Es el mismo Jesús en un Sagrario o en otro, en cuaresma o en adviento, en nuestra juventud o cuando ya la madurez asoma a nuestras sienes. Pero yo tengo mis Sagrarios favoritos y me encanta encontrarme con Jesús más en un sitio que en otros. Supongo que a muchos pasa lo mismo. Somos humanos; así nos ha hecho Dios.
Recuerdo que en mi juventud estuve de vacaciones en una ciudad muy bella y en su Iglesia Catedral me confesé: "Vas a cambiar de Sagrario - me decía el padre que me dio la absolución -. Verás, aumentará tu fervor". Y así fue. Siempre que regreso a aquel templo se acrecienta mi amor eucarístico. Es como un volver con Jesús a Betania.
Más impresiona aún mi alma, cuando visito el Sagrario en que Cristo me habló de conversión, y dio un revolcón tan fuerte a mi tibieza juvenil que cambiaron desde entonces mis aficiones y perspectivas. Y son muchos más: el Sagrario de mis años de formación, el de mi antigua parroquia, el del convento de clausura de mis visitas veraniegas, y aquellos otros tan bellos de santuarios marianos, llenan mi alma del más puro amor cada vez que los visito. En ellos veo el pan que no es pan, pero me abre el ansia de comer en la Cena del Señor. Allí veo al Hombre de mi gran amistad, pero no es sólo humanidad, es el mismo Dios encarnado en el seno de la Virgen María. ¡Alimento del Dios - Hombre! Y me postro con redoblado amor, y preparo mi alma para recibirlo con veneración.
Visitar los Sagrarios favoritos ayuda a levantar la piedad si estaba cayendo un poco en rutina. Después, el regreso al Sagrario de todos los días ya es distinto. Como si nuestra fe se actualizara. Dios nos ha creado seres humanos y nos brinda la ocasión sensible para que redoblemos el amor.
José María Lorenzo Amelibia
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