Redescubrir la fe sirviendo en el Jubileo Los voluntarios del Año Santo, un ejército discreto de 22.000 almas comprometidas

Voluntariado en el Jubileo de Roma
Voluntariado en el Jubileo de Roma

Hablan los jóvenes que asisten a los peregrinos en su camino hacia la Puerta Santa. Todos coinciden en que se trata de una experiencia enriquecedora: el encuentro con las personas, la entrega al prójimo y la colaboración en un proyecto común

Las historias son diversas, pero todas profundas e íntimas: son los relatos de quienes eligieron vivir el voluntariado en Roma durante el Año Santo

Los chalecos verdes de los voluntarios reflejan la luz suave de las primeras horas del día en la Piazza Pia, mientras los peregrinos, agrupados y expectantes, se acercan para pedir información. Poco después, se entrega una cruz de madera a quien guiará la caminata por la Via della Conciliazione. Una sonrisa, un gesto, un canto marcan el inicio del recorrido, y los fieles se encaminan hacia la Puerta Santa, mientras otro grupo se aproxima rezando al acceso del itinerario jubilar.

Así transcurre la jornada cotidiana, silenciosa pero intensa, de los voluntarios del Año Santo: un “ejército” discreto de 22.000 almas comprometidas, venidas de más de 50 países de todos los continentes. Jóvenes y adultos unidos por el deseo de entregarse a los demás, impulsados por una fe que se convierte en acción. Algunos lo hacen desde una espiritualidad recién reencontrada, otros desde una crisis personal transformada en oportunidad, y otros movidos por la necesidad de descubrir lo divino en los pequeños gestos de cada día.

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Una experiencia que marca un antes y un después

Las historias son diversas, pero todas profundas e íntimas: son los relatos de quienes eligieron vivir el voluntariado en Roma durante el Año Santo.

“Para mí fue un auténtico punto de inflexión”, cuenta Faustina, italiana de 24 años, originaria de Caorle (provincia de Venecia). “Vi un reportaje en la televisión sobre los voluntarios del Jubileo y sentí algo dentro de mí. Venía de una etapa muy difícil, una depresión que me aisló completamente del mundo, dejé de salir, dejé los estudios de Letras...”.

Esa apatía que la había acompañado durante años fue dando paso, poco a poco, a un renovado entusiasmo y a una firme convicción —dice con una sonrisa— sobre “la belleza de la fe y de las personas”.

El encuentro con don Giuseppe, párroco de la iglesia de Santo Stefano Protomártir, fue clave para que Faustina decidiera pasar página en su vida y buscar un nuevo sentido.

“Empecé un camino de sanación, y paso a paso fui recuperando la confianza en los demás. Descubrí que la fe puede ser algo maravilloso”.

Y luego, recuerda con emoción, “el pasado 8 de mayo, cuando escuché el estruendo de la multitud dentro de la Basílica Vaticana anunciando la fumata blanca… fue un momento determinante. Jamás imaginé vivir algo así justo en Roma, mi ciudad del corazón desde siempre”.

Un servicio que alimenta la esperanza

Faustina se aloja junto a otros noventa voluntarios en la Domus Spei, donde se respira un profundo sentido de comunión. Lo confirma Agustín, voluntario argentino de 28 años, originario de San Isidro, provincia de Buenos Aires. Con gafas, barba ligeramente crecida y varias pulseras en la muñeca, recuerda con entusiasmo su experiencia como docente de literatura en el Movimiento Juvenil Salesiano, donde ya había participado en actividades solidarias.

“La decisión de unirme al Jubileo no fue impulsiva”, asegura. “Fue algo que maduré durante años. Tenía miedo de que esto se convirtiera en una especie de turismo disfrazado de espiritualidad. Pero no fue así: esta experiencia toca a cada uno de forma personal y profunda”.

El contacto con los peregrinos y con otros voluntarios se ha vuelto para él una verdadera fuente de energía: “Es una carga que alimenta la esperanza”, afirma. “Y me doy cuenta de que el encuentro con Dios sucede sobre todo en los pequeños momentos”.

Aunque aún no sabe qué le deparará la vida al regresar a casa —está previsto que vuelva a principios de agosto, después del Jubileo de los Jóvenes—, tiene claro algo fundamental: “Ante cualquier dificultad, la mejor respuesta es colectiva. No podemos olvidar que los desafíos se enfrentan mejor en comunidad”.

De Taiwán a Roma para aprender a ser comunidad

También Allegra, una voluntaria procedente de Taiwán, resalta el carácter transformador de esta “aventura”. En Roma desde mayo, esta joven de 30 años, miembro del movimiento Comunión y Liberación, se convirtió al cristianismo en la edad adulta. Vive su fe como un regalo frágil y valioso, que cultiva en la sencillez de una sonrisa o una palabra de consuelo ofrecida a quien lo necesita.

Su dominio del chino, inglés e italiano ha sido clave para asistir a cientos de fieles. Pero también le ha permitido vivir este Año Jubilar como “un tiempo para redescubrir la dimensión espiritual y el sentido de comunidad, valores que —promete— me llevaré de vuelta a Taiwán”.

Allegra dice sentirse preparada para convertirse, al regresar a su tierra, en “mensajera del espíritu vivido entre las calles y basílicas romanas, algo esencial para construir puentes”.

La fe —concluye— es relación, es encuentro. Incluso una mirada fugaz puede convertirse en una llamada al servicio”.

Nella “casa” a Roma dei volontari del Giubileo venuti da tutto il mondo

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