Horóscopos

Llego con un poco de retraso con esta reflexión de Epifanía pero quiero compartir el descubrimiento (tardío por otra parte…) de que la estrella de los Magos se movía, algo que es de por sí extraño dadas las costumbres de las estrellas. Lo pensaba mientras caminaba en estos días por los alrededores de la Piazza Navona en Roma en la que proliferan los puestos de echadores de cartas y quiromantes, del estilo de los que se instalan en Madrid los domingos junto al estanque del Retiro.

Había bastante gente sentada frente a los videntes y adivinos, hablando bajito en plan confidencial y compartiendo un credo común: todo está ya fijado y predeterminado en la carta astral o en las rayas de tu mano, es inútil querer escapar del propio horóscopo.

Y aquí viene la buena noticia que anuncia la estrella andarina: no estamos amarrados a ningún destino fatal ni atados irremediablemente a condicionantes como el temperamento o la edad, por ejemplo.

Lo mismo que el viejo Nicodemo, nos es posible nacer de nuevo o, como aquel paralítico que llevaba 38 años postrado en su camilla, ser puestos en pie y caminar tan contentos con la partida de nacimiento bajo el brazo. Nuestro destino no depende de las constelaciones ni de las hojas del almanaque: está en manos del Padre y ahí estamos mucho más seguros.

Así que ni caso a los Tarotófilos que pronuncian sobre nosotros sus sentencias inapelables: “ya no tienes edad para pretender cambiar…”; “son inútiles tus intentos de que arreglar las cosas…”; “tal como eres, así vas a ser hasta que te mueras”…

Podemos hacer un barquito de papel con la página de nuestro horóscopo y echarlo a navegar en algún puerto, estanque, río, canal o charco que esté a nuestro alcance. A lo mejor llega hasta Belén de Judá.
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