Padre Couttolenc, adiós al egregio humanista

Guillermo Gazanini Espinoza / 09 de febrero.- Cuando el doctor Tarcisio Herrera Zapién contestó el discurso del padre Gustavo Couttolenc Cortés, al tomar su Silla en la Academia Mexicana de la Lengua el 27 de agosto de 1998, señaló cuál fue la porción del rebaño que tocó pastorear al gran humanista fallecido el 7 de febrero en el Seminario Conciliar de México. Más de dos mil seminaristas formados por un hombre de letras y sacerdote que hizo teología en la poesía. En ese discurso, Herrera Zapién trajo a colación uno de sus poemas sobre la vocación, “Dar la Vida”, que en el párrafo inicial dice:
Soy pastor al cuidado del rebaño;
mi cayado se yergue tembloroso
cuando miro los lobos al acoso
y pretenden causarle cualquier daño…
Eso distinguió a Gustavo Couttolenc Cortés, ordenado sacerdote en 1947 por imposición de manos del Siervo de Dios Luis María Martínez. No hizo una vida parroquial, pero desde 1948, y aún antes de formar parte del orden de los presbíteros, cargó con la responsabilidad de moldear a los futuros sacerdotes, acompañarlos, pastorearlos, a enseñarles la vida de comunidad y eso se dedicó hasta que las fuerzas se lo permitieron. Hombre excepcional que vivió para las Letras, preparatoriano y universitario, en 1967 inició la licenciatura en Letras Hispánicas consumándola con el doctorado recibido en 1977 por una tesis titulada “la Poesía Existencial de Miguel Hernández”. (UNAM, 1979).
La vida de don Gustavo Couttolenc conjugó este amor por las Letras haciendo presente al Verbo. En 1987, en el prólogo de “Viñedo Sangriento”, obra dedicada a su hermano Eduardo y cuñada Vicky, abordó el significado de la poesía religiosa para que, con los sonetos, se adentrara en la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y a la Virgen María, “Vid preciosa de cuyo tronco brotó el sarmiento culminado en racimo salvífico”. No sólo es poesía dedicada al amado Maestro, también insistió en la coherencia existencial, trabajar la vida con alegría “porque nos sabemos conocidos y amados por Aquel que nos pide una actitud semejante para con los hermanos”. Y así era don Gustavo. Quienes eran atendidos por él en la dirección espiritual, disfrutaron de la santa parsimonia y sonrisa del humanista porque sabía que su trabajo era dedicado al Dios de Jesucristo, tomando el cayado para hacer la tarea como veleta azotada por el viento y elevar a los que querían configurarse con el Señor a altos vuelos de eternidad como él mismo explicó en el prólogo de “Viñedo Sangriento”: “Nacidos para el vuelo, nos convertimos en huéspedes audaces de la altura… Estimula el relevo de la noche terrena, en un amanecer glorioso y en la plenitud de una joyante primavera”.
En 1997, su amado Seminario Conciliar de México realizó un merecido homenaje en ocasión de sus Bodas de Oro sacerdotales con la edición de “Viento de la Aurora” cerrando la serie de cuatro poemarios publicados desde 1984: Trébol de Angustia, Acuario y Acuarelas y Viñedo Sangriento. A manera de prólogo, otro de los grandes humanistas del Seminario Conciliar, don Alfonso Castro Pallares (1921-2006), prodigó alabanzas a la obra del homenajeado describiendo como páginas de fuego, sus letras al Amado. Decía Castro Pallares: “Tu Evangelio es la vida pasajera y tu único mandamiento es el amor…” Con esa misma fuerza, el padre Jesús Guízar dedicó un ensayo literario, “Raíces de la fuerza metafórica en la obra de Gustavo Couttolenc”, edición bajo el cuidado del actual vicerrector del Seminario Conciliar de México, el padre Eduardo Lozano. Guízar presenta en la obra esa “parte del mundo metafórico” de Couttolenc, las raíces poéticas y el uso de la palabra florecida como diría Eduardo Lozano. Destaca el sentido de dolor donde el autor toca las fibras mismas de la existencia, pero más allá de ella está la gloria. Guízar señala un recuerdo de 1962, cuando Don Gustavo dictaba clase a sus alumnos: “Viejos, miren lo que dice la poesía moderna: “Me duele el aire…”, y sonreía admirado por la ininteligibilidad de la expresión; sin embargo, poco a poco, comprendió a través de Alfonso Castro que el dolor de la naturaleza, e inclusive “el dolor de Dios” se agarra existencialmente a la piel del alma humana”.
La obra de Gustavo Couttolenc proyectó como signo de la trascendencia en el más puro ejercicio del espíritu humano. Una clave de esta prolija obra del humanista está en Viñedo Sangriento. ¿Por qué escribir en sonetos? ¿Por qué el verso, la metáfora, los endecasílabos como recipientes del sentimiento y pensamiento? Sencillamente para abrir horizontes, para hacer volar al espíritu, que calaran en cada alma por él formada. Si eso sucediese, escribió en julio de 1987, “veré colmados mis esfuerzos y seré feliz”.
La existencia terrena de Gustavo Couttolenc Cortés, aquél nacido en Uruapan el 6 de diciembre de 1921, la tierra –a decir de Alfonso Castro Pallares en su destellante prólogo de “Viento de la Aurora”- de bosques verdes de coníferas donde las mariposas Monarca duermen “con una sonrisa olorosa a miel de maple y de resinas michoacanas”, llegó a su fin después de una fecunda longevidad formando generaciones y generaciones de seminaristas, sacerdotes o no, a quienes acrisoló el temple humano y el espíritu. Vivió discreto, oculto, de cara a Dios en el Semillero al cual le dijo “vívero, plantío floreciente, donde brotarían plantas de amplio ramaje…”, una existencia que tendrá el último homenaje de la Iglesia Arquidiocesana agradecida por una lumbrera que tardará en encender en las siguientes generaciones. No habrá un homenaje en Bellas Artes, ni será traído en procesiones, no habrá mandatarios ignorantes de la lengua ni iletrados que monten guardias adustas y adornadas. Couttolenc murió discreto, pero sabedor de que un día la Pascua habría de llegar, como describió en “Viento de la Aurora”:
¿Cuándo?
Podrá venir mi pascua a cualquier hora
Ignorada por mí durante el viaje;
Sin tener en la senda algún anclaje,
Nos reclama la cita sin demora.
Incansable me tira y me devora
Sin dejar que la prisa se relaje,
Ya segando noblezas de linaje
O rindiendo al plebeyo triunfadora.
Al dejar despedido nuestro mundo,
Habrá que revisar haber y debe
Con miras a colmar todo segundo.
¿Será al anochecer? ¿Será en el día?
¿En el largo padecer o pena breve?
Nada importa, si llega mi alegría.