Más que celibato impuesto necesitamos sacerdotes santos

Estos últimos años están siendo prolijos en noticias relacionadas con la infidelidad al celibato por parte de un número nada despreciable de clérigos en casos de pederastia, homosexualidad y abandonos del sacerdocio. Se ha armado un jaleo aparatoso en el mundo occidental. El Papa opta por la severidad para evitar tales desmanes: un endurecimiento de las penas en el Derecho Canónico con relación a los clérigos corruptores de la juventud.


¿Nuestra opinión? Sanar el ambiente desde la raíz. Esta ley celibataria ni ha tenido éxito en la Historia ni lo tendrá. Lo que se practicaba y se tapaba, ahora ha salido a la luz pública. Eso es todo. ¿Solución? Dos vías: Primera y principalísima: fomentar la santidad de los sacerdotes y almas consagradas. Mientras no se haga una campaña sincera, constante, eficaz y ejemplar en este terreno, nada de nada. Los obispos han de ser padres llenos de amor a sus sacerdotes, llenos de espíritu evangélico, llenos de santidad para santificar a su clero. Si no llegan, oren; y pidan más oración a las almas contemplativas. Llegará el éxito.

Segunda vía: Aun suponiendo que se cumpla la primera, la de la santidad, y tengamos un clero que aspire a la perfección, siempre ocurrirá que muchas personas no conseguirán vivir con un gozo relativo el celibato y necesiten el matrimonio. Se les debiera autorizar acceder a este sacramento y que sigan en el ejercicio ministerial en las condiciones que se decidan, pero que sigan en el ministerio, porque necesitamos sacerdotes santos, no precisamente célibes. Por otra parte, estar muy atentos, porque también entre los casados hay hombres con verdadera vocación sacerdotal y podían y debieran ser ordenados sacerdotes, de una manera especial en el ámbito rural.

El problema no es celibato "sí". Ni siquiera es celibato "no". El problema es MÁS SANTIDAD SACERDOTAL. ¿Qué más da que el sacerdocio lo ejerza un célibe o un desposado si ambos son santos? Jesús aconsejó el celibato, no lo impuso; sus apóstoles eran casi todos casados. Jesús quiere hoy y siempre el celibato por el Reino de los Cielos, pero no impuesto, sino elegido en un acto de decisión inicial. Y si uno no es capaz después, que se case; que "más vale casarse que abrasarse". Así lo practicaban en las primeras comunidades cristianas y el mismo San Pablo.
En alguna ocasión iremos exponiendo en distintos capítulos la verdadera historia del celibato.

José María Lorenzo Amelibia
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