Cuando llegan las catástrofes
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Cuando llegan las catástrofes

Líbranos, Señor, del peligro
Todos los años nos sorprenden con noticias de terremotos, catástrofes, accidentes magnos o actos de terrorismo sin precedente. Desde niño me enseñaron que, ante eventos de esta clase, es necesario poner nuestra esperanza en Dios y colaborar en lo posible para ayudar a las víctimas.
Me gusta leer la Biblia y releer y meditar en ella lo que un día subrayé. Me doy cuenta de que la Palabra de Dios tiene abundantes citas-recordatorio de nuestro comportamiento cuando llega una desgracia a nuestras vidas. No se debe blasfemar contra Dios. Ya nos lo recuerda el Apocalipsis: “Los hombres fueron quemados con terribles quemaduras y blasfemaron contra el nombre de Dios que tiene poder sobre estas plagas, en vez de arrepentirse para darle gloria” (Ap. 16,9).
Cuando hace unos años ocurrió un terrible accidente de tren en Huarte Araquil, todo el pueblo se volcó para atender a las víctimas. Conducta digna de encomio, muy en consonancia con las enseñanzas bíblicas; en lugar de vanas lamentaciones o reniegos contra la Providencia. Y arrepentirnos de nuestros pecados, según nos orienta la Sagrada Escritura.
Hace ya varios decenios, muchos dejaron de elevar sus ojos al Cielo cuando la desgracia visita a su familia, a sus amigos o parientes. Y conviene recordar lo que Jesús decía en su discurso escatológico: “Estad preparados también vosotros, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre”. Es una realidad olvidada en muchos ambientes. ¿Quién le iba a decir a mi amigo, cuando salía de vacaciones, que nunca regresaría? El accidente acecha y “es frágil la vida del hombre sobre la tierra”. “Cuando estas cosas comiencen a suceder, cobrad ánimos y levantad vuestras cabezas, porque se acerca el fin”, nos recuerda Jesucristo.
Pedirle al Señor fe, mucha esperanza, en la certeza de que siempre somos amados por Él pase lo que pase. Cuando llega la adversidad, nuestro estado de ánimo ha de ser siempre de confianza. “Yo sé de quién me he fiado”. Sabemos que el nuevo mundo se acerca y estamos en las mejores manos. Somos ciegos si, ni siquiera en los tiempos de adversidad, no elevamos los ojos a lo Alto de donde nos viene el auxilio.
Te invito a que repases el capítulo 24 de San Mateo. Se refiere al fin del mundo y podemos aplicarlo al atardecer de nuestra permanencia en la tierra. No escondamos la cabeza bajo el ala como las aves para dormir.
José María Lorenzo Amelibia
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