A nosotros, los sacerdotes y religiosos que hemos dejado de ser clérigos nos vine muy bien aquello que hace años leí: Muy grande y a la vez muy pequeño. De espíritu noble como si llevare sangre azul, y a la vez real y sencillo como un labriego. Héroe por haber triunfado sobre sí mismo. Fuente inagotable de santidad y pecador a quien Dios perdonó.
Señor de sus propios deseos y servidor de los débiles y vacilantes. Uno que jamás se doblegó ante los poderosos y se inclina, no obstante, ante los pequeños. Dócil discípulo de de su maestro y caudillo de valerosos combatientes. Pordiosero de manos suplicantes y mensajero que distribuye oro a manos llenas. Animoso soldado en el campo de batalla y madre tierna a la cabecera del enfermo. Anciano por la prudencia de sus consejos y niño por su confianza en los demás. Alguien que aspira siempre a lo más alto y amante de lo más humilde. Hecho para la alegría, acostumbrado al sufrimiento, ajeno a la envidia. Transparente en los pensamientos, sincero en sus palabras,
Amigo de la paz, enemigo de la pereza, seguro de sí mismo. (MANUSCRITO MEDIEVAL. SALZBURGO.)
José María Lorenzo
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