#LectioDivinaFeminista Reivindicación de la corporeidad femenina: la mujer como morada de Dios

Reivindicación de la corporeidad femenina: la mujer como morada de Dios
Reivindicación de la corporeidad femenina: la mujer como morada de Dios

Ciclo (C) 25-05-25

Jn 14, 23-29

Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. (Juan 14, 23-29)

La reflexión de este domingo se detiene en la experiencia de sentirnos “morada de Dios”, el amor que ensancha nuestras entrañas para convertirnos en seres habitados por la Divinidad.

En la India y en Nepal existe una expresión “Namasté” proveniente del sánscrito, que tiene una diversidad de significados, pero uno de los más bellos y de carácter espiritual es: “la divinidad que hay en mí, saluda la divinidad que hay en ti” o “me inclino ante lo divino que hay en ti” porque este saludo se vincula con la creencia de que en todos hay una chispa divina y que cada persona se convierte en morada de lo divino. Precisamente, con la certeza de que Dios nos habita por completo, estamos llamados y llamadas a reconocerlo no como un simple huésped, sino como la esencia del propio ser.

Ahora bien, ¿es posible que Dios more en el cuerpo femenino? ¿Un cuerpo tan sexualizado, menospreciado e instrumentalizado que todavía carga la marca aristotélica de ser “varones defectuosos o invertidos” podrá contener el asombro del misterio? A pesar de que María de Nazaret engendró a Jesús en su vientre y como discípula se dejó habitar por la Palabra y luego María Magdalena, la apóstola de los apóstoles, fue la primera morada de la Resurrección; lamentablemente en muchos contextos y de manera particular en el ámbito eclesial de corte patriarcal permanece la imagen distorsionada de Eva y cuesta comprender que Dios hace morada en cuerpo femenino y que se goza habitar con toda su hondura en todas las situaciones cotidianas de su vida.

En una ocasión unas religiosas misioneras me contaron un episodio que me ha dejado fascinada. El hecho es que ellas habían llegado a un lugar en el que su manera de evangelizar fue inicialmente la de los gestos y la amabilidad, durante varios días la palabra no tuvo necesidad de ser protagonista, hasta que en una tarde se le acercaron algunas personas y con la mirada clavada en ellas les dijeron: “Madres, háblenos de ese Dios que se les sale por los poros”. Efectivamente, esa experiencia de ser faros generosos que no contienen la luz para sí mismos es lo que termina iluminando el camino de tantas personas y en esos cuerpos femeninos las personas lograron detectar la morada divina.

Además, Dios tiene una manía de encarnarse y de habitar, en las situaciones más oscuras, en el espesor de la vida, en los nudos existenciales y en las realidades desgarradoras de sufrimiento, como lo es la experiencia de dolor de las mujeres que buscan a sus desaparecidos. Un caso concreto es el de las madres buscadoras, mujeres del Alba, en la que mora la fuerza deslumbrante de la resurrección.

En esta línea, el sacerdote Javeriano, Jairo Alberto Franco Uribe, ha publicado un libro (2024), que con su título: “Claves de Salvación, las mujeres que le prestan la carne a Dios provoca y convoca para acoger la fecundidad del Dios que se gesta y germina en cuerpo femenino. El Padre Jairo Alberto, después de compartir y hacer teología con las madres buscadoras, comprende junto a ellas a la vez que nos lo manifiesta con sabor profético que Dios necesita la carne de estas mujeres para escarbar la tierra y encontrar vida, esperanza, hallar resurrección. De un modo profundo, este mismo sacerdote invita a la reflexión de esta extraordinaria teofanía en las mujeres cuando cita a la religiosa, filósofa y teóloga feminista, Ivone Gebara, quien expresa que “Dios se mezcla en nuestros suspiros… Dios como misterio que atraviesa nuestra existencia, o misterio en el cual estamos mezcladas/os más allá y en los límites de nuestra vida y acciones cotidianas” Se logra ver este Dios que se mezcla con los suspiros de estas madres, que llora con ellas, busca con ellas, y que no solo se mezcla, ellas dicen que su carne es la misma carne de Dios. (p. 58)

En definitiva, Dios desea ardientemente hacer morada en cuerpo femenino y así reivindicar una corporeidad que ha sido por muchos siglos satanizada y condenada. Más allá de las miradas turbias e inquisidoras, Dios sigue morando, gestándose y haciendo nacer salvación en las entrañas de las mujeres que apuestan cada día por ser alumbrar el Misterio y ser chispazos divinos para la humanidad.

Luz Milena López Jiménez. FMA

Referencia:

Franco, J. (2024) Claves de Salvación, las mujeres que le prestan la carne a Dios. Innovación gráfica Bryam.

Volver arriba