Quiteria, una mujer coraje

La conocí bailando un “zumba” en la plaza del pueblo. Me impresionó verla sin pelo en la cabeza, aquejada por un cáncer terrible, que ya le ha enseñado los dientes por segunda vez. Hacía unos 15 años que se le había manifestado en un pecho que tuvo que perder y ahora se le ha vuelto a manifestar de nuevo en un nódulo en la cabeza. La recordaba de años anteriores con un pelo largo y muy negro que caía sobre sus hombros.
No entendí que significaba esa “zumba” que ella estaba bailando en la plaza mayor del pueblo con otras mujeres vestidas todas de color amarillo.
- Bailamos, me dijo, para apoyar a los enfermos con enfermedades raras. Recogemos donativos, vendemos agua mineral y galletas que hacemos nosotras mismas; todo lo que se nos ocurre para apoyar a las familias que tienen a alguien con alguna enfermedad rara que normalmente acaba en la muerte. No podemos resignarnos a que la enfermedad vaya arrebatándonos a tanta gente buena y luchadora, por falta de medios económicos. No podemos cruzarnos de brazos, nosotras que sabemos en propia carne lo que es convivir con una enfermedad como el cáncer y otras enfermedades semejantes.
Quiteria, mientras habla conmigo, baja la voz y mira a su hijo Carlos, que está siempre agarrado a su pierna, como queriendo aprovechar todo el tiempo posible cerca de su madre.
Ese día me vestí de amarillo y me bajé a la plaza del pueblo para estar cerca de Quiteria y de estas mujeres luchadoras y valientes que saben darnos un ejemplo impresionante de lucha y esperanza. Fue ella quien me habló de la situación de un amigo de la infancia que estaba debatiéndose entre la vida y la muerte aquejado por una enfermedad rara, llamada ELA. Su esposa, aún muy joven, y sus dos hijos adolescentes, no acaban de entender qué ha sucedido para que Dios permita que su esposo y padre esté en una situación límite, con dificultad para respirar y sometido a dolores terribles y a una inmovilidad progresiva. Esperan ya lo peor. Y aunque busco una respuesta, no la encuentro fácilmente. Quiteria y mi amigo de la infancia, José Luis, son- entre otros muchos- teselas desprendidas del mosaico de Dios.
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