¿Es cierto que todos somos iguales?

Al hablar del protagonista en los artículos anteriores, pareciera que todo somos iguales pero nos olvidemos que la persona incluye elementos genéticos, temperamentales y de educación que convierten a cada adulto en un ser humano único e irrepetible. A la pregunta general propuesta, podemos añadir otras complementarias: ¿conocemos bien al protagonista del Ser y vivir con los datos ofrecidos? ¿Basta con saber los rasgos esenciales y los histórico-culturales del hoy en el que vive? O, formulado de otra manera, ¿se da un solo modelo de personas? ¿Acaso cada persona, en definitiva, no posee su personalidad que la diferencia de las otras?

Adelantamos la respuesta a las preguntas: como seres humanos, todos somos iguales, como hijos de un tiempo y de una cultura tenemos una conducta parecida, pero como cada persona adulta consigue su propia personalidad, todos somos diferentes. Aunque las personas vivan bajo la misma historia y cultura y aunque tengan la misma mentalidad (conservadora o progresista), siempre tendrán rasgos genéticos, temperamentales, caracterológicos y educacionales que las distinguen. Por lo tanto, para hablar de nuestro protagonista necesitamos algunas orientaciones sobre los principales “personalidades” que tienen como base común al ser humano.

Ahora bien, conviene advertir que no existe un modelo único para clasificar a las personas porque los principales valores y virtudes admiten gran pluralidad de realizaciones según sea el contexto cultural, la raza, el sexo y la configuración genética que estudian la biotipología, la caracterología y la misma espiritualidad diferencial cristiana.

También deseamos subrayar que la naturaleza predispone para determinados valores y para ejercer con facilidad determinadas tareas humanas. Así mismo, por hipoteca biopsicológica, muchas personas encuentran mayor o menor dificultad para el encuentro consigo mismo y con los demás. Unos individuos pueden llegar antes y mejor que otros a la meta de la personalidad madura. He ahí las tareas de la psicología diferencial

Ante un tema tan complejo, el artículo se centra en un objetivo sencillo: la presentación de una de las caracterologías clásicas como es la de Heymans-Le Senne. En ella encontramos la orientación sobre varios tipos de personalidad, con sus valores y defectos, con las causas y las manifestaciones de su conducta. Por su índole práctica resumiremos algunos criterios de la obra de Luigi Rossetti, Práctica de caracterología religiosa.

Componentes temperamentales según Heymans-Le Senne y Le Gall.
Estos psicólogos estructuran la personalidad en ocho caracteres según sea el predominio de los componentes temperamentales:

1º la emotividad o disposición para conmoverse o impresionarse con mayor o menor repercusión;
2º la actividad como disposición para obrar por necesidad interna y no por “fuerza” o miedo. Y así sucede que al inactivo le cuesta trabajar, pero el activo siempre está atareado y alegre en el trabajo.
Y 3º la resonancia que puede ser primaria, inmediata y de poca duración. Se da en el individuo primario, pero la resonancia secundaria que es lenta, permanece largo tiempo en un tipo perseverante. También se dan otros factores como la mentalidad abierta o cerrada, el egocentrismo y el altruismo, la mayor o menor agresividad, la inteligencia analítica o sintética.

Cada uno de los ocho caracteres recibe el influjo mayor o menor de la educación recibida, del esfuerzo personal y del ambiente en que vive.

Los valores del apasionado y del colérico.
Las personas con estos caracteres poseen una fuerte emotividad y actividad pero les diferencia la resonancia. El carácter apasionado es un emotivo, activo y secundario. Quizás sea el temperamento más completo. En él predomina la acción, el apostolado. Siente vivamente el ideal. Es organizador, religioso, apegado al pasado y al orden. Como santos “apasionados”, fueron Agustín, Bernardo, Teresa de Ávila y Francisco Javier.

El carácter colérico es emotivo, activo pero primario. Persona muy activa y con mucho sentimiento. Entusiasta, hablador, nunca quieto. Personalidad extrovertida, impresionable y un tanto dispersa. Los caracterólgos afirman que San Pedro y San Ignacio de Loyola fueron coléricos.

Los valores del nervioso y del sentimental.
Los dos tienen de común la emotividad y la no-actividad, pero les separa la resonancia que puede ser primaria o secundaria. Así, el carácter nervioso es un emotivo, no activo y primario. Es, por lo tanto, “nervioso”, impulsivo, inestable, indisciplinado, superficial. Explosivo, pero inactivo con una vida un tanto irregular. A San Francisco de Asís le asignan muchos rasgos del nervioso.

Por su parte, el sentimental es también emotivo y no activo pero goza de la secundariedad. Resulta ser una personalidad introvertida, tímida, indecisa, conservadora, reflexiva, constante, pesimista y algo embrollada. Dicen que el cura de Ars fue un santo sentimental.

Los valores del sanguíneo y del flemático.
Estas dos personalidades son activas pero no emotivas. Una es primaria y la otra secundaria. El carácter sanguíneo es activo pero es primario y no emotivo. Resulta ser una personalidad práctica, observadora, buen diplomático y comerciante pero presta poco interés al mundo interior. Práctico, observador, diplomático y con poco interés por el mundo interior. Para muchos, sanguíneos fueron Santo Tomás Moro y San Bernardino de Siena.

El carácter flemático tiene dos buenos rasgos, pues es activo y secundario pero no es emotivo. La personalidad del flemático es un tanto fría, firme y constante, objetiva y organizada. Habla poco y se mantiene imperturbable. Algunos rasgos del flemático tienen santos como Juan Fisher y Pedro Canisio.

Superar las carencias del amorfo y del apático.
Son las personas más pobres porque carecen de emotividad y de actividad en grado aceptable. La diferencia radica en la resonancia, primaria en uno y secundaria en otro. En concreto, el carácter apático no es emotivo ni tampoco activo pero su resonancia es secundaria. De todos modos es, por genética, un perezoso, sin interés por los demás. Algo terco y cerrado. Poco emprendedor, poca habilidad y sensibilidad. Pero un tanto empírico, pragmático y persona tranquila. Con esta pobreza temperamental trabajó y se santificó San José Copertino.

Y por último, el que dicen ser el carácter más pobre, el amorfo, que ni es emotivo ni activo y además resulta ser primario. También es por naturaleza un perezoso, vacío de sentimientos que se contenta con poco. Gran mérito tuvo Benito Labre al combatir sus defectos temperamentales y llegar a la santidad.
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