La soledad no es un probelma Carta de un sacerdote
En estos días están apareciendo muchas reflexiones sobre la situación de soledad de muchos sacerdotes a propósito del suicidio de un joven sacerdote italiano. También yo quiero dar mi impresión desde una perspectiva puramente personal. Hablar en teoría de otros es fácil, hablar desde uno mismo y desnudarse no es tan frecuente. Yo seré esa excepción.
Llevo ordenado más de cuarenta años y, aunque mi trayectoria no ha sido exclusivamente pastoral por las distintas y variadas misiones que se me han encomendado, puedo decir que he dedicado buena parte de mi vida a tareas pastorales, sea como párroco o como colaborador en las distintas comunidades por donde he pasado y había una parroquia que atender. He tenido la suerte de haberme formado no solo en Teología sino también en Psicología y eso me ha dado un horizonte más amplio para entender mi situación personal y las circunstancias que han acompañado mi vida. Quiero resumir en dos grandes temas los mayores problemas que me han afectado como sacerdote:
1) Mi psicología personal, la personalidad tan distinta en cada uno de los sacerdotes. Somos un mundo tan diverso y plural que pretender hacernos caminar o más bien someternos, como a veces sucede, a que todos seamos iguales, defendamos las mismas ideas, vistamos de la misma manera es como pretender meter el agua del arroyo en una vasija de barro. Me niego a ser uno más en el ejército de la uniformidad. Yo he sido, y lo soy cada día más, porque así parece decirlo la psicología un hombre muy sensible, que ha cultivado mucho las bellas artes y eso me confiere una sensibilidad especial a la hora de vivir y afrontar las distintas problemáticas que van surgiendo en el caminar pastoral de una comunidad. Una sensibilidad más acusada conlleva un grado de sufrimiento mayor. En su doble dimensión: valoro y disfruto mucho más de las experiencias humanas y a la vez, sufro hasta el extremo esas mismas experiencias si no son gratas. Cuando me he enamorado, que ha sido, en algunas ocasiones, he tenido que reprimir mis sentimientos y guardarlos en el cajón de mi sacristía personal porque darlo a conocer, fuera de la confesión, podía haberme traído muchos problemas. No debería ser así pero así lo ha sido. En este tema me he encontrado con confesores muy comprensibles y humanos y con otros que no lo han sido tanto. Por culpa de estos decidí no confesar esa realidad nunca más. Aún recuerdo el escándalo mediático del obispo de Solsona cuando anunció que estaba enamorado y se casaba. Yo lo felicité entonces por el don del amor que Dios le había regalado. Y sin embargo, los de siempre, armaron la de Dios es Cristo. Tengo mis dudas de que haya un cura o un obispo que no se haya enamorado nunca porque sería más que un hombre o menos que un hombre. Ser persona es vivir un proceso afectivo y sexual inevitable. He conocido sacerdotes tan fríos que no se alteran apenas ante un drama humano y creo que son incapaces ya de llorar pase lo que pase y esto no es madurez sino entrañas de mármol como aquel sacerdote que pasó de largo y dio un rodeo ante el caído al borde del camino de Jericó a Jerusalén. Un sacerdote sin entrañas de misericordia termina pareciéndose a un funcionario y nunca conquistará el apoyo y el afecto de su comunidad y éste es el primer paso de su fracaso humano. “Cambia, Señor, este corazón de piedra en un corazón de carne” Por situaciones así y al no sentirse queridos por sus fieles algunos sacerdotes acaban refugiándose, empujados por la soledad, en el alcohol y otras dependencias, algunas muy destructivas. Sin afecto del entorno, el fracaso personal está garantizado.
2) Otra tentación y peligro grande que amenaza la vida de un sacerdote, si no se cuida, es el amor al dinero, a veces disfrazado de obras de caridad. ¡Qué cosas aparecerían si alguna vez se pudiera hacer una auditoría externa a alguna ONG o a alguna persona famosa que se ha convertido en baluarte de la solidaridad! Pueden vivir durante algún tiempo de los réditos de la fama pero cuando ésta falte la bajada a la fosa de la soledad y la depresión será segura. Manejar dinero sin controles externos es una tentación muy apetecible para quien tiene esa debilidad! He conocido a algún sacerdote que sería un magnífico empresario, y lo ha sido, pero ha dejado mucho que desear como sacerdote. No se puede servir a dos señores. La soledad no es la amenaza más grande para un sacerdote si sabe aprovechar los muchos recursos que ofrece la comunidad religiosa o parroquial. Pero hay que tomar las decisiones oportunas como cultivar la amistad con la gente, ser abiertos al entorno y no encerrase en la propia carne como si fuera único en el universo, celebrar y compartir las fiestas personales y comunitarias, saber alternar con la gente, amigos o simples parroquianos, conscientes de que tomar unas cañas en un momento determinado puede ahorrar mucho dinero en Lexatin u otros tranquilizantes. La sociabilización es una de las mejores medicinas contra la soledad impuesta o aceptada. Otro de los grandes problemas del sacerdote hoy es su actitud ante las corrientes anticlericales tan normales en una sociedad plural y democrática tan ideologizada y polarizada como la nuestra. Vamos a recibir golpes y ataques directos o indirectos hasta en el carnet de identidad. Aprovecharán los rebotados para meternos en el club de los pederastas en la primera oportunidad, con absurdas generalizaciones, que solo indican la inquina anticlerical y el fanatismo ideológico que circula por las redes. Nada nuevo. En los primeros siglos nos cortaban la cabeza. Algo hemos avanzado. ¡Celebrémoslo! Un sacerdote hoy es una bandera discutida como lo es un buen cristiano coherente en su entorno no siempre favorable. No hay más remedio. Objeto de chistes burdos y comentarios sarcásticos. Pretender ser coherentes en un mundo tan confuso y escaso de valores como este que vivimos no es una tarea fácil y cómoda. Yo mismo he vivido situaciones cuanto menos curiosas, como la de aquella vez que un joven se cambió de asiento en el autobús al saber en nuestro diálogo que yo era sacerdote, sin duda no tenía ganas de seguir hablando con un miembro de la “gran secta” por si acaso le comía el coco. En otra ocasión, por el contrario, gané a un buen amigo, que lo sigue siendo hoy, al saber que yo era sacerdote y poder compartir el diálogo hablando de todo lo humano y lo divino, mientras viajábamos. ¡Providencias de la vida! Pero no cabe duda de que esta presión social, en la calle y en las redes contra la Iglesia y, por tanto, contra los sacerdotes puede influir de manera decisiva en la situación anímica de los sacerdotes. A mí esto en vez de desanimarme me potencia y me da alas porque no puedo entender que haya tanto fanatismo ideológico en un tiempo en que se supone que hay una cierta cultura social. Ingenua suposición. Para mí nunca la soledad ha sido un problema, la busco con mucha frecuencia, en mi casa, en el monte, en cualquier lugar. Es más problema el barullo, el estruendo, el rudo que aturde y tanto gusta a la gente joven de hoy. Dejadme la soledad y os regalaré mi creatividad, a la hora de pintar un cuadro o escribe un libro. El último: "A dónde la ballena te lleve" Paulinas. 2025.
3) La tercera causa a tener en cuenta es la formación religiosa, que esta cada día más raquítica y no le llega al tobillo a la cultura futbolística o al mundo rosa, con los que no tengo nada en contra pero tampoco mucho a favor. Simplemente paso cuando se me quiere poner como modelo de éxito en la sociedad a gente tan superficial como Belén Esteban o las Campo. Lo siento pero no. O un sacerdote está bien centrado en su vocación y en la constancia de su oración o sus principios pueden verse cuestionados. La formación permanente es una tarea que ha de ser de la vida y para toda la vida.
No es la castidad el mayor problema para un sacerdote sino la falta de amor, la soledad afectiva, la incapacidad de poder compartir de manera personal sus sentimientos más profundos con un verdadero amigo, por eso yo soy partidario -lo he sido siempre- de las llamadas “amistades particulares”, de las que tanto nos prevenían en la formación, ya sea con otro sacerdote o con una persona laica. Una amistad particular puede salvar en un momento determinado al sacerdote de una crisis afectiva, de incomunicación o de fracaso, tan normales por otra parte en la complejidad de las muchas actividades que hemos de desempeñar. Ser sacerdote hoy no es fácil pero es una vocación muy valiosa y necesaria para el pueblo de Dios, aunque lo será cada día menos porque el consenso teológico irá dando pasos para desarrollar mucho más la condición sacerdotal de todo bautizado. Y si no, al tiempo. Se habla mucho de que el sacerdote para serlo tiene que refugiarse en la oración. La oración no puede ser un refugio, si lo fuera sería porque necesitamos huir de algo. Nada más impropio de un sacerdote que la huida. La oración es la actitud permanente de sentirse en contacto con Dios, en sus manos y sentir la necesidad de alabar y bendecir su nombre. No hay un solo día en que alguien no me pida oración por algún motivo, salud, difuntos, tiempo de duelos, y eso siempre me lo he tomado muy en serio como sacerdote porque no dejo de ser, a pesar de mi historia de pecado, un mediador ante Dios, como Abram pidiendo por los habitantes de Sodoma y Gomorra o Moisés alzando las manos para interceder por su pueblo en medio de fragor de la batalla.
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