Si me pega es porque me quiere

Guillermo Gazanini Espinoza / 29 de enero.- Hace ya una semana que el hecho se regó como pólvora incendiaria en las redes y noticias. Dos actos fueron suficientes para comprender el fin de la obra. Al subir el telón, el gobernador, según el más joven e inmaduro de México, de un partido corrupto que lo único que tiene de Verde es vestir a sus colaboradores como si fueran duendes. Estrechando manos, el joven siente como si tomara la de todos y cada uno de los habitantes del país, escuchando el griterío de las pobres acarreadas que una vez gritaron “Bombón, te quiero en mi colchón”. Promocionado fuera de los límites del Estado pobre, el gobernador mira al fidelísimo, discreto y timorato chaperón usando una vergonzosa gorra verde. Unas palabras al oído, un reclamo, asiente con la cabeza y el cachetadón para después seguir saludando como los hipócritas saludan y moviendo la cabeza negativamente, viendo al subordinado con desprecio y reto, reclamándole, señalando lo “pendejo que eres” mientras el de la gorra verde sólo ve triste, con miedo; mi señor me pegó…
El segundo acto… Hay que olvidar. El gobernador, escenario de fondo una leyenda monumental: “Bienestar”. Dos referencias a su Informe. El tonito cansino del político, ese que alarga a propósito las sílabas de cada palabra. Y llama al de la ridícula gorra verde. Ya tiene un nombre, “Luis Humberto, que pase por favor”, sonriente, pleno, junto al gobernador que pregunta a los electores como si fueran parvulitos. Expresa una disculpa a Luis Humberto quien sonríe y agradece con esas maneras, gestos y manos del político chiquito, sonrisa de oreja a oreja, gozando el momento por estar al lado de su patrón y benefactor. El “incidente accidental” es perdonado, Luis Humberto se lleva la mano al lado derecho del pecho, “seguro serán muchos años más de trabajo” y repite varias veces, “gracias, gracias” tocándose el corazón y como broche el abrazo, el beso, como de amigos entrañables y la fingida venganza que no fue muy tolerada por el gobernador, dos cachetadas propinadas en el rostro simulando una carcajada, ¡qué buena broma! Luis Humberto también lo cachetea como diciendo “ya me vengué”, un estéril esfuerzo que, al final, sólo queda en eso, esterilidad.
En esta carrera electoral hay mucho que analizar de esta trágica obra. No es sólo con memes y desprecio en redes que rápido olvida. Los analistas, indignados con toda razón, llamaron virrey al político de pacotilla, pero lejos de ofenderlo, eso es precisamente lo que quieren ser: virreyes. El gobernador es político de pedigrí con instinto de poder y no vocación por servir, su abuelo fue regente del Estado, el nieto sigue sus pasos. Es estirpe de donde brota el derecho de sangre, sí abominable, porque Chiapas es feudo apacentado por el clan necesario para regir la vida y destino de los chiapanecos. Llamarlo virrey no es ni un araño a su conciencia, ni siquiera vientecillo que le despeine, ellos creen haber nacido y formados para ese destino. Esa casta domina y cree legitimarse de antaño, con autoridad carismática y tradicional avalado por el voto popular, pero no es tatic, es el virrey blanco con todo el derecho para sancionar, denigrar, abofetear y vivir mezquinamente de la política.
Pero dejemos esta cuestión del gobernador-virrey y entremos a lo que realmente duele, a lo indignante, por demás triste, Luis Humberto, ofendido y agradecido. ¿Qué poderosos motivos de temor y esperanza mueven a un alma para soportar la humillación y el desprecio? ¿Esperanza por formar parte del séquito verde y atragantarse de las migajas caídas de la mesa del amo? ¿Temor a su futuro sin el manto del protector? ¿La familia, sus hijos? ¿Esperanza por el mendrugo de poder? En Luis Humberto no se gesta un político profesional, de ser el caso, su posible encargo en la administración reproducirá lo mismo que sufre para afianzarse en la nobleza cortesana del político tratante de personas, como lo es su amigo el gobernador, de quien es colaborador utilizable sin pretensiones de una opinión propia, de un reclamo o advertencia justa ante la incompetencia del jefe. El abrazo que selló la diferencia fue proclive a la apariencia brillante del poder a través del magnánimo gesto tocando el hombro del ofendido. Lavar la cara para limpiar el pecado del desprecio que no se quita con el argumento del borrón y cuenta nueva. Luis Humberto, como muchos subalternos de los soberbios, quiso presumir del poder como un advenedizo y complacerse en la vanidad de las influencias, de ser cercano al hombre que pudiera estar en la grande, pero escondiendo la debilidad e impotencia de vivir a la sombra de un ser humano que ve en el prójimo a un inferior, a un lacayo, un objeto del que se pudiera prescindir.
El político, según la Doctrina Social de la Iglesia, debe tener un principio fundamental: la persona. Y los obispos de México lo afirman en su magisterio: El buen político es cercano a la gente, es capaz de ir al campo de batalla para constatar y escuchar las necesidades de los electores que le permita descubrir las exigencias del bien común. Los obispos llaman a esto una “vocación”, estar al servicio de los ciudadanos. El político debe ser reconocido en su compromiso con la justicia. La coherencia de la persona afirmará la fuerza de la verdad en él y si esto es posible en los políticos, obrarán en consecuencia para dar a cada quien lo suyo y exigir derechos y cumplir con los deberes. (CEM. Mensaje de los obispos del Estado de México con motivo de las elecciones del 5 de julio de 2009. No. II g).
Max Weber decía que un político comete el grave pecado contra el Espíritu Santo cuando “el ansia de poder deja de ser positiva, deja de estar exclusivamente al servicio de la causa para convertirse en una pura embriaguez personal”. En esta época electoral, hay muchos candidatos y políticos borrachos del espíritu y embotados de conciencia, pragmáticos y traidores de sus nobles ideales para contender por el hueso, cueste lo que cueste. Hace falta mucho valor y un alto sentido cívico del servicio para estar al frente de un Estado o de un municipio. Conocer a un político sabio y de grandes virtudes es lo mismo que indagar en el pajar porque en el mundo al revés del político están puestos los vicios como fines últimos, la excelencia es manipulación; el trabajo, pragmatismo; la admiración, humillación; la incompetencia, eficacia. Crecen en vicios metamorfoseados en raras virtudes. Como Luis Humberto, “Si me pega es porque me quiere”.