El Espíritu, ese gran olvidado

  -Liberados de la Pandemia permanente-

     Éste es el tiempo del Espíritu. Los cristianos hemos llegado a la mayoría de edad con la fiesta de la Ascensión. El timón de la Iglesia y la responsabilidad de la misión están ahora en nuestras manos. Jesús nos regala su Espíritu en el mismo momento en que nos envía. Espíritu y misión caminan unidos. La fiesta de Pentecostés marca el protagonismo del Espíritu en medio de la Iglesia y en la vida de cada uno de nosotros, los creyentes. El Espíritu se manifiesta para el bien común y ésa es la señal de la autenticidad de nuestros carismas en la Iglesia. Un carisma que congrega, que convoca, que une, que crea comunión es del Espíritu de Dios. Un carisma que dispersa, que separa, que se encierra, que condena, no es un carisma sino una ideología partidista.

Ya ha pasado el tiempo del Padre Creador que constituye un pueblo y hace con él alianza de amor. Ya ha pasado el tiempo de Jesucristo, el Redentor; de su anuncio, de su vida y de su muerte y resurrección que alimenta la vida cristiana. Ahora es el tiempo del Espíritu, el gran olvidado en la fe de los creyentes. Sin el Espíritu de Dios en nosotros somos papel mojado. Dice Monseñor Hazim:  “Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo pertenece al pasado, el Evangelio es letra muerta, la iglesia una mera organización, la autoridad un dominio, la misión una propaganda, el culto una evocación, el obrar cristiano una moral de esclavos.

   Pero con Él, el cosmos se eleva y gime en el alumbramiento del Reino, Cristo resucitado se hace presente, el Evangelio es potencia de vida; la iglesia, comunión trinitaria;  la autoridad, servicio liberador;  la misión, un nuevo Pentecostés; el culto,  memorial y participación; el obrar humano queda deificado”.

Pentecostés es la seguridad de que el Espíritu nos convoca a la unidad desde una sana diversidad. En este proyecto de ser Iglesia todos tenemos parte y protagonismo. Todos los colores, todas las ideas, todas las culturas están llamadas a ser y a vivir el gozo de la Buena Nueva del Evangelio. Para eso es necesario ir superando mentalidades excluyentes, actitudes de juicio y condena, mentalidades fariseas y puras, para entrar en esa sana pluralidad de ser hombres y mujeres convocados a una mesa común.

 Dos fueron en su origen los sentidos de la palabra hebrea ruaj, espíritu: viento y aliento.

Para Lucas la ruaj es fuerza que inunda y resuena como un viento fuerte: “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban”. Está resaltando la fuerza creadora y transformadora.

 Para San Juan es, sobre todo, experiencia de libertad: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”

En el fondo, Pentecostés es como una nueva creación donde el Espíritu vuelve a llenar toda la tierra como aquel aliento que Dios insufló al polvo del camino para modelar al hombre en el principio de la creación. Pentecostés es la oportunidad de acceder a una vida nueva, la vida en el agua y en el Espíritu desde la libertad de cada uno de nosotros.

  No estamos, pues, condenados  a lo de siempre, marcados definitivamente por nuestro barro y nuestro pecado, por nuestro pasado y las huellas inequívocas de muerte que llevamos en nosotros. No estamos condenados a una Pandemia permanente. El Espíritu de Pentecostés nos quiere criaturas nuevas. A cualquier edad y en cualquier circunstancia es posible un nuevo nacimiento. Para ello necesitamos contar con el Espíritu de Dios y dejarnos modelar por Él.

“Cuando estaba comenzando el siglo XX, una familia italiana emigraba a los Estados Unidos. Sólo llevan pan y queso para el largo viaje. Casi no les quedaba más dinero. Pan y queso por la mañana y lo mismo a media día y por la noche. Y así un día y otro. El pan se pone duro y el queso seco y tieso. Al niño se le atraganta aquella monotonía tan poco apetecible y llora. Sus padres, compadecidos, le dan de las pocas monedas que les quedan para que coma en el restaurante y allí el niño se entera de que la comida estaba incluida en el precio del pasaje. Sus padres no lo sabían. Vuelve el niño llorando. No se lo explican. ¿Lo hemos gastado todo para pagarte una buena comida y tú vuelves llorando? ¡Lloro porque en el precio del viaje va incluida una comida al día en el restaurante, y nosotros hemos estado comiendo pan y queso!”

Muchos cristianos hacen la travesía de la vida a pan y queso, cuando podrían tener cada día espiritualmente, toda la gracia de Dios, incluida en el precio de ser cristianos, la seguridad de su amor, la claridad que da su palabra, la alegría que viene de la experiencia del Espíritu y de la comunión con los hermanos.

Ser del Espíritu es querer emprender la travesía de la espiritualidad. El único sendero que puede llenar de frescura nuestro caminar monótono y materialista. Es Pentecostés, tiempo del Espíritu. Jesús se ha marchado al Padre y nos envía. No nos quedemos parados mirando al cielo.

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;

por tu bondad y gracia, dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

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