No mantener la democracia (así)
Jóvenes, ciudadanos y cristianos contra Partitocracia y Oclocracia
| Daniel Hallado Daniel Hallado Arenales
Vuelvo a la política… dicen que es la máxima expresión de la caridad, porque la búsqueda del bien común es una dura lucha que implica empatía, diálogo, tenacidad… y tragar muchos sapos y culebras. La cruz de los políticos que sí creen en la política es de las más difíciles de llevar. Y los hay.
Los jóvenes están reaccionando en varios países contra gobiernos y parlamentos que se consideran legitimados por las urnas para hacer lo que les conviene, no el bien común.
Entre otros países, donde se han conseguido resultados, se encuentran los dos donde ahora me muevo: Indonesia y Timor Oriental.
En ambos se trataba del hartazgo de los jóvenes, con dificultades de empleo digno, ante parlamentos que aprueban privilegios: aumentos salariales, pensión vitalicia o coches lujosos nuevos cada cuatro años. En la parte Indonesia fueron más… vehementes, por no decir violentos. En Timor evitaron en gran medida la violencia, aunque la policía disparó gases lacrimógenos. En ambas naciones vencieron las propuestas de ejemplaridad pedidas por los jóvenes. En Timor terminaron bailando juntos jóvenes y policía.
Son más los países que vienen registrando protestas. Hay cansancio, hastío, en mucha gente. La democracia liberal está en crisis, dicen, pero no le ponen nombre porque no les conviene.
Los cristianos tenemos una doctrina social muy consistente. Sin comparación. Pero raramente nos comprometemos. Parece que la política está tan sucia que no queremos mancharnos. Y, sin embargo, debiéramos promover la vocación política. La vocación por el bien común: gente dispuesta a defender los valores en los que creen, pero desde el diálogo, la acogida del que piensa diferente, la concienciación y la mejora de los procesos democráticos.
En esta mejora de los procesos urge trabajar dos aspectos: la representatividad y la madurez del pueblo.
Representatividad frente a partitocracia
Los partidos tienen su razón de ser, pues agrupan personas que comparten en mayor o menor medida visiones de la sociedad, sus desafíos y propuestas de cambio. Pero se han convertido en máquinas de supervivencia, en una visión política entendida como mercado de votos: conseguir estar arriba para colocar a los míos, o para seguir mis intereses. Listas cerradas, inútiles en el parlamento (sí: inútiles incapaces de estudiar a fondo los temas, dialogar, respetarse, confrontarse con la realidad y no sólo con sus ideologías que funcionan como nuevos fundamentalismos), corrupción…
“No nos representan”, decían con bastante razón los mismos que -habiendo estudiado ciencias políticas y, por consiguiente, con capacidad- no han presentado ninguna propuesta de cambio para mejorar la representatividad. Ni ajustando a porcentajes, ni favoreciendo elecciones distritales (más personales y menos proporcionales, pero con ventajas), ni buscando confrontaciones periódicas de electores con elegido para dar cuentas, ni tampoco promoviendo procesos democráticos participativos del pueblo.
Todo por intereses oscuros. Los mismos que les llevan a provocar polarización: la sociedad como mercado.
Responsabilidad compartida frente a oclocracia
La palabrita del final se refiere a la democracia degenerada, cuando el pueblo funciona como masa sin alma, manipulable. Podríamos hablar de demagogia como la degeneración democrática de los políticos que tiende a manipular generando populismo. Oclocracia sería un paso más, consecuencia de la corrupción moral e intelectual del pueblo.
Es sorprendente hasta qué punto se ha conseguido esto con la polarización. Escuchar a personas con estudios diciendo memeces increíbles. Incapaces de la más mínima reflexión racional ante problemas graves compartidos por todos. Es el poder de la pasión frente a la razón. Y pasiones corporativas. La incapacidad de pensar diferente en algún aspecto de mi grupo: se compra el paquete completo y se desprecia el paquete político completo del otro. Nos acercamos peligrosamente a la oclocracia.
Favorecer la madurez del pueblo no se hace sólo con temas teóricos escolares. Se hace con experiencias concretas, parte en las escuelas, pero también en la sociedad. No conozco un medio mejor que forzar a la gente a escucharse entre sí frente a problemas concretos. Esto puede ser en experiencias de democracia deliverativa (como hizo Macron en Francia, con resultados mediocres, o como se hizo aquí en Timor Oriental al redactar el Plano de Desenvolvimento de 2012), donde en grupos pequeños que van subiendo de nivel, se afronta un tema concreto delicado pero importante, y se llevan propuestas concretas al parlamento, que debe debatirlas finalmente -con respeto a la reflexión popular- y decidir. Otra herramienta es tener encuentros locales entre representantes y representados, que comportan diálogo y discusión sobre decisiones tomadas o que se van a tomar.
Si no luchamos por cambios así, se nos irá todo de las manos. Sobre todo en occidente. Porque aquí, en Timor y en muchos países pobres, el sufrimiento y la tensión es mayor, pero también lo es el sentido de la realidad, por eso todavía no ha llegado la polarización pasional de occidente, fruto de ideologías inconexas con lo real y lo racional.