Después de una etapa de oscuridad, esta joven gerundense ha encontrado en la fe una nueva identidad y una misión de servicio. Ivette Martín: "La fe me ha enseñado a tratar a los demás con un amor que no conocía"

Ivette Martín, gerundense de 25 años, ha dejado que la fe transforme sus heridas. Lo que comenzó en un momento de fragilidad se ha convertido en una fuerza capaz de guiar su camino
"En medio de una depresión, mi tía me aconsejó: Ve a la iglesia y reza. Yo me reí"
Hoy, esta joven pone su talento al servicio de iniciativas que son destellos de esperanza
Hoy, esta joven pone su talento al servicio de iniciativas que son destellos de esperanza
| Anna Molas
(Agencia Flama).- Con una sonrisa serena y una historia marcada por la búsqueda de sentido, Ivette Martín, gerundense de 25 años, ha dejado que la fe transforme sus heridas. Lo que comenzó en un momento de fragilidad se ha convertido en una fuerza capaz de guiar su camino. Hoy, esta joven pone su talento al servicio de iniciativas que son destellos de esperanza.
Nació en Girona, donde reside actualmente. Pero, como la “persona inquieta” que es, ha pasado largas temporadas en ciudades como Barcelona, Madrid y Nueva York. En la actualidad, se dedica al community management, gestionando las redes sociales de diferentes proyectos dentro de una empresa de marketing, entre los cuales se encuentran la serieThe Choseny eventos como el encuentro Laudato Si’ con el papa, previsto para el mes de octubre. “Todo está relacionado con la cámara y las redes sociales, aunque estudié interpretación porque mi sueño siempre ha sido ser actriz”, confiesa.
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-¿Cómo llegó la fe a su vida?
-En medio de una depresión, mi tía me aconsejó: “Ve a la iglesia y reza”. Yo me reí, pensando que arrodillarme no cambiaría nada. Pero la fe me esperó con calma, sin prisa. Empecé a ir sola a la iglesia y encontré la paz que necesitaba, aunque no terminaba de entender qué sucedía. Poco a poco, comencé a rodearme de personas creyentes que me guiaban y alimentaban mi fe, hasta que sentí una llamada interior que me decía que debía ir a Estados Unidos.

-¿Y lo hizo?
-Sí. Lo dejé todo y me marché a Nueva York. Inicialmente, para trabajar como au pair y seguir persiguiendo mi sueño de ser actriz, pero nada salió como había planeado. Terminé formando parte de un grupo de la iglesia que se convirtió en mi familia, inicié un pódcast católico, evangelizando e invitando a personas a compartir sus historias, y participé en una obra de teatro con un mensaje muy poderoso. Y allí fue donde de verdad encontré mi fe. Encontré quién era.
-Aunque lo que terminó haciendo no coincidía con sus planes.
-No, pero me enseñó a confiar: no siempre es mi voluntad, sino la de Dios, y cuando te dejas sorprender descubres que todo lo que pasa tiene un propósito. Después de un año viviendo la experiencia americana, sentí que debía volver a casa. Fue un salto de fe que tenía que dar. Al cabo de un mes de regresar, mi trabajo actual me encontró.
-En su recorrido, seguramente ha habido momentos clave que han marcado la manera en que vive la fe. ¿Cuáles han sido los más decisivos?
-De hecho, ha habido más malos que buenos, y al principio me generaba curiosidad: a menudo pensaba “si hay un Dios, ¿por qué me hace sufrir? Tanta fe y aún me pasan cosas malas”. Con el tiempo entendí que la fe crece más en los peores momentos, porque cuando todo va bien es fácil confiar. Es cuando no es tan fácil que realmente tienes que apostar por aquello que no ves, pero sabes que está ahí.
En este sentido, hay tres momentos clave. El primero, cuando llegué a Estados Unidos: un país nuevo, una cultura diferente, sola. Aquella soledad, aquella oscuridad y no tener a nadie conocido me pusieron frente a una elección: confiar o volver a hundirme en la depresión. No había otra opción.
El segundo fue hace cuatro meses, al regresar a Cataluña. Me encontré con cierto rechazo. Mis amigos no son creyentes y, aunque me quieren mucho, no terminaban de entenderme. En Estados Unidos la fe está muy presente, forma parte del día a día y eso para mí es muy bonito. Aquí, en cambio, se vive más escondida, y hay que buscarla para verla. Gracias a mi trabajo he descubierto que hay mucha fe, aunque a menudo no se percibe. He aprendido a alzar la voz, a no quedarme callada y a defender mi fe con naturalidad.
Finalmente, hay un momento que considero casi un milagro: cuando el trabajo me encontró. Digo que me encontró por cómo sucedieron las cosas. Creo que Dios utiliza a las personas como instrumentos para llegar a ti, y creo que Él ha hecho llegar a las personas que tengo a mi alrededor para ayudarme a crecer. Cuando volví a casa, ya era fan de The Chosen, y una amiga —a quien le había recomendado la serie— me hizo llegar una oferta de trabajo relacionada con el proyecto y que había visto publicada. No estaba muy convencida de enviar la candidatura, pero quise intentarlo. Aquel trabajo podía ser para mí. Y así fue.

-¿Cómo es trabajar en un proyecto tan conocido mundialmente?
-Es un trabajo que me ofrece la oportunidad de transmitir un mensaje muy bonito. Cuando lo encontré, pensé que era un milagro. Pero el auténtico milagro fue la empresa, Católicos en Red, y sus responsables. Para mí, Gabriel y Carolina ya no son solo mis jefes; han sido faros de luz, tanto en la fe como en mí misma. Hay una escena de la serie en la que Jesús mira a Mateo con un gran reconocimiento y afecto, una mirada que ve por primera vez a alguien que se siente rechazado y que no encaja. Con ese gesto le da nombre, le da identidad. Y ellos me han visto así: me han reconocido y valorado.
-¿Cómo ha transformado la fe su mirada sobre la vida cotidiana, las relaciones y los retos personales?
-Todo. No soy la misma persona. Desde pequeña sentía un gran vacío dentro de mí. Nada parecía suficiente; siempre era “hasta que no…”, una búsqueda que nunca terminaba. Esto me generaba problemas porque no lograba encontrar mi lugar ni descubrir quién era realmente. Era influenciable.
La fe lo ha cambiado todo porque me ha recordado quién soy. Me ha dado un nombre, una identidad pura, no basada en juicios, en errores del pasado ni en la opinión de los demás, sino en mi propia mirada. Me ha dado paz y ha llenado el vacío que sentía. Esta Ivette que pensaba que sin ser actriz no era nada, ha descubierto que es muchas cosas. La fe también me ha enseñado a tratar a los demás con un amor que no conocía: un amor que no juzga, que perdona y ama a pesar de los errores. Perdono más rápido y el pasado ya no me crea cadenas.
-En relación con su trabajo actual, vinculado con la comunicación católica, ¿qué significa poder transmitir el Evangelio a través de los medios?
-Siento que tengo una misión, una responsabilidad. Nunca había trabajado desde un lugar como este, y no me importan los ingresos ni las horas que dedico. Lo único que quiero es hacer mi trabajo para que llegue a los demás y puedan disfrutarlo. Trabajar en comunicación nos da poder porque las redes sociales forman parte del día a día de muchas personas. No todos piensan igual ni tienen las mismas creencias, así que mi responsabilidad no es imponer nada, sino dar a conocer un mensaje de paz, esperanza y amor. Esta responsabilidad es grande y hay que cuidarla. Por eso nunca decimos que estamos “trabajando”: tenemos una misión. Lo hacemos desde el corazón y eso, para mí, marca la diferencia.
Uno de los proyectos que más me llena es la comunicación de The Chosen. Recibimos muchos mensajes de personas que nos cuentan cómo la serie les ha ayudado a recordar quiénes son, a superar momentos difíciles y a encontrar esperanza en situaciones complicadas. Incluso personas que no son creyentes nos dicen que les ha hecho ver que todavía hay amor y que tienen un lugar en este mundo.
Para mí, eso es lo que realmente importa: ser, de alguna manera, un faro de luz para alguien, como otros lo han sido para mí. Saber que mi trabajo contribuye a que la vida y el mundo sean un poco mejores me llena de sentido y gratitud. Tal vez sea solo un pequeño granito de arena, pero me hace sentir que estoy colaborando de verdad.
-¿Qué aporta la fe a la vida de una persona joven hoy, en medio de tantos retos e incertidumbres?
-Muchas veces he oído decir, y hasta yo misma he pensado, que tener fe significa que ahora todo me irá bien, que tendré todas las respuestas… y es todo lo contrario. La fe no es un mapa que te indique qué pasos seguir ni un futuro ya escrito. Te lleva a lugares donde nunca has estado y donde no tienes ni idea de cómo llegar. La fe me da esperanza y paz. Y hoy en día es muy difícil encontrarla con el ritmo que llevamos y el mundo en que vivimos. ¿Dónde encontrarla? Personalmente, en saber que hay alguien que me ama incondicionalmente y que me cuida. Otros la encontrarán frente al mar; la cuestión es encontrarla.
-¿Qué huella le gustaría dejar en quienes conozcan su historia?
-Qué difícil de responder… [reflexiona]. Creo que me quedaría con que alguien, al leer estas palabras, pueda encontrarse a sí mismo. Quiero que esa persona se sienta vista, que sienta que importa y que la necesitamos porque forma parte de la vida. Y que, por insignificante que pueda sentirse, o por oscuro que sea el lugar en que se encuentre —como yo estuve— pueda descubrir que hay un camino, un propósito, y que es importante: haga lo que haga, sea quien sea, es necesario. Le diría que busque la fe o aquello que considere que le da luz. Esa creo que es la huella que quiero dejar: un destello de esperanza. Cuando yo la perdí, fue gracias a mi tía que pude recuperarla y descubrí la fe.
-Trabaja cada día con las redes sociales; ¿cómo cree que estas pueden afectar a la gente, especialmente a los jóvenes?
-Muchas veces parece que todo depende de tu perfil, de los seguidores, de los “me gusta” … pero eso no define quién eres. No todo lo que ves es realidad y nadie tiene una vida perfecta. Me gustaría animar a los jóvenes a usar estas herramientas para dar voz a lo que realmente importa: historias, experiencias, personas. Tu voz no depende de los números, sino de cómo eres en el día a día, de cómo tratas a los demás y de cómo vives tu vida con autenticidad. Tal vez lo único que hace falta es detenerse un poco, apagar el móvil y mirar a quién tienes delante. Tener una conversación de verdad, escuchar y ser escuchado. Eso es lo que da sentido y lo que realmente importa.

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