Nos queremos lavar las manos con el argumento de que la Iglesia es humana

Días atrás, examinando algunos documentos que tenía archivados, me encontré un escrito del Curso Introductorio del Seminario Conciliar de México. Esa etapa, con todas sus ilusiones e incertidumbres, inició en agosto de 1995. El documento que menciono fue un análisis “rústico” de la Exhortación de Juan Pablo II, “Pastores Dabo Vobis” para el módulo de Orientación Vocacional el cual, si no mal recuerdo, fue dirigido por el Pbro. Arturo Sánchez, un sacerdote joven ya finado.
Quisiera compartir la segunda parte de este documento que fue una opinión personal de la vida de la comunidad del Curso Introductorio a la luz de los lineamientos de la Exhortación del Papa. De antemano pido disculpas por la redacción pues traté de conservar mis ideas y emociones al respecto tal como las plasmé en esa ocasión. Creo que en muchos puntos hay coincidencia, en otros ya habrán cambiando la opinión, gracias a la madurez que han dado trece años después del inicio de esa experiencia.
“II. Necesidades urgentes.
En la actual vida de Seminario, he tenido la oportunidad de analizar algunos aspectos que llamaría “necesidades urgentes” y que, a la luz de la Exhortación, pasaré a considerar:
I. La identificación con Jesucristo, Cabeza y Pastor. No es necesario que el candidato sea sacerdote para tener de inmediato esta configuración. Como cristiano debe tenerla ya e irla definiendo en su formación. Desafortunadamente tal configuración no existe o pocas veces se puede identificar realmente.
Me atrevo a decir que la comunidad del Seminario muchas veces no cumple con el objetivo y en lugar de configurarse con Jesucristo, Cabeza, se configura con el chisme, la crítica y la formación de vicios que, si no se corrigen, se llevarán arrastrando hasta el ministerio siendo el mayor perjudicado el Pueblo de Dios.
II. Los cuatro rubros de la formación.
ASPECTO HUMANO. Debe crear hombres maduros, lo que no observo en el Seminario. Por ejemplo, la madurez se ve desde los primeros días de la comunidad fundamentada en el respeto; sin embargo, si alguno vive la piedad es atacado y calificado despectivamente.
ASPECTO ESPIRITUAL. Tiene parte el mismo candidato, pero el Seminario no ha dado los elementos que se requieren para el fortalecimiento del candidato. Se cae en la rutina, no hay innovación y dinamismo. En la misa siempre hay los mismos cantos y no existe la apertura porque ya se encuentra establecido; las mismas melodías que llevan al tedio y rutina. ¿Cómo somos innovadores? ¿Cómo nos enseñan los formadores a innovar?
ASPECTO INTELECTUAL. Estamos cayendo en el desafortunado camino de la recopilación de datos. Salvo algunos formadores que son excelentes en la transmisión de conocimientos, los demás no muestran ese interés y, por lo tanto, se llega a la mediocridad, cómodo refugio.
Tenemos la culpa por no cultivar el amor al estudio y en lugar de eso fomentamos la flojera y la cultura del “ahí se va…” Otro tanto lo tienen los formadores que creen que la educación es pararse frente al alumnado y arrojarle datos como se avientan piedras al cielo, creyendo que llegarán al infinito cuando se sabe que van a caer.
ASPECTO PASTORAL. No puedo distinguir o calificar el trabajo de cada estudiante. Mi experiencia ha servido para reflexionar, madurar y tener un mayor compromiso con el Pueblo de Dios. Veo con gran desánimo que ninguno de nuestros formadores se ha interesado por ir personalmente a las comunidades y tener un contacto directo con las actividades apostólicas.
CONCLUSIÓN
El Seminario podría ser la comunidad que se identificara con la comunidad apostólica que acompañó a Jesucristo Cabeza y Pastor. Podría ser una verdadera comunidad que se unificara en torno a un ideal y de servicio a la Iglesia. Podría formar personas capaces que se cuestionen continuamente sobre su vocación de servicio y entrega, que requiere de un compromiso de vida y no de las formas para acomodarse para llegar al episcopado, hacer carrera eclesiástica, chismes de curas, adquirir bienes materiales o ser ‘barbero’ del superior con el fin de agarrar algún huesillo eclesiástico.
Debería crear siempre la pregunta sobre nuestra estancia, sobre la dimensión trascendente que queremos compenetrar. Debería tener formadores capaces de serlo, alumnos que conservaran la alegría de su vocación y del Evangelio para no acomodarse en el evangelio de la rutina. Nos queremos escudar y lavar las manos con el argumento de que la Iglesia es humana, con eso queremos justificar nuestra mediocridad olvidando a lo que hemos sido llamados principalmente, a vivir en la santidad”.
Estas fueron mis conclusiones en aquel trabajo. Por cierto, el evaluador puso la siguiente nota al final: “Es importante las observaciones y la crítica, dura, pero cierta que haces del entorno que vives. Ojalá me las puedas facilitar”.
Reconozco que estas consideraciones son parciales, pero en ese momento reflejaban el ánimo de muchos que chocaba con la realidad comunitaria… al fin y al cabo, una realidad que también mostró las carencias y problemas de toda sociedad, no obstante ser “la comunidad que quiere permanecer cerca de Jesús…” Tal vez, transcurrido el tiempo, algunas de estas cosas ya fueron superadas.