Los cuadros de Sor Isabel Guerra cotizan entre 10.000 y 48.000 euros La monja pintora, el motor financiero del convento más rentable del mundo

(José Manuel Vidal).- Desde la clausura de un monasterio a la fama mundial. Hasta el Washington Post se hizo eco de la "fortuna robada de unas monjas de clausura". Varias cadenas de televisión norteamericanas llamaron al portavoz de las cistercienses del monasterio zaragozano de Santa Lucía, el abogado Jesús García. Y, por supuesto, todos los medios impresos y digitales del país. El caso lo merece. Tiene todos los ingredientes y el morbo de un culebrón: un ladrón que consigue hacerse con un botín de cientos de miles de euros que unas monjas de clausura escondían en bolsas de plástico en un armario y en billetes de 500. Una España en crisis no acaba de creerse que unas monjitas pudiesen acumular tal cantidad de esos billetes que prácticamente nadie ha visto. Excepto los especuladores del ladrillo.

"Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban", advierte Jesús en Mt 6,19 y es palabra de Dios para todos los creyentes. Obliga especialmente a las monjas de clausura que hacen votos públicos y solemnes de pobreza, castidad y obediencia. Son las vírgenes de Dios. Pero ya el Evangelio hablaba de dos tipos de vírgenes: las prudentes y las necias. Un esquema que pervive hasta hoy a través de los tiempos. También en la orden femenina del Císter.

Julia Vermeire es una monja cisterciense que vive en medio de un prado, a los pies de la Sierra Cebollera, cerca de Sotillo del Rincón (Soria). En una casa de madera prefabricada sin calefacción ni agua corriente. Sólo come lo que le proporciona su pequeña huerta. Mujer culta y refinada, que habla inglés, flamenco y alemán, dice alimentarse sobre todo de la oración, de la contemplación y de la música de Bach. No tiene más dinero que las limosnas que recibe de los que van a visitarla y, por supuesto, nunca ha visto ni de lejos un billete de 500 euros.

A 134 kilómetros de la casa prefabricada de Sor Julia sus hermanas cistercienses poseen un imponente y moderno monasterio, edificado en 1967. Ocupa más de 5.000 metros cuadrados de terreno, en los que se levanta el recinto religioso y el resto está destinado a huerto y jardín. Una tapia rodea el recinto, cuya parte trasera da al helipuerto del Hospital Militar, y lo mantiene aislado. Rodeado por un gran muro de hormigón, con cámaras de seguridad, puertas automáticas, sistema de alarmas y seguridad privada. Una especie de convento-búnker, que ha conseguido casar lo que el propio Dios separó: la oración y el negocio.

Liderado desde los años 60 por una abadesa de carácter y personalidad, Sor María Pilar Millaruelo, el monasterio de Santa Lucía de Zaragoza es muy rentable. Un mirlo blanco entre los 911 conventos de clausura españoles, en los que sobreviven a duras penas 13.000 monjas. Con una economía de subsistencia basada en la venta de dulces y en las limosnas que reciben de los fieles.

En Santa Lucia tenían, en cambio miles de euros escondidos en un armario. 1,5 millones, según la primera denuncia telefónica que hace la abadesa el mismo domingo en que el ladrón se hizo con el botín. 450.000, en la denuncia escrita que efectúa tras ponerse en manos del abogado penalista Jesús García. La policía está centrando su investigación en proveedores y, sobre todo, en unos obreros del Este que habían estado haciendo unos arreglos en el convento.

El capellán de las monjas, Francisco Martínez, cree que podría tratarse de "uno de estos operarios, que era drogadicto y que sabía exactamente dónde estaba el dinero". El sacerdote confiesa que "es una pena y una imprudencia que tuviesen ahí el dinero", aunque "no fuese tanto como aseguraba El Periódico, un diario que persigue siempre a la Iglesia".

Además de la investigación judicial, "en la que tendrá que personarse la priora para ratificar la denuncia", según explica el abogado-portavoz, el monasterio se encuentra ahora sometido a otra investigación: la de Hacienda. El ministerio público tendrá que dilucidar la procedencia de tales cantidades de dinero y si se trata de dinero negro o declarado.

Las arcas conventuales tan repletas se nutren de tres fuentes: la restauración, la encuadernación y la pintura. La restauración es una actividad menor; brillan, en cambio, las monjas en la restauración de libros, códices, pergaminos e incunables. Una actividad que realizan con esmero y con un material técnico de vanguardia. Dice el capellán que parte del dinero robado estaba destinado a comprar cuero para las encuadernaciones. Y, otra parte, para "donaciones que suelen hacer con regularidad" y "para obras de caridad".

Pero el motor económico del convento es la monja pintora. Sor Isabel Guerra (Madrid, 1947) entró en el monasterio a los 23 años. Lleva, pues, más de 40 años ingresando en la bolsa comunitaria cientos de miles de euros. Sus cuadros más pequeños se cotizan desde los 10.000 a los 20.000 euros. Y sus obras mayores, pueden alcanzar los 48.000 euros. Hasta el 2004, su marchante oficial era la galería Sokoa, con la que ha roto. Desde entonces, comercializa directamente sus cuadros, con la ayuda de algunos expertos y de su página web en español, inglés, francés y polaco. Y tiene lista de espera de clientes adinerados.

"Hay muchos empresarios y gentes de posibles que acuden a mí para conseguir uno de sus cuadros y me ponen en las manos cheques en blanco o el dinero que pida", dice el capellán del convento. De hecho, por los circuitos del mundo del arte circula mucho dinero negro. Hasta Roca, el principal imputado de la operación Malaya, tenía un Miró en su cuarto de baño.

Otros clientes son los obispos españoles. Sor Isabel es la retratista oficial del episcopado. Tanto de los presidentes de la Conferencia episcopal (desde Tarancón a Rouco, pasando por Díaz Merchán, Yanes y Blázquez) como de otros muchos prelados españoles. Tiene retratos suyos el cardenal emérito de Toledo, Francisco Álvarez, el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo o los arzobispos de Zaragoza Pedro Cantero y Manuel Ureña. Y hasta Benedicto XVI tiene un cuadro de la monja cisterciense, regalo de la cúpula episcopal española.

Aunque, como buena religiosa, a los eclesiásticos les suele hacer un precio muy especial. Según cuentan en Añastro, sede de la Conferencia episcopal, Sor Isabel no ha cobrado los retratos de los presidentes del episcopado ni el cuadro que se le regaló al Papa Ratzinger. Pero sí, los retratos de los obispos, "aunque a ellos les pide la voluntad".

Autodidacta, de familia adinerada de Madrid, Sor Isabel también pintó a personajes de la alta burguesía, como Pedro de Lorenzo, el general Carlos García Ferrer, Mercedes Peñamaría, Flores Lancis de Rodríguez, María del Pilar salvo, o Mercedes Sierre de Guerra. Y a políticos, como Luisa Fernanda Rudi, presidente del PP de Aragón.

Hiperrealista, cultiva el retrato y sus partidarios han bautizado su forma de pintar como "realismo trascendental". Y se deshacen en elogios hacia ella. En el universo pictórico español, en cambio, se la considera una pintora con buena técnica, pero que cultiva un género "demodé". Más que un fenómeno artístico, califican a la monja pintora de "un fenómeno sociológico". La pintora de Dios que, sin quererlo, está dañando la imagen pública de la Iglesia española. Ya corren chistes por la Red: "¿Dónde están los billetes de 500? En los conventos".

Volver arriba