El Arzobispo nos dice: “No pierdan la paz….”

*Carlos Aguiar Retes visitó Xochimilco, sede de la VIII Vicaría "San Juan Bautista".
*Ante el presbiterio explica las causas de la comunicación a cuentagotas del Arzobispado por sacerdotes asesinados
Guillermo Gazanini Espinoza / En la semana que concluyó, el Arzobispo Primado de México visitó dos territorios de la Ciudad de México contrastantes y llenos de desafíos: Iztapalapa y por la tarde del viernes 27 de abril, la VIII Vicaría “San Juan Bautista”; esta última tiene por centro neurálgico la zona de Xochimilco, Iglesia formada por los pueblos originarios que datan de tiempos prehispánicos. Organizados en mayordomías y fiscalías herencia de la primera evangelización, sus habitantes están orgullosos de las tradiciones pasándolas de generación en generación. Son custodios del amado Niñopa, el Niño Jesús, que bendice y protege sus barrios, costumbres y hasta la religión misma.
No se entiende Xochimilco sin esta devoción que es esencia de un pueblo fiel que “tira la casa por la ventana” al tratarse de sus fiestas religiosas en torno al centro en el que gravita su idiosincrasia y ser en el mundo, la “catedral” de san Bernardino de Siena, complejo conventual fundado por los franciscanos de la primera evangelización, donde vive el obispo. En esta tradición, sus habitantes se debaten entre esta fidelidad a sus costumbres y el secularismo que agobia por la infinitud de problemas de la Ciudad: Caos vial, desorden urbano, prostitución, proliferación de cantinas y giros negros, decadencia medioambiental, degradación moral y de las costumbres de esa zona, Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Al Arzobispo Primado de México no pudo pasar inadvertido que, en esta visita a la VIII Vicaría, la cosa fue diferente. Tal vez enterado del particular colorido de las fiestas de Xochimilco, la tarde de este viernes fue más adusta y gris, diferente a la alegría extraordinaria cuando un padre Arzobispo es recibido con cantos, banderas, estandartes, chinelos, multitudes abarrotadas para rendir su respeto, bandas de música por doquier, cohetes y cohetones y el amado Niñopa en primera fila. La forma es fondo dirán algunos. Si cada Vicaría marca un distintivo particular, en la VIII, la primera visita de un Arzobispo es el tono en clave de sol que marca el rumbo de cualquier episcopado, sea breve o de muchos años. Es el “bautismo” en la fe que hace el pueblo de la Arquidiócesis de México a su Pastor.
Y es que el encuentro del Arzobispo Primado con el clero y fieles tuvo el sello que caracterizó a otras visitas que se dicen de reconocimiento de la realidad arquidiocesana. Ante el auxiliar que encabeza este inmenso territorio, el potosino Mons. Andrés Vargas Peña de 72 años, y más de 50 sacerdotes sirviendo en 70 parroquias y 25 rectorías, hubo el mismo rigor de protocolo gerencial para que el Arzobispo sea más reconocido en lugar de reconocer.
Una artificial cordialidad escondió el ambiente tenso y de incertidumbre ante la escasa información de objetivos claros, precisos y abundantes que trazan cualquier empeño de sinodalidad y de diálogo con un presbiterio de notables potencialidades. Aquí se dejó de nuevo el utópico propósito de construir Unidades Pastorales, el financiamiento pastoral como si se tratara de parroquias del primer mundo, las transformaciones a los planes de estudio de los futuros sacerdotes y los proyectos de rehabilitación de templos y monumentos históricos dañados por los sismos de septiembre, eso sí dejado ya muy en claro que, a pesar de influencias, el Arzobispo Primado no tiene el poder suficiente para acelerar su reparación ni obtener los recursos urgentes y necesarios.
No obstante estos cauces de cordialidad a los que el Cardenal hizo referencia como de sonrisas y de satisfacción, la realidad fue otra. Y es que en el ambiente pesó la natural inquietud sobre la dramática situación de violencia contra sacerdotes de los últimos días, uno de esos casos tocó a la misma Arquidiócesis de México.
Uno no sabe qué expresar sinceramente al escuchar cómo, quien se pone como Primado, queda en último lugar para consolar, orientar y fortalecer en la fe y motivar la esperanza ante la desesperación: “No podemos, como Iglesia, emitir conclusiones o interpretaciones mientras no tengamos información completa de las circunstancias. Sin embargo, yo estoy convencido de que su muerte, así como la muerte de otros sacerdotes, no tuvo que ver con el hecho de que era sacerdote, sino que es producto de la violencia que se vive en el país”.
Nadie discute que allegarse de información vital es esencial para resolver las particularidades del caso y no cometer equivocaciones; sin embargo, la noticia del último deceso de un sacerdote por circunstancias violentas fue conocido doce horas antes a la emisión de un parco, frío y burocrático comunicado de prensa que pareció un asunto de trámite para arrojarlo a la prensa, más que un mensaje de consuelo y de esperanza para demandar la justicia ante un hecho por demás objetivo: Que el cuerpo de un anciano sacerdote, plenamente identificado y colaborador de uno de sus Cabildos, fue abandonado y arrojado como si fuera el de un animal en un paraje desolado de una deprimida colonia morelense.
Convencido de que esto es “producto de la violencia que vive el país”, la lectura de estas palabras surgidas del arzobispal corazón del Cardenal tiene un mensaje muy infortunado que no puede soslayarse. Así lo hicieron los presbíteros de la VIII Vicaría cuando reclamaron, con justa razón, una comunicación más eficaz que ahora pretende justificarse con entelequias argumentativas de “comunicación interna y comunicación externa”.
Lo grave del asunto es que el amado Arzobispo Primado de México se enfocó en un mensaje que no fue bien cuidado: las muertes, como la de su sacerdote, no son normales por sufrir este demencial estado de violencia. Lo normal no es invertir en bardas perimetrales, ni tomar medidas excesivas de seguridad, ni aprender “el uso básico del manejo de armas” como el Arzobispado de México lo hizo saber ante la publicación de un pretendido protocolo lleno de obviedades. Lo normal es vivir en paz. Palabra, por cierto muy recurrida, esta tarde de viernes como hecho extraordinario.
Mientras otras diócesis, arquidiócesis y aún la Conferencia del Episcopado Mexicano han manifestado el repudio y dolor por estas muertes infringidas, en algunos casos, de forma directísima contra miembros de la Iglesia -laicos, sacerdotes y obispos- Su eminencia paradójicamente trató de apaciguar las aguas con un placebo de “normalidad” y ultraterrena paz que rayó en la indiferencia en una Vicaría donde el delito y la violencia son moneda de cuño corriente. Más adelante esto tendría una desafortunada confirmación como práctica ya de normalidad en este joven gobierno arzobispal: Dos días después de la visita a la VIII Vicaría, en la misa dominical vespertina del V domingo de Pascua en Basílica de Guadalupe, la oración colecta no tenía, originalmente, mención alguna del nombre del sacerdote fallecido en Cuernavaca. Un acólito, casi al término de la misma, pasó en un papelito la intención escrita por el eterno descanso y “no dejar fuera” la memoria del anciano sacerdote. Tal vez el celebrante aún esperaba “información completa de las circunstancias” del caso.
Tras su visita a la “San Juan Bautista”, el Arzobispo Primado de México manifestó su beneplácito por el trabajo del enorme presbiterio; sin embargo, no hubo un tono en clave de sol y sí dos distintos y discordes: incertidumbre e indiferencia. Su homilía hizo ahínco para “no perder la paz”, pero la perplejidad se denotó cuando en la VIII Vicaría, este sosiego para todos los corazones no alcanza a llegar defraudando las expectativas hechas por este nuevo arzobispado que sigue levantando más muros que puentes de diálogo y sinodalidad.
Se dice que el Cardenal Carlos hará anuncios de transformación profunda en los siguientes meses. Así lo esperamos. Sin embargo, hay un riesgo que, si se me permite, puede ilustrarse con la siguiente alegoría. Meter el acelerador por puro capricho unilateral cuando se lleva un camión pesado es de mucho riesgo. Antes debería consultarse a quienes saben realmente cómo debe ser operado porque requiere de mucha pericia soportada por años de ministerio. No es como una camioneta blindada, tampoco un BMW color verde botella. Ese camión es la Arquidiócesis Primada de México. Cualquier curva mal tomada puede llevarlo al despeñadero. Aun así, el Arzobispo nos dice: “No pierdan la paz”.
