“Tenía temor de perjudicar la reputación del sacerdote que amo”



María Claudia es una mujer de 38 años enamorada de un sacerdote. La relación entre el hombre de Dios y ella ha pasado de la alegría a la angustia. ¿Quién acompaña a las mujeres que se enamoran de un cura? Ellos pueden valerse de los compañeros del ministerio; sin embargo, las mujeres, la mayor de las veces, van solas soportando el peso tremendo de un amor prohibido.

Ofrecemos su testimonio, gracias a Marcela García Llorente quien lo ha otorgado para “Sursum Corda”, el blog de Guillermo Gazanini Espinoza.



Hace 8 años que estoy enamorada de un sacerdote. Mi nombre es María Claudia, tengo 38 años y el 45.

Nos enamoramos sin buscarlo y tuvimos una relación durante un año, que por cierto fue muy tumultuosa ya que oscilábamos entre la felicidad y la angustia. Nos sentíamos muy pecadores e hipócritas, impotentes por tener que vivir en el ocultamiento. Una y otra vez tratamos de tomar distancia sin lograrlo definitivamente, ya que cada separación aumentaba aún más lo que sentíamos.

Siempre fue un excelente sacerdote y muy querido por su comunidad. Jamás le hubiera pedido que renunciara a su ministerio porque comprendía cuánto amaba lo que hacía. Finalmente, no soportando tantas presiones internas, de un día para otro me abandonó sin siquiera mediar al menos una conversación adulta para dar por concluida nuestra relación. Actuaba como si jamás me hubiera conocido, negándome hasta el saludo,inclusive.

Quedé muy marcada por esta relación, es especial porque siempre me había sentido muy sola en todo esto, sin nadie con quien poder hablarlo, ya que siempre somos juzgadas, olvidando que para que una relación exista somos dos las personas involucradas, no sólo la mujer, y por otra parte, tenía temor a perjudicar su reputación o escandalizar. En cambio el sacerdote cuenta con muchas más herramientas y apoyo en estos casos, nosotras no.

Al tiempo fue trasladado lejos y no volví a saber nada de él. Aprovechando ese distanciamiento me propuse sanar heridas y rehacer mi vida. Tuve otras relaciones pero por coherencia conmigo decidía darles un fin dado que no podía olvidarlo y seguía enamorada de él como el primer día. Habían pasado ya cuatro años pero la vida todavía me deparaba otra sorpresa. Por mi trabajo fui trasladada a la ciudad donde él residía. Nunca supe si fue casualidad o no, pero dos meses después de mi llegada recibí un mail suyo pidiéndome perdón por todo y contándome cuánto había sufrido este tiempo, debatiéndose entre el amor que seguía sintiendo y su condición de sacerdote.

Como es de imaginarse, no pudimos evitar volver a vernos y estar juntos. Era más fuerte que nosotros. Volvieron las intensas alegrías, pero también la confusión. Ambos vivimos el uno pendiente de otro, enamorados como dos jovencitos. Ya no nos empeñamos en reprimir lo que sentimos, pero no puedo decir que vivimos en absoluta paz interior. Las poquísimas personas que saben lo nuestro nos apoyan.

Sé que somos muchos los que estamos en esta situación. Es una realidad innegable aunque muchos prefieran seguir escondiendo la basura debajo de la alfombra.


Nota: Actualmente, María Claudia y su “novio-sacerdote” están nuevamente separados.
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