La paz es de todos o de nadie

Mons. Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia / CEM. 6 de enero.- La paz, o es de todos, o no es de nadie. Para poder gozar de la paz, necesitamos ser todos corresponsables en establecerla, en conservarla, en recuperarla. La paz es fruto de una verdadera solidaridad, requiere que nos interesemos de los hermanos y no sólo del beneficio o ganancia personal. Tristemente, con frecuencia se considera al “otro” como un simple instrumento al que podemos explotar para conseguir nuestras ambiciones, como un objeto al que se le abandona cuando ya no nos resulta útil.

El Papa Francisco nos recuerda en su Mensaje de Año Nuevo la enseñanza de Juan Pablo II: la solidaridad cristiana entraña que el prójimo sea amado, no sólo como un ser humano con sus derechos y en igualdad fundamental con todos, sino “como una imagen viva de Dios Padre, rescatada por la Sangre de Cristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo” (SRS 38). Cuando tomamos en cuenta que somos hijos de un mismo Padre celestial y hermanos en Cristo en el Espíritu, tenemos un nuevo criterio para entender y transformar la sociedad.

La pobreza de todo hombre, no sólo material, es el efecto de la falta de fraternidad entre hombres y entre los pueblos. Por ello crece la marginación, el descontento y las dependencias injustas. Hay mucha gente que no tiene acceso a los servicios, a la educación, a la asistencia médica. No podemos olvidar la “hipoteca social” según la cual, aunque es lícito y necesario que el hombre posea cosas propias, no las tiene como exclusivamente suyas, sino también como comunes en el sentido que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás” (GS 69).

Para promover la fraternidad, el Papa nos invita a vivir de manera sobria, a compartir los bienes con el prójimo. Y no se dirige sólo a los consagrados que han hecho voto de pobreza, sino a todos los que quieren ser auténticos discípulos de Jesús y a todos los ciudadanos responsables que valoran la relación fraterna con los demás como un ideal importante. Las crisis que vivimos son una ocasión para recuperar las virtudes de la templanza y la justicia. “La persona humana es capaz de algo más que desarrollar al máximo su interés individual”.

En el mensaje del Papa hay un apartado que tiene gran aplicación no sólo a las naciones que viven guerras propiamente dichas, sino también para nuestras comunidades que sufren la inseguridad. “Muchos son los conflictos armados que se producen en medio de la indiferencia general. A todos cuantos viven en tierras donde las armas imponen terror y destrucción, les aseguro mi cercanía personal y la de toda la Iglesia”.

Y nos recuerda que todos los católicos tenemos la misión de “llevar la caridad de Cristo a las víctimas, mediante la oración por la paz, el servicio a los heridos, a los desplazados y a cuantos viven con miedo”. Además, la Iglesia quiere alzar su voz para hacer llegar a los responsables el grito de dolor de aquellos que padecen atropellos y violación de sus derechos fundamentales.

Afirma también Su Santidad que es razonable que todo hombre y mujer tengan justas ambiciones de superación. Pero claramente advierte que “no podemos confundir ambición con prevaricación”. Debemos competir en la estima mutua sin jamás considerar al prójimo como un adversario al que hay que eliminar. “El egoísmo individual, que impide que las personas puedan vivir en armonía, se desarrolla en múltiples formas de corrupción y en la formación de organizaciones criminales que, minando la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de la persona, ofenden gravemente a Dios, perjudican a los hermanos y dañan a la creación, más todavía cuando tienen connotaciones religiosas”.
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