¡Lo que valen las riquezas de la Iglesia!

No voy a hablar de las banalidades que se dicen para descalificar a la Iglesia apelando a “las riquezas del Vaticano”, “las obras de arte”, “los palacios episcopales”, y un largo etcétera. Tampoco voy a entrar en la defensa o el ataque a la falta de austeridad o a la opulencia de algunos, muchos o pocos, cristianos. Simplemente quiero hablar hoy de las auténticas riquezas de la Iglesia, que no brillan pero valen más que el oro, y que sin duda son los dones que el Espíritu reparte generosamente y que se manifiestan de diversas formas en cada persona, en cada cristiano, que también son diferentes.

Mossèn Joan Torra, capellán durante varios años de mi comunidad, -entonces vicario episcopal del obispo Joseph Ma. Guix- solía decir que la Iglesia es como un gran abanico en el que lo realmente importante es el punto central en el que todos estamos unidos, y que van de un extremo al otro pasando por el centro y gozando de todos los matices del recorrido. Ese punto de unión, encuentro y comunión es sin duda Jesucristo.

No me asusta ni preocupa que a Manresa vengan los hermanos del Verbo Encarnado; no todo el Opus Dei es lo que “se dice” –mis padres son de la obra y yo crecí a su sombra-; tampoco me aterra que digan que la teología de la Liberación “es mala” o es un “monstruo” destructivo, ¡todo lo contrario!, ni que la Vida Religiosa atraviesa una larga crisis de identidad, o que……

Si estamos unidos en el “centro”, seguro que nos vamos a amar y respetar más allá de nuestras diferencia, y segurísimo que vamos a dejar de perder el tiempo y las energías en tantas luchas intestinas de derecha e izquierda, avanzados y conservadores, etc. esas que tanto tiempo nos hacen perder, y lo que es peor, a veces nos envenenan el alma y nos distraen de “todo lo somos y tenemos” y del servicio del Reino.

Es tiempo de “negociar” con los talentos que se nos han dado y disfrutar de la riqueza que da la diversidad; es tiempo de servir al Evangelio desde el amor a fondo perdido.

Si cada uno, es fiel a su conciencia, y procura beber de la fuente del Evangelio, de las bienaventuranzas, seguro que vivirá con más libertad de espíritu y que descubrirá y valorará la riqueza de los otros, y hasta dará gracias de que seamos diferentes para poder llegar “humildemente” a todos, como cada uno buenamente puede.

Si nos tomamos “en serio” el Evangelio, seguro que dejaremos de hacer el ridículo con nuestras batallitas y seremos capaces de transmitir “aquello” que se nos ha dado gratuitamente para compartirlo.

Brindo por esta riqueza de la Iglesia, que es la auténtica y que se manifiesta en cada cristiano, tal y como es. Y os invito a disfrutar del abanico de la diversidad, que os aseguro nos permite deleitarnos y gozar del refrescante “aire del Espíritu” que todo lo hace nuevo.

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