#advientoenclavedemujer Querida Virgen de Guadalupe

Querida Virgen de Guadalupe
Querida Virgen de Guadalupe

Querida Virgen de Guadalupe,

Hoy me acerco a Ti con un corazón lleno de gratitud y asombro, reconociendo el misterio de tu amor manifestado en ese humilde ayate que, como un milagro, guarda tu imagen y tu mensaje. No es solo una tela, sino un símbolo profundo que nos conecta con la tierra, con las mujeres y con los pueblos que han sufrido y resistido a lo largo de la historia.

Tu presencia en el cerro del Tepeyac no fue casualidad. Elegiste un lugar que para los pueblos originarios ya era sagrado, mostrándonos que el cielo y la tierra se entrelazan, que la creación es el espacio donde lo divino se revela. Ese ayate, tejido con fibras de maguey, es un recordatorio de que lo sencillo, lo humilde y lo natural son sagrados. En un mundo que muchas veces desprecia lo pequeño y lo frágil, Tú nos enseñas que ahí es donde Dios se hace presente.

Pero no solo escogiste el ayate; escogiste también a Juan Diego, un hombre indígena, marginado y olvidado por la sociedad de su tiempo. En él, y a través de él, nos dijiste que nadie está fuera del alcance del amor divino, que quienes son invisibles para los poderosos son vistos y amados por Dios. Y en tu imagen, cargada de símbolos indígenas, hablaste en un lenguaje que los pueblos originarios podían entender, afirmando su dignidad y su cultura. Eres, desde entonces, madre y compañera de los pueblos oprimidos.

Tu ayate, como las fibras del maguey que lo sostienen, nos habla de resistencia. Resistencia frente al paso del tiempo, frente a los intentos de borrarte o silenciarte, frente a la adversidad que enfrentan quienes cuidan la vida en medio de la opresión. Eres, querida madre, un ejemplo de fortaleza y cuidado, como esas mujeres que protegen la vida en sus comunidades, que luchan por justicia, que sostienen al mundo con su amor.

Desde mi mirada como teóloga feminista, encuentro en Ti un mensaje profundamente ecofeminista: un llamado a reconciliarnos con la tierra, a reconocerla como sagrada, a cuidarla como nos cuidas Tú. Nos enseñas que la creación es parte del plan divino y que somos responsables de protegerla, no desde el poder, sino desde el amor, como lo hacen las mujeres que día a día cuidan la vida en silencio, desde lo más esencial. Eres la voz que nos recuerda que nuestra lucha por la justicia incluye también la lucha por nuestra casa común, por un mundo donde la tierra y sus pueblos sean respetados.

Al verte, veo el rostro de un Dios que no está lejos, sino cercano, que camina con nosotras, que se encarna en lo cotidiano, en la creación, en los pueblos. Veo a una madre que no solo consuela, sino que inspira a luchar, a proteger, a cuidar. En tu manto azul veo el cielo; en tus manos, la posibilidad de un mundo donde florezca la justicia, como esas rosas que ofreciste en invierno.

Hoy, querida madre Guadalupe , nos sigues llamando. Nos pides que valoremos la tierra, que cuidemos a quienes han sido marginados, que actuemos con amor y justicia. Tu mensaje resuena aún más fuerte en este tiempo, cuando la creación misma clama por ser protegida y cuando tantas mujeres y pueblos siguen enfrentando violencia y exclusión.

Gracias por ser compañera, por ser madre, por ser esperanza. Que nunca olvidemos que, como Tú, estamos llamadas a ser presencia de amor, cuidado y justicia en este mundo. Gracias por recordarnos que lo sagrado habita en lo pequeño, en lo humilde, en lo cotidiano, y por mostrarnos que un acto de amor puede transformar la historia.

Con todo mi amor,
Lucha Castro

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