Migrantes, un llamado a la solidaridad




Guillermo Gazanini Espinoza / 18 de diciembre.-“No me importa lo que me hicieron. Pero lo que le hicieron a todas esas mujeres, eso duele más. Eran diecisiete. Diecisiete mujeres que regresaban cada noche más tristes, más heridas, más golpeadas.
Yo no voy a olvidar nunca lo que vi. Tengo miedo de que ahora vienen los de migración por mí, me vean los otros policías. Los policías municipales estaban del lado de los delincuentes. Pasaban todos los días y, pues, les daban yo me imagino que una cuota porque, digo yo, si no, pues los policías nos hubieran ayudado a salir y nada. No hicieron nada.

Es que si miran mi rostro van a reconocerme, van a saber que escapé. Mi compañero se bajó del tren porque se moría de hambre. Nos daban de comer dos tortillas al día. Y las mujercitas esas, a mí me recordaban a mi hija. Yo le prometí a mi hija que la iba a traer de allá, de los Estados Unidos, una mochilita rosa para la escuela.

No puedo dejar de llorar… Pues ya no llevo la mochilita, pero al menos me salvé, al menos la voy a volver a ver. Tengo pesadillas diario. Prometo que ya nunca más voy a salirme de mi tierra. Yo, yo sentía que me moría.

Estuve diecisiete días secuestrado. Diario entraban entre tres y cinco personas nuevas. A los que no pagaban rescate se los llevaban pa´fuera a que, decían estos desgraciados, vieran las estrellas de cerca.
Todos los días sueño que me matan, así que sus tablas me rompen el corazón. Es que nos paraban frente a la pared, con las palmas recargadas y las piernas bien abiertas y entonces, con una tabla gorda, se ponían a pegarnos hasta que caímos de rodillas, llorando. Aquí todos, en algún momento, nos quebramos. Ya ni nos daba pena llorar, éramos como perros aullando, como animales, pues.

Nunca debí haberlo intentado. Yo creía que lo lograría. Estaba tan cerca de cruzar. ¿Por qué hay mexicanos tan malos? Entiendo que hay algunos de nosotros que no somos buenos, pero la mayoría pues sólo queremos cruzar para ir a trabajar a Estados Unidos y traernos unos dólares pa´nuestras casas. Y luego, pues sí, entre los malos también había extranjeros, había guatemaltecos. También mexicanos secuestrados, como once, sí, un día había once, luego llegaron más. Sólo quería un trabajo para pagar mis deudas, pero ya no quiero nada”1.


Es sólo un testimonio, el drama y dolor de un ser humano a quien se le han negado mejores oportunidades de vida en su país natal. Desde la pérdida de sus bienes hasta lamentar el fin de vidas humildes y trabajadoras, todos los días en México estas historias se repiten, anónimas, sin ayuda o misericordia; desconocidos que entraron a una tierra extraña, extranjeros tratados como delincuentes, criminales peligrosos; su único delito es carecer de documentos y transitar por un país que, en lugar de darles las oportunidades, los usa y explota; los secuestra y esclaviza; los desaparece y asesina.

A pesar de la defensa de las leyes mexicanas para tutelar y garantizar sus derechos fundamentales a la vida, libertad, tránsito y trabajo, las autoridades corrompidas y el crimen organizado han formado una mancuerna terrible en la trata de personas que migran hacia el norte para buscar mejores oportunidades laborales o lograr la anhelada reunión con los seres queridos. Mientras transcurre el tiempo, el drama de los extranjeros aparece como un desastre humanitario cuya característica es la indiferencia e insolidaridad, no sólo de responsables, también de cualquier ciudadano.

Políticas internacionales de defensa a migrantes
La Asamblea General de la ONU, dado el interés creciente de los Estados para atender y proteger los derechos de los migrantes, proclamó al 18 de diciembre de cada año como Día Internacional del Migrante para animar a los miembros de las Naciones Unidas a fortalecer sus legislaciones y realizar acciones en defensa de sus derechos advirtiendo los penosos y arbitrarios ataques en tierras que no son las propias.

En 2012, los informes de las Naciones Unidas denunciaron que algunos países criminalizaron a los extranjeros al entrar irregularmente a sus territorios siendo privados de su libertad sin las asistencias legales para afrontar los debidos procesos penales, amén del desamparo médico, la carencia de traductores e intérpretes o facilitar los medios pertinentes para el contacto con familiares o las autoridades consulares2.

Concatenado a los puntos anteriores, los organismos internacionales consideran que las autoridades migratorias de cualquier país deben tener específico cuidado en el tratamiento de los extranjeros, especialmente en su custodia sin ser equiparada a la de delincuentes; en otro aspecto, se demanda un mayor respeto de los derechos humanos de los grupos vulnerables, de las mujeres y niños quienes deberían gozar de instalaciones distintas, tratos médicos adecuados para las embarazadas y considerar los intereses superiores en el resguardo de los niños y su unión familiar. No obstante, los flujos migratorios toman características diferentes y esas dinámicas son afectadas por acciones reprobables de autoridades y de las bandas del crimen organizado como el caso de la trata de personas.

México, el país asesino de migrantes
La historia de México se forjó por los flujos de personas que llegaron y fundaron los centros de población con nuevas esperanzas y un futuro cierto para sus familias. No obstante, las crisis económicas, la injusta distribución de la riqueza, el engrosamiento de la pobreza, el desempleo o el hambre de regiones paupérrimas compelen a la expulsión de centroamericanos hacia los Estados Unidos, siendo paso obligado el territorio mexicano.

Sin embargo, y pesar de la modernización de la legislación en materia de población y migración3, nuestro país se ha convertido en el lugar de la pasión y muerte de extranjeros indocumentados; desafortunadamente, sus condiciones desventajosas son campo fértil que abona intereses mezquinos e inhumanos que explotan estas condiciones de vulnerabilidad de hombres, mujeres y niños sin respeto o distinción alguna. Los casos han indignado a la opinión pública y a nivel internacional se señala a México de irresponsable al no actuar ni ejecutar políticas humanas más fuertes en defensa de los migrantes.

En agosto de 2010, militares hallaron los cuerpos de 58 hombres y 14 mujeres en un paraje del Estado de Tamaulipas. La masacre de San Fernando fue una matanza de migrantes de Centro y Sudamérica quienes habían salido de Veracruz hacia los Estados Unidos. En su camino fueron interceptados por el otrora brazo armado del Cartel del Golfo para ser reclutados y extorsionados; la negativa de los migrantes se pagó con la muerte. Este deleznable y vergonzoso capítulo no quedó cerrado; al año siguiente, en abril de 2011, se conoció el hallazgo de más fosas donde fueron arrojados más de cien cuerpos de personas secuestradas en este modus operandi del crimen organizado.

De acuerdo con el Informe Especial sobre el secuestro de migrantes de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en 2009 fueron privados de la libertad cerca de 9,758 migrantes, siendo los Estados de Veracruz, Tabasco, Tamaulipas, San Luis Potosí y Chiapas los de más alta incidencia en la violación de los derechos humanos de los migrantes.

En agosto de 2013, el descarrilamento de La Bestia, el ferrocarril proveniente del sureste mexicano, puso de nuevo algunos titulares en los informativos sobre la pasión de los indocumentados. Cualquier observador es impactado por las dramáticas y tremendas imágenes donde cientos de seres humanos se apilan en los vagones de carga para hacer más ágil su tránsito hacia los Estados Unidos. Al incapacitar esta vía de comunicación, los migrantes encaran el via crucis al ser perseguidos por autoridades corruptas y bandas criminales quienes infieren maltratos cruentos develando un Estado fallido en esta tragedia humana.

Otro punto que llama la atención es el aumento de la migración femenina. Dadas las nuevas dinámicas de población, las mujeres ya no son las sumisas y pacientes en espera de sus maridos y parejas en búsqueda del american dream; ahora marchan solas para reencontrarse con quienes se han adelantado o porque desean, para sí mismas y sus hijos, un estilo de vida distinto al de sus países natales. Si bien los expertos coinciden en señalar el aumento en el número de mujeres migrantes, también advierten de su mayor vulnerabilidad al ser víctimas de delitos más crueles e inhumanos.

México es considerado un paraíso del turismo sexual y de la trata de personas cuya incidencia delictiva se concentra mayormente en destinos de playa y ciudades fronterizas. De acuerdo con reportes internacionales y estudios sobre migración de mujeres4, en 2009 se detectaron cerca de cuarenta y siete bandas dedicadas a la trata y esclavitud sexual. Las mujeres privadas de su libertad sirven para satisfacer las necesidades del mercado interno y también son usadas para abastecer las exigencias de Europa, Asia y los Estados Unidos. Hay, por otro lado, la evidencia de impunidad protegida por la corrupción de autoridades, evidentemente sin persecución o castigo alguno; basta recordar al indignante y vergonzoso góber precioso cuyo juicio político reposa en la Cámara de Diputados sin sustanciación alguna5.

En la opinión pública mexicana, por lo tanto, hay falta de conciencia sobre el problema migratorio que hoy se afronta en su cruda dimensión. Una idea falsa, sea por desinformación o falta de interés en el tema, permea sobre la condición de este país como gran receptor de flujos migratorios. Las víctimas evidentes de la violencia, la lucha contra las drogas y el crimen organizado son ellos, los extranjeros quienes, sólo por serlo, han perdido cualquier garantía.

La búsqueda de soluciones legales, políticas y sociales ya no son opción, son imperativas. La agenda nacional viene a ser ocupada por temas de mayor relevancia que el de la redención de la política migratoria mexicana para ser desarrollada de forma integral, vencer la impunidad e integrar a los tres órdenes de gobierno en la aplicación de la ley de forma humana y solidaria. El capitalismo neoliberal y salvaje, las condiciones injustas, las inequidades y la mezquindad hacen difícil dar un pronóstico certero sobre el futuro de los migrantes cuya deuda nos está endosando documentos de difícil cobro y reparación; sin embargo, sí es notable la aparición de un sector de la sociedad civil en pie de lucha para acabar con esto y apelar a la solidaridad de todos en defensa de la dignidad de los señalados como no iguales a nosotros.

Iglesia y migrantes, solidaridad
La Iglesia creció y se formó de las migraciones. Sus inicios estuvieron enraizados en el movimiento profético y misionero desprendido de la tierra de Jesús para llegar a los confines del mundo. Esta experiencia capacitó a las iglesias particulares para fundar apostolados bajo este signo profético de defensa de los derechos de los migrantes y de su dignidad sin importar obstáculos e incluso en lugares donde sus ministros y agentes afrontan la persecución y el riesgo de perder la vida.

Si bien hay perspectivas bíblicas donde la movilidad y dejar la tierra implican el fundamento de esta vocación (cfr. Mt 28,19), es hasta 1870 cuando la Doctrina Social de la Iglesia responde sistemáticamente al fenómeno de las migraciones europeas hacia América invitando al examen de sus penurias y sufrimientos. Advirtiendo de estos peligros, el Papa León XIII constituyó las primeras comisiones pastorales para la movilidad humana. En esa época refulge la figura del beato Juan Bautista Scalabrini (1839-1905), patrono de los migrantes y elevado a los altares por Juan Pablo II, el 9 de noviembre de 1997.

Paulo VI también dedicó magisterio específico. El motu proprio Pastoralis Migratorum Cura, del 15 de agosto de 1969, enunció acciones concretas para seguir los problemas derivados de las migraciones, particularmente en la formación y preparación especializada de sacerdotes para la atención de migrantes; a mayor abundamiento, la Carta recomienda la organización de consagrados y laicos para involucrarse en estos apostolados y llevar a cabo las acciones coordinadas entre organismos diocesanos, nacionales e internacionales para la defensa y tutela de los derechos de las personas que se ven obligadas a dejar sus tierras. A raíz de Pastoralis Migratorium Cura, Paulo VI, a través de otra carta en forma de motu proprio, Apostolicae Caritatis del 19 de marzo de 1970, dio estabilidad a la pastoral migratoria de la Iglesia con el fin de unir los esfuerzos de los organismos eclesiales dedicados a la Pastoral de la Movilidad Humana.

Treinta y cinco años después de las iniciativas del Papa Montini, la Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y publicada el 3 de mayo de 2004, actualizó la pastoral migratoria para ser una nueva experiencia de evangelización y de misión (cfr. Presentación de la Instrucción). Ante los problemas advertidos, la instrucción invita a despertar la solidaridad de todos y vencer los males que, precisamente, no incitan a este llamado. Apunta a que la situación de inseguridad de los extranjeros causa temores y miedos en muchas personas que sienten a los inmigrantes como un peso, los miran con recelo y los consideran incluso un peligro y una amenaza. Lo que provoca con frecuencia manifestaciones de intolerancia, xenofobia y racismo (no. 6).

La relación del Magisterio de la Iglesia sobre el fenómeno migratorio no ha querido ser exhaustiva en este artículo para Vida Pastoral; sin embargo se advierte que este apostolado ha cobrado dimensiones globales y sus esfuerzos no pueden minusvalorarse teniendo en cuenta que son cientos de agentes, entre clérigos, consagrados y laicos, realizadores de un apostolado bien organizado en el que, quizá no pocas veces, se ha visto comprometida la seguridad e integridad con el fin de que la Iglesia sea migrante con los migrantes.

La magnitud del problema ya no debería ser un asunto que corresponde a otros. Todos los días encontramos sucesos y hechos lamentables interpelantes de nuestro quehacer cristiano hacia estos sectores vulnerables. Como se ha mencionado arriba, la familia de Jesús fue obligada a dejar su tierra ante las amenazas que se cernían contra su vida (Mt 2,15) y serán llamados benditos y bienaventurados los que han recibido a los extranjeros en su casa (Mt 25,35).

Y trae aparejada la práctica de una virtud, la cual, desafortunadamente, ha sido objeto de políticas populistas y demagógicas que han desacralizado su significado: la solidaridad. ¿Y qué quiere decir esto? Al ver a un refugiado, el dolor del otro se hace propio para mover nuestra misericordia. La solidaridad implica el sentido de la común pertenencia, ofrecido ya por la razón humana, de que todos formamos una sola familia humana, a pesar de nuestras diferencias nacionales, étnicas y culturales, y de que además dependemos los unos de los otros. Esto implica una responsabilidad: somos, en efecto, los guardianes de nues¬tros hermanos y hermanas, dondequiera que vivan. La apertura a las necesidades de los demás incluye nuestro relacionarnos con el extran¬jero, que puede ser justamente considerado como «el mensajero de Dios que sorprende y rompe la regularidad y la lógica de la vida diaria, acercando a los que están lejos»6.

Y este grito de solidaridad interpela nuestras conciencias. El Santo Padre Francisco lo hizo saber en julio de 2013 en su visita a Lampedusa para escuchar los testimonios del drama de aquellos que han sufrido en su travesía por los mares. La pregunta hecha por Dios a Caín (Gén 4,9), no es sólo una referencia bíblica del crimen contra quien está próximo a nosotros, ¿Dónde está tu hermano? La voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad!7

Acerca del autor
Guillermo Gazanini Espinoza es Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México (CACM).

Artículo aparecido en Vida Pastoral, noviembre-diciembre 2013.

http://www.vidapastoral.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=293:migrantes-un-llamado-a-la-solidaridad
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Notas bibliográficas

1 Testimonio de un migrante contenido en el anexo del Informe Especial sobre secuestro de migrantes en México de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, pp. 75-76, 22 de febrero de 2011.
2 Cfr. el informe del relator especial de la ONU sobre los derechos humanos de los migrantes publicado el 2 de abril de 2012 durante el 20º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
3 La nueva Ley de Migración fue publicada el 25 de mayo de 2011 en el Diario Oficial de la Federación. De esta forma, el legislador separó los temas migratorios de la Ley General de Población.
4 La cifra está referida en el informe de la American Bar Association Human Trafficking Assessment Tool Report for Mexico de marzo de 2009.
5 La denuncia fue promovida por legisladores del PRD en 2006. Al final de la LIX Legislatura, en mayo de ese año, diputados del PRI y PVEM en la Subcomisión de Examen Previo lograron retrasar el análisis, discusión y resolución del caso por lo que el asunto quedó en la congeladora.
6 Pontificio Consejo Cor Unum; Pontificio Consejo para los Emigrantes e Intinerantes. Acoger a Cristo en los refugiados y desplazados forzosos. Orientaciones Pastorales, no. 28, 2013.
7 Papa Francisco, Homilía en el campo de los deportes “Arena”, lunes 8 de julio, 2013, en su visita a la isla de Lampedusa.
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