Los primeros meses del Concilio

Crítica Constructiva

Los primeros meses del Concilio

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El Concilio

Con el alma esponjada y llena de esperanza para nosotros, los curas jóvenes, transcurrieron los primeros meses de aquella magna asamblea. Martín Descalzo fue uno de los grandes cronistas del evento eclesial más importante del siglo XX. Día a día devorábamos sus artículos, siempre con gozo, casi con gula intelectual. Me sorprendí en una ocasión que un padre conciliar había utilizado, en el aula conciliar, un artículo mío de la revista “Incunable”, sobre la dirección espiritual del clero. Cada día que pasaba tomaba más importancia el Concilio Ecuménico para nosotros.

Nuestras mentes fueron acomodándose poco a poco a la nueva mentalidad que la Iglesia dibujaba ante el mundo. Durante aquel trienio el cambio en la clerecía fue sustancioso y sustancial. Dejamos de una vez para siempre la adolescencia y el dirigismo de nuestros “superiores”. Ni siquiera desde entonces nos gustaba denominarles con este apelativo; habíamos cambiado mucho en poco tiempo y dirigían el Seminario los “formadores”, no los superiores; pero en las diócesis, los de siempre. Los obispos se quedaron como mudos; no sabían qué hacer y menos qué decir. Porque por todas partes aparecieron teólogos recicladores. Se ponía en tela de juicio la moral tradicional, sobre todo la casuística. Incluso el dogma aparecía con interpretaciones muy atrevidas. Muchas de ellas próximas a la herejía, y algunas claramente heréticas.

Compañeros míos de quienes jamás hubiera yo pensado algo semejante, se atrevían a decir que la Iglesia no la fundó Jesucristo; que la Virgen María no fue Virgen; que Jesucristo estaba en la Eucaristía de una manera simbólica… y qué se yo cuántas cosas más. Y los obispos callaban; por lo menos los que yo conocía. Aguardaban y no sé a qué. Pero se fueron jubilando.

Mientras tanto existía una parte del clero atrincherado en su conservadurismo ultramontano. Eran el polo opuesto. Algunos hasta tuvieron la osadía de combatir el Vaticano II, por eso de que en él no se habían dado cánones dogmáticos con el “anátema sit”. Algunos prelados se aferraron también al conservadurismo a ultranza y han sobrevivido de tal manera que cuando escribo estas líneas están en auge.

Una parte considerable del clero estábamos queriendo nadar entre dos aguas. Por una parte, nos inclinábamos a lo seguro, a lo tradicional. Por otra nos dábamos cuenta de que, aunque se pasaban en sus dictámenes muchos de los teólogos recicladores, algo había que cambiar. Y fueron Paulo VI y Juan Pablo II los dos papas encargados de poner las cosas en su sitio en la Iglesia, pero ninguno de los dos lo consiguió. Es que los papas no son dioses, por mucho que se quiera. Benedicto ha sido más de lo mismo, con el acierto grande de renunciar al pontificado.

Y todavía estamos en el postconcilio, después de más de cincuenta años de haberlo terminado. El papa Francisco está mostrando gestos que a todos nos gustan. Le queda mucho por hacer. Esperamos que las aguas vayan llegando a sus cauces. Pero siempre habrá dos cosas claras: que el dogma no se puede cambiar y que tampoco se puede vivir con la argolla al cuello como se hacía en la primera mitad del siglo XX y en siglos anteriores. El Derecho Canónico debe ser revisado con urgencia y hacerlo más concorde con el Evangelio y más distante del Derecho Romano y de todos los Derechos Civiles. Algo seguirá cambiando porque la Iglesia existirá hasta el fin de los siglos.

José María Lorenzo Amelibia                                         Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com              Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/  Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3                                           Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

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