La pascua de María y la nuestra

No quiero hacer ninguna reflexión teológica del asunto, simplemente decir lo que evoca esta fiesta en mí, como creyente, y lo que evoca en tiempo de vacaciones: Un aire fresco de esperanza, porque me recuerda que Dios exalta a los humildes, y que derriba del trono a los poderosos; porque Dios se fija en la humildad, y ésta es la que hace que todas las generaciones, “nos acordemos de María”, que supo decir sí, a pesar de su pequeñez: Fiada en la Palabra de Dios.
Y pensando en esta fiesta, leo, no sé si por casualidad, o por providencia, aquella invitación de San Pablo de Romanos 12,1: “Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual” .
Sí, el culto espiritual, agradable a Dios, es ofrecer nuestros cuerpos… después vendrá lo otro, la renovación de la mente, el no acomodarnos a este mundo, y el cumplir la voluntad de Dios, según rezan los versículos siguientes.
¿Por qué digo esto? Porque María subió al cielo y fue glorificada en “cuerpo y alma”, ¡también en cuerpo! Timtohy Radcliffe recordaba que “el cristianismo es la más corporal de todas las religiones, que Dios creó estos cuerpos y dijo que eran “muy buenos”; que Dios se hizo corporal en medio de nosotros, y que Jesús nos dio el sacramento de su Cuerpo, y nos prometió la resurrección de los cuerpos… pero parece que nosotros todavía estamos aprendiendo a encarnarnos en nuestros propios cuerpos”, y nos cuesta darles el valor que realmente tienen. Es verdad que también hay quienes se van al otro extremo y endiosan tanto el cuerpo, que no ahorran “sacrificios humanos” para la autocomplacencia, el hedonismo y el egoísmo exacerbado… ¡de todo hay! Pero los que “somos de misa”, generalmente caemos en el otro extremos.
Este cuerpo, este domicilio, es el que Dios nos dio para buscar su rostro, para amar, para vivir, para servir, para que sea morada suya. Éste cuerpo, es el que Dios escogió para hacerse semejante a sus criaturas una vez que éstas pecaron… ¡Tanto nos amó Dios, que quiso ser uno de los nuestros, y vestirse con carne humana!... ¡No es poca cosa.
Cuando nuestra mente está vacía, nuestro corazón está cansado o inquieto, y cuando hasta nuestras palabras se han secado, se han silenciado, todavía podemos presentar nuestros cuerpos ante el altar como un sacrificio más o menos vivo.
Presentar a Dios nuestro cuerpo, implica liberarnos del nerviosismo, de lo que pasa por nuestro corazón y nuestra mente. Si nuestra mente está distraída para orar, todavía podemos presentar nuestro cuerpo.
En medio del ritmo frenético que nos impone la sociedad y este tren de alta velocidad al que nos hemos subido, un modo eficaz de orar será parar todo ese activismo con el que alimentamos nuestro sentimiento de importancia, y no hacer nada. Ese será un buen sacrificio agradable a Dios: “ofrecer nuestro cuerpo” sin hacer nada, simplemente bajándonos de este tren por unos días, o permitiendo que el tren se detenga, para contemplar el paisaje.
Por último, os hago una propuesta: “La del balneario”. Me explico: Hoy está muy de moda el mundo de los balnearios en los que se ofrecen diversos tratamientos para la salud del cuerpo. Unos ofrecen buenos tratamientos para la artrosis, otros para los riñones, otros para las cervicales, y otros un tratamiento integral para relajarse. Lo cierto es que resultan beneficiosos fundamentalmente porque son un lugar de descanso donde es posible un restablecimiento del cuerpo que ayuda a recuperarse, a restablecer las fuerzas. Y estos tratamientos conllevan abandonarse y dejarse sin resistencias en manos de quien sabe cuál es la medicina que necesitamos.
Unos días de vacaciones pueden ser unos días de cierta convalecencia espiritual en los que nos sumergimos en baños de silencio, de oración, de reposo… Unos días para regalaron horas de reposo y silencio sin buscar alivios, ni sucedáneos…. Aunque sea costoso, o duro, es bueno entregarse al silencio, a la oración, porque ella hace emerger la mejor verdad que podemos vivir.
Unos días para recibir, para dejarnos rehacer. Pero para eso hemos de poner de nuestra parte la acogida, la receptividad, la perseverancia, la escucha atenta…
María ya está contemplando cara a cara a Dios, Ella, gozando de la Pascua eterna, en cuerpo y alma, nos ha abierto camino, y nos dice que la muerte no tiene la última palabra, que Dios es fiel, y que todos viviremos con Cristo, porque su resurrección es nuestra.
Buen agosto y feliz día de la Asunción
www.dominicos.org/manresa