¿Hablar del año sacerdotal?

Es verdad que a estas alturas se ha hablado ya demasiado sobre ello y se ha hecho para todos los gustos y colores… por eso hoy no me resulta fácil hacerlo. Quizá siempre se ha hecho desde el punto de vista de un presbítero, desconozco si también desde un laico, pero lo voy a intentar, porque alguien me lo ha pedido.
Viven tiempos difíciles, hoy no es fácil presentarse como tal ante los demás, sobre todo con los “ríos de tinta” que corren en estos momentos, y lo peor, es que somos muy dados a la crítica, a meterlos a todos en un mismo saco. Solemos decir: “los curas”, no fulanito o menganito, a todo esto, señalar el ensañamiento por parte de los medios de comunicación. Es bueno que se hable, no como antes que todo se silenciaba, pero siempre partiendo de una base y seria reflexión.
Lo religioso hoy no seduce, no engancha, no nos lleva a Él, a – Jesús de Nazaret-, pero recuperemos el valor del sacerdote, de quien siempre ha sabido dar vida a ese don al que un día fue invitado, respondiendo con libertad y generosidad, con una vida de entrega, donde la razón de ella han sido los otros, los demás. Han sabido salir a su encuentro, palpar la realidad, ensuciarse las sandalias con el polvo del camino, pisar el suelo y descalzarse ante el “otro” que siempre es terreno sagrado. ¡Salir al encuentro de los excluidos, qué difícil es!... Viven una vida que no puede disimularse porque les brota algo especial de dentro. No necesitan alzacuellos o algo que les identifique externamente porque su bandera es Dios y el hombre. Son personas de pocas palabras, pero sí de acción. Por desgracia, la palabra la hemos devaluado demasiado, ahora tocan los hechos, la cercanía, el encuentro, el estar, sin más… ESTAR. Algo que tanto cuesta…Momento de generosidad, de mostrar a un Dios hecho hombre, encarnado que camina “junto a” y no “desde”, que sigue estando entre nosotros, que cada día se parte y reparte en el hermano…
Creo que hemos pasado de la secularizad a un secularismo, incluso, al ateismo o perdida de espiritualidad.
No fijemos nuestra mirada en la “cúpula” de nuestra Iglesia, bajémosla como lo hizo Él y acojamos lo bueno de las personas: su entrega y generosidad, su “sí” como María, su “hágase”, su querer seguir gastando y desgastando su vida por el Reino.
Gracias a tantas personas que en medio de todo, siguen apostando por la VIDA.
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