A mí nadie me quita la vida
Lo que nunca me podía imaginar es que hubiera tanta gente que admira la vida religiosa “de lejos” y la idealiza como “una casta” diferente, que está inmune a todo lo que ocurre en el mundo que –dicen- es muy malo. Tampoco podía sospechar, que éstos se sientan tan incómodos cuando alguien se juega por lo que cree, no mide y se lanza a por todas, ignorando el qué diran y no claudicando de las exigencias del seguimiento de Jesús. Siento que a veces los religiosos cuando somos consecuentes en causas un poco delicadas, somos incómodos para el sistema y lo mejor es invitarnos a “callar”, “rezar”, etc.
Paso muchas horas en silencio y oración, momentos que fecundan y gestan un compromiso que quema dentro y que es imposible postergar.
Hoy me llamó un amigo cura y me dijo: “-Hace un par de años te amenazaron cuando denunciaste la corrupción de tu País, y a pesar de correr peligro tú y tu familia, publicaste un libro y promoviste una Fundación. Recuerdo que te lo pasaste muy mal. Hoy estás en otros frentes complicados, y quiero preguntarte: ¿no tienes miedo? ¿no te sentirías más tranquila si te limitas a cumplir con tus rezos y sacrificios de la vida monástica, y con eso ya cumples?”
Eso del “cumplimiento - Cumplo + Miento – me repugna, y creo, como decía Benjamín Franklin, que los que cambian su libertad por su seguridad no merecen libertad ni seguridad.
A los 18 años marché de casa porque quería seguir en libertad a Jesús. Hoy, después de 22 años, no pienso mirar atrás y tirar por la borda lo que me ha dado y me da la felicidad: ¿hay alguien más libre que el que no tiene nada que perder, por qué ya lo dio todo a quien a cambio ya nos dio el ciento por uno?
Amigos y amigas, os lo digo con todo el corazón: El Evangelio es muy exigente, pero es un proyecto de vida y una tarea apasionante, ¡mucho más que los deportes de aventura y alto riesgo!, sus sensaciones, ¡son incomparables! y no pasan, van en aumento. Y si viene la dificultad, no te falta su gracia.
Hoy doy las gracias a Dios por el don de la vocación, por todos aquellos que he encontrado en el camino y me han ayudado; por mis hermanos y hermanas en la fe, y por todos los que con su amistad, y también con sus críticas, me han ayudado a madurar y a decir cada día: Gracias, ¡que no solo vale la pena, sino la alegría!
Y como decimos en la liturgia, parafraseando al Profeta Isaías : “Desbordo de gozo con el Señor…Por amor a Sión, no callaré, y por amor a Jerusalén, no descansaré hasta hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
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