más peligrosos y perseguidos, le llamaba "Hermano lobo"; y es de todos conocida la anécdota del "Lobo de Agubbio". San Antonio de Padua, cansado de predicar a las personas y de que nadie le hiciera caso, terminó por sermonear a los peces. Todos aquellos animales sacaban la cabeza del agua para escucharle. Hace pocos meses vi un cuadro de este evento en el monasterio de San Juan el Real de Segovia.

La Providencia de Dios es sabia. En ocasiones ha dispuesto que nuestra alma pueda recibir el consuelo y cariño que determinadas personas se niegan o no pueden dar. Sé que lo grande, lo sublime del cristiano es "no buscar ser consolado, sino consolar", - nos lo dice el mismo de Asís -. Tampoco, por supuesto, soy partidario de que un animal supla el cariño que debemos a los seres humanos. Pero lejos de ironizar o fustigar a cuantos se sirven honestamente de la ayuda de los animales para equilibrar su psicología, mi comprensión y apoyo a estas personas con alguna carencia afectiva.
El amor y relación con nuestros hermanos irracionales puede entenderse como una ayuda más de Dios en su plan de salvación. Porque todo el Universo está al servicio del hombre, y el hombre al servicio de Dios y de sus semejantes.


José María Lorenzo Amelibia
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