(1 Jn. 1,5) “Dios es la luz, y en Él no ha tiniebla alguna”.
Tú eres el gran foco de luz que aumenta la belleza de cuanto hay en el mundo. Tu luz nos descubre las motas más tenues de nuestra alma.
(Mt. 5,15) “No encienden una lámpara y la ponen bajo el celemín, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa”.
No voy a vivir arrinconado; con sencillez he de procurar alumbrar algo en mi ambiente.
(Fil. 2,19) “Brilláis como antorchas en el mundo”.
Brillar algo: al menos como un gusano de luz; como una cerilla en las tinieblas. Ser luz, reflejo de Dios. Y si se burlan de mi pequeñez, no me importa: soy un reflejo de la luz divina.
(Is. 9,12) “Hoy resplandecerá una luz brillante sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor”.
El Señor es la vida, porque es luz y calor. Jesús nació de noche, pero se hizo la luz.
(Rom. 13, 12-13) “La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias”.
En los sepulcros no hay luz ni vida. Tú estás con Jesús en la luz, en la vida. ¡Ilumina, calienta! Así, revestido de las armas de la luz.