Hoy cumplo setenta y cinco años

Enfermos y debilidad

Hoy cumplo setenta y cinco años


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Hombre de 75 años

Hoy me levanto con una ilusión especial, cumplo setenta y cinco años. ¡Casi nada! Soy el perfecto anciano, y no me cuesta reconocerlo. Nadie dice que sea joven uno de mi edad, aunque para darte un poco de aliento te califiquen como joven de espíritu, porque te metes en Internet, oyes música con el Mp4 o practicas algún deporte suave. Recuerdo ahora que en mi juventud pasé temporadas muy malas: en alguno de esos espacios eternos decidí marchar lejos para no verme obligado a celebrar mi cumpleaños. ¡Qué vamos a hacer, no podemos borrar el pasado! Hoy lo celebro con gran alegría.

He tenido buenos ejemplos de gente que me ha asegurado ser la ancianidad la época más feliz de su vida; me parecía entonces imposible; ahora lo veo normal. El paso del tiempo, las arrugas de la vejez, la caída del cabello o la nieve en las alturas, es difícil asumir para muchos. ¡Me alegro de cumplir los años en Noviembre – decía una compañera – así me es suficiente con una sencilla reflexión y me recluyo en mi soledad! Para mí celebrar la onomástica en verano es más alegre, incluso en el otoño de la vida. Mi esposa cuando entró en la ancianidad, en pleno mes de agosto, decía con alborozo lleno de humor: “¡Qué bien, cumplo los sesenta; cuántos no han llegado a esta formidable edad de madurez!”

Considero la veteranía como un grado positivo, a pesar de la opinión de mucha gente que teme peinar canas, las carnes fláccidas o el retiro en sus cargos de distinción. Me da alegría haber llegado a la edad super adulta y poder continuar escribiendo; o atreverme todavía a subir a la bici para dar pequeños paseos. Dicen que hacerse viejo no tiene glamour alguno; me da igual, pero, si has trabajado en tu formación, te convierte en un sofrólogo nato, a quien se acude para obtener serenidad ante las dificultades de los tiempos modernos. No me interesa estirarme la piel o teñirme de rubio; prefiero lo natural llevado con pulcritud.

Me decía hace años un amigo cura que se acercaba a los ochenta: “Me jubilará el obispo y dejaré mi feligresía. Pero me queda el confesonario - oh tiempos en que la gente se confesaba mucho – y me aficionaré más al sagrario para orar por todos a quienes he servido de ayuda espiritual o humana”. Lo importante de veras cuando pasa el tiempo, es no cometer ciertas tropelías absurdas, tal vez hechas en épocas de mayor poder. Que los años nos enseñan moderación y mansedumbre. ¡Y ser feliz, sí señor! Como decía el poeta: “Porque un año más en la virtud pasado, un paso más que nos acerca al Cielo”.

José María Lorenzo Amelibia                                        

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