No debieran tener los clérigos célibes trabajo civil; los casados, sí.
| José María Lorenzo Amelibia
No debieran tener los clérigos célibes trabajo civil; los casados, sí.

Trabajad, sacerdotes casados y también ejejrced el ministerio: así debiera ser.
Salí de la clerecía hace muchos años. Soy ya viejo. No sé si se habrá superado del todo aquella fiebre de la década de los setenta con sarpullido de reuniones. Parecía ser el trabajo principal de los sacerdotes de aquel entonces: reunirse para… ¡volver a reunirse! Y todo quedaba en agua de borrajas, salvo algunos pequeños planes de pastoral conjunta.
En las anteriores décadas todavía era menor el trabajo de los curas, porque su número aún era mayor y cada pueblo tenía su párroco: decía la Misa, rezaba el Rosario, preparaba la homilía del domingo, daba media hora de catecismo, visitaba a uno o dos enfermos, confesaba a cuatro viejas y a los niños… y se acabó el trabajo de la semana.
Lo demás, tiempo libre: leer, rezar el breviario, pasear, echar la partida… y cuando el cura era muy santo, dedicar varias horas a la oración. Pero no eran muchos los grandes orantes.
En mis tiempos, éramos también muchísimos los sacerdotes. Además, estábamos dotados de nuestro propio vehículo de motor para atender varios pueblecitos. Pero nuestra labor pastoral, también escasa y sin control, como creo que seguirá siendo hasta ahora, por mucho que los señores obispos se propongan lo contrario.
Los clérigos diocesanos trabajan según su albedrío y sin inspección. ¡Qué diferencia del negocio humano! Sin embargo, el negocio de la salvación de las almas es el principal de todos.
Se llega a comprender que hubiera entonces muchos entender que compartieran su ministerio con trabajos civiles. Pero tampoco me parece correcto. Pienso que hoy el sacerdote célibe de ningún modo debiera asumir tareas civiles. Eso sí, debiera existir el sacerdote casado, como existe el diácono permanente. Y estos sacerdotes casados ejercerían su ministerio, pero no cobrarían nada por ello, vivirían de su trabajo civil remunerado. Y jamás debiera darse a esos sacerdotes casados retribución ninguna por el ejercicio sacerdotal, como no sea los gastos ocasionados por sus viajes y aspectos similares. “Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis”. El célibe necesita menos y podría seguir viviendo con un estipendio reducido como lo hace en el presente. Siempre pobremente, pero sin miserias. Y eso sí, habría que procurar ayudar al sacerdote casado en paro a buscar otro trabajo civil y mientras lo encuentra no dejarlo en la estacada.
José María Lorenzo Amelibia
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