Vicente Ferrer. Escribo estas líneas al día siguiente de su muerte, porque la noticia de su fallecimiento corrió por los medios de comunicación el día 19 de junio del 2009, cuando al padre Vicente Ferrer contaba ochenta y nueve años. Sacerdote, jesuita, casado por la Iglesia, o sea secularizado; marginado por los suyos, pero su talla es comparable con la de Teresa de Calcuta, hoy beata por la vía rápida. Incluso la eficacia de su labor, más grande: Aquella, ayudaba en la enfermedad grave y en la muerte. Éste, ha conseguido alejar el espectro de la muerte, de la enfermedad, de la desesperación. No veo fácil que a Vicente lo eleven a los altares, a pesar de que su obra de amor sea tan grande. Pero ahí queda su testimonio.
Así comenzó su andadura
Era catalán, de Barcelona. Nació el 9 de abril de 1920. En el templo catedral empezó a conocer a Dios. Fue movilizado hacia el frente popular en la guerra civil española. Y tomó parte en la batalla del Ebro; con tal suerte que no hubo de disparar ningún tiro; además allí vio de cerca la barbarie, la muerte, el dolor. Y recibió una gracia actual, una iluminación del Señor tan grande que influyó para siempre en su vida religiosa.
Después del conflicto bélico lo deportaron a Valencia a un campo de concentración. Salió pronto y marchó a cumplir su destino, su vocación en la Compañía de Jesús: noviciado, votos, ordenación sacerdotal. Y es enviado a la India como misionero jesuita. En febrero de 1952 llegó a Bombay. Pronto se dio cuenta de su vocación: allí no estaba para oír, ver y callar. Algo tenía que hacer. Su corazón generoso, lleno de amor a Dios y a sus semejantes le impulsaba. Vio la pobreza reinante y esto le impactó hasta los huesos. Empezó construyendo – incluso hacía de albañil – un hospital y un colegio. Barruntó entonces por dónde iba a orientar su vida. No era capaz de evangelizar así, por las buenas, sin hacer antes algo para mitigar el hambre y la miseria. Antes de hablar de Dios – se decía – he de cubrir estas primeras necesidades vitales.
Pero sus métodos comenzaron a no gustar a los superiores de la Compañía de Jesús ni a las autoridades civiles. Las autoridades civiles temían que aquel hombre caritativo se inmiscuyera en la vida de la gente: tarde o temprano se harían católicos y el hinduismo, la religión local, se vendría abajo. No se podía permitir la estancia de aquel hombre en la India. Los religiosos por su parte quisieron reconducirlo: que dé clases, que predique, que… pero el padre Vicente no tenía corazón para dejar morir en la miseria a aquellas personas a las que amaba desde el primer momento. ¡Y le obligaron a emigrar! Cientos de miles de personas se manifestaban en las calles y plazas de Bombay contra la salida del "Father". La revista "Life" hablaba de él ya como del santo desconocido. Fue propuesto entonces para Nobel de la paz. Indira Gandhi tomó cartas en el asunto. Dijo: "El Padre Ferrer marchará una temporada de vacaciones, pero después volverá".
Cambio de rumbo
La Compañía quiso atarle corto, y las autoridades seguían resistiéndose a que regresara. Pero al fin se quedó en una de las zonas más pobres de la India. Se asentó en Anantapur. Y no fue a dar clases como le pedían los compañeros. Su corazón no podía resistir al ver tanta miseria: se creía llamado a poner remedio. Después, ya llegará con facilidad la evangelización: ante todo que la gente pueda vivir. En resumen, no fue comprendido por los superiores de la Compañía de Jesús. Él debió de sentirse frustrado en este aspecto. Pero a nadie maldijo. De nada se quejó. Lo suyo era amar, hacer algo para que aquella gente pudiera vivir.
En 1969 conoció a una mujer joven: Anna Perry, periodista inglesa, veintidós años más joven que él. Y se casaron por lo civil el 4 de abril de 1970. Enseguida lo expulsaron de la Compañía. Más tarde, en cuanto pudo, se casó por la Iglesia. Tuvo tres hijos. Moncho sigue hoy con la obra de su padre junto con Anna, la madre. Pronto, pues, estuvo en orden toda su situación eclesial. Y la obra siguió. Al menos ya no pondrían trabas sus superiores antiguos, y los civiles tampoco. ¡A seguir trabajando!
El milagro fue de la Providencia que le dio fuerza y le asistió para que no fracasara. Él siempre confiaba en Dios; jamás lo alejó de su memoria, y continuaba "sin otra luz y guía que la que en el corazón ardía". Discurrir, "pelear", moverse, pedir a Dios… todo junto y sin desfallecer. En una ocasión se le presentó un joven, tipo raro en una moto rara. Lo recibió con cariño sin saber quién era. Otro, no hubiera recibido a aquel esperpento. Pero él lo hizo con amor. La sorpresa fue enorme: aquel muchacho era hijo de una de las grandes fortunas del mundo. Al marcharse le entregó una donación pingüe. ¡La Providencia actuaba en un caso extremo! Pudo salir Vicente de uno de los grandes baches de su obra. Creó la CDT (Consorcio para el Desarrollo Rural). En España el año 96 la FEF, La fundación Vicente Ferrer. Y poco a poco, sin prisa, pero sin pausa comienzan los números de su obra, el milagro de la transformación del desierto en terreno cultivable. He aquí algunas cifras:
Números cantan
A lo largo de estos años se han construido, mediante su acción y dirección, 39000 viviendas; 230 embalses entre grandes y pequeños; un centro de terminales de sida; un centro de planificación familiar; 14 clínicas rurales; 1696 escuelas con 158000 alumnos de primaria y secundaria; centros abundantes para gente discapacitada; 70000 mujeres se unen para participar en cualquier aspecto de la vida; se conceden micro créditos para poder comenzar pequeños negocios. La obra hoy está en pleno rendimiento, apoyada por muchos miles de españoles que colaboran en la ONG. Pasan de dos millones y medio de personas las que gracias a este hombre de Dios ha cambiado la miseria por el bienestar relativo, la pre muerte por la vida.
Cuenta José Bono que le preguntó en cierta ocasión cuál era su religión. Y así contestó Vicente: «Creo que el mundo y la pobreza tienen arreglo, creo que la única solución vendrá del amor. Ésa es mi religión» Y de él decía el mismo Bono: "Vicente, eres un ejemplo para la Humanidad, no por lo que has dicho, sino por lo que has hecho"
Final
Una embolia cerebral lo dejó en marzo, hace tres meses, postrado. Después de algún breve tiempo de lucidez mental ha entregado su alma al Señor el día 18 de junio del 2009. En su anterior enfermedad, cuando él pensaba que le había llegado la muerte, no quería volver; deseaba ir ya a Dios, pero el Señor lo ha mantenido varios años de propina para consolidar la obra. Su memoria no se extinguirá. Donde hay caridad y amor allí está Dios. Y en la vida y obra de Vicente Ferrer ha habido mucha caridad, mucho amor. El pensamiento y la acción de este hombre siempre han estado ligados a Dios, Padre, Providencia. Siempre entregado a su prójimo. Solía decir Vicente: "Yo he hecho un pacto con la Providencia y nunca me ha fallado". Aquel sacerdote misionero supo anteponer las necesidades vitales de los nativos a sus propósitos espirituales. Él supo por qué. De todas las maneras está abonado el campo ahora para la evangelización. En aquellos momentos le expulsaban del país porque no querían ninguna predicación cristiana. La mayor predicación, la del amor, ya está hecha. Ahora que empiecen la segunda parte aquellos que puedan. Mejores terrenos no van a encontrar. El espíritu cristiano está allí ya del todo.
Probablemente la Iglesia no lo canonizará por ahora. Tendrán que pasar muchos años. Pero Ferrer ha hecho un gran milagro de cuarenta años: transformar a dos millones y medio de personas de indigentes en normales. ¡Milagro de amor! Vicente Ferrer tenía ya nombre de santo. Pero dejemos que aquellos a quienes corresponde lo declaren al cabo de los años. Esperamos. Aunque ¡qué pena! De parte de los dirigentes de la Iglesia española no he escuchado ni he leído una línea laudatoria para este hombre de tanta o mayor categoría que Teresa de Calcuta. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos ilumine a todos.
José María Lorenzo Amelibia
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