Una tribuna distinta

A veces la cama de un enfermo se convierte en tribuna del mejor testigo de la fe. ¡Ya quisieran muchos predicadores del Evangelio hacer la mitad de bien que el obrado por algunas personas amarradas a su lecho.de dolor!
Y no e refiero tan sólo a ese poder del sufrimiento que influye en la redención, unido a la pasión de Cristo.
Cuando la gente visitaba a Anselmo, muchacho tullido, salía de la casa más conmovida que después de practicar unos ejercicios espirituales.
No le conocí personalmente, pero durante casi toda mi juventud estuvo presente en mi vida por encima de los héroes del deporte.
Tenía Anselmo dieciocho años cuando cayó sobre sus piernas la gruesa rama de un árbol en el momento de ser derribado.
Después vino lo peor: operaciones dolorosas, meses y meses con la esperanza de recuperar el movimiento. Pero nunca llegó la realidad halagüeña. Ni siquiera pudo disfrutar del privilegio de una silla de ruedas.
Pero la vida de Anselmo no resultó estéril. Su habitación joven era visitada por amigos y conocidos, personas famosas y gente sencilla. Más que celda de hombre enfermo era aquel rincón despacho de padre espiritual.
Todos conocían el drama de su vida, pero no inspiraba compasión: casi daba santa envidia verlo tan sonriente y feliz.
Nadie se marchaba de su presencia sin escuchar algo que le animara en la fe.
Cuando en una ocasión un amigo le preguntaba si tenía días tristes, él respondía con sencillez: "Ahora me encuentro mucho más feliz que en los años en que podía marchar a divertirme, porque ahora estoy más unido a Jesucristo y soy más útil como cristiano.
Anselmo en su dolencia supo entender la vida. El disfrutaba de la presencia de un sacerdote celoso: todos los días le administraba la comunión y leía junto a él enjundiosos párrafos de la Biblia y de otros libros espirituales.
Amigo enfermo: en el lecho del dolor no te mires al espejo de la autocompasión fácil. Que tu vida vale mucho y todavía no has dado al Señor y a los demás lo mejor de ti mismo. Mira el ejemplo de un joven que pasó haciendo el bien desde la tribuna de su cama. ¡Ojalá todos los predicadores del Evangelio consiguieran frutos como el Anselmo de mis años jóvenes!
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