Todo es nuevo

En una ocasión iba desde San Justo a la capital de Buenos Aires. Tenía más de una hora de viaje, y eso daba para mucho, ¡hasta para escuchar las conversaciones ajenas!

Esta vez era la de dos jóvenes que se habían puesto trascendentales y divagaban con libertad y sin ningún tipo de complejos. Uno le decía al otro que a él le iba muy bien de que existiera eso de la reencarnación, porque si uno no acertaba en esta vida, tenía otra, y así “se vivía mucho más”.

El otro no estaba muy conforme, porque le preocupaba, si en una vida conocía a Dios por la fe, no estaba seguro de que en otra vida pudiera también conocerle, y que “a lo mejor viviendo otras vidas, se alejaban más del final que debía ser muy feliz”.

Parece que no soy la única que “paraba la oreja”, ya que un chavalito –pibe- de unos 12 o 13 años les dijo: - Yo creo que si hay un Dios, debe ser todopoderosos, porque sino, no sirve, lo superaría cualquiera de nuestros “ídolos” que no pueden hacer gran cosa. Fijaros en Maradona, se cree Dios y va más perdido que un borracho y no puede hacer lo que quiere. Yo creo –afirmó con contundencia- que no hay reencarnación, mi papá dice que si Dios puede hacer todo, “no va ser tan tonto de darnos un alma gastada”.

Pocas veces pude profundizar en este tema con mis amigos de “otras religiones”, pero cada vez que sale el tema, - confieso que es una idea o creencia que nunca asumí como propia- viene a mi memoria aquello de que “Dios si es todopoderoso, no nos va a dar un “alma gastada”, de aquel chaval del autobús, pero sobre todo, la idea y la certeza de que Jesús nos abrió camino, y que un abrir y cerrar de ojos, Él, nos introducirá en el banquete del Padre, y habiéndonos Él merecido esta “entrada”, nos purificará y nos ayudará a ponernos “el vestido de fiesta” para celebrar la fiesta que ¡ya ha comenzado! También la convicción de que es este domicilio, este cuerpo que se nos ha dado como un don, el que será transformado, y entonces seremos "hijos" en la plenitud.

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