Salvación encarnada en nuestra propia historia.

“Es una meditación de fin de año[1]. Es una meditación para nosotros, los cristianos, queremos invitar a hacer, para mirar con claridad, la perspectiva de nuestra meta. ¿Hacia dónde vamos en esta peregrinación de los años, de los meses, de las semanas?  Porque es maravilloso, y hoy la teología lo va descubriendo cada vez más, que Dios salva en la historia.  La salvación es un hecho histórico, no del pasado, sino la historia presente de cada pueblo, de cada hombre, de cada comunidad. Y  esto es interesante que lo tengamos muy en cuenta, porque los hechos históricos, si nosotros los enfocamos directamente, semana a  semana, no es por un afán de salirnos del Evangelio y de la mente de la Iglesia, sino para que esa salvación que Dios está haciendo de los salvadoreños, encarnada en su propia historia, la busquemos allí donde la debemos de buscar, en nuestros hechos históricos. Es la vida de la Iglesia arquidiocesana, de cada parroquia, de cada cantón, de cada comunidad y es también la historia civil que nos circunscribe, donde no  todo es bueno según el Reino de Dios, sino donde grandes realidades de nuestra fe y de nuestra esperanza en Cristo chocan con actitudes ateas, materialistas, egoístas, atropelladoras. Y es natural, entonces, que comprendamos que el reino de Dios, que se va construyendo en la historia, tiene que chocar con realidades históricas. Y esto no es meterse en política, sino simplemente es buscarla salvación de Dios en nuestra historia.”

Este párrafo de su homilía refiere a una pregunta existencial siempre actual.  “¿Hacia dónde vamos en esta peregrinación de los años, de los meses, de las semanas?”  La afectación mundial por la pandemia de covid nos hizo temblar: ¿Dónde va a terminar esto?  Hemos perdido a tantos familiares y amigos, víctima de covid. Ni pudimos enterrarlos dignamente.  Sobre todo Europa (occidental y oriental) entró en una nueva crisis por la guerra de Rusia contra Ucrania, en toda su complejidad.  Crisis energética, crisis política, crisis militar,…..  con tremendas inseguridades, mientras sobre todo en ucrania muchísimo dolor y muerte, también al lado de Rusia (pensemos solamente en los miles de soldados rusos muertos y heridos).  Las olas migratorias siguen creciendo.  Cada vez hay más personas que tratan de huir de la miseria o la persecución en sus países, mientras Europa y los EEUU cierran más sus fronteras.  Los gobiernos de (centro-) izquierda en América Latina también han frustrado la esperanza original de los pueblos.   Mientras tanto estamos más y más conscientes que el cambio climático como consecuencia del calentamiento acelerado de la tierra (provocada por nuestra propia irresponsabilidad). “¿Hacia dónde vamos en esta peregrinación de los años, de los meses, de las semanas? “

Los mayores entre nosotros aun sabemos muy bien como la misma Iglesia nos ha hablado acerca de la salvación eterna, para después de la muerte.  Uno tenía que cuidarse, portarse bien, cumplir los mandamientos (de Dios y de la Iglesia) para garantizar la salvación “en el cielo”, después de morir.   La salvación no tenía ninguna dimensión histórica.   La piedad, las expresiones de religiosidad popular, los ritos litúrgicos, las procesiones, las vigilias, rezar el rosario, las letanías y los credos, los días de ayuno,  comulgar una vez al año (después de confesarse),…todo esto formaba condiciones para garantizar la vida (la salvación) eterna.  No está tan lejos el tiempo que los pobres tenían que consolarse con la esperanza de la vida eterna, la recompensa por su vida de sufrimiento y cruz.

Así entendemos que Monseñor Romero habla con insistencia que “Dios salva en la historia” y nos recuerda que no tenemos que buscarla donde no está.   Se trata de la salvación divina encarnada en la historia.   Estas frases pueden parecer hoy tan evidentes, sin embargo, hace 45 años, en El Salvador, no era así.   Quienes vivían en riqueza y tenían los poderes en sus manos estaban contentos que con los ritos, rezos y limosnas se garantiza la vida eterna.  La predica de Mons. Romero les provocó angustia.  Mientras para las y los pobres (las grandes mayorías del pueblo salvadoreño), esas mismas palabras significaban esperanza.  ¿Sería cierto que Dios no se ha olvidado de nosotros, los pobres?  ¿Qué es eso que Dios salva en nuestra vida, en nuestra historia?

Retomamos de María José Caram y Victor Codina[2]:  “¿Seremos capaces de discernir hoy en estas puertas que se cierran y se abren, signos de los tiempos, una siempre nueva y sorpresiva acción del Espíritu del Señor?  El criterio de discernimiento del Espíritu es Jesús y sus opciones por el Reino.  La mano del Espíritu se discierna en confrontación con la mano del Hijo encarnado, retomando la clásica imagen de Ireneo.  Un Espíritu que provoque odio, violencia, guerra, cualquier tipo de discriminación, exclusión y muerte, de personas y de la naturaleza, no es el Espíritu de Jesús, que es Espíritu vivificante y Señor de vida, de una vida que comenzando por la vida terrenal y material de cada día – pan, techo, trabajo, tierra – desemboca hasta la vida eterna, más allá de la muerte. El Espíritu de Jesús es el de las bienaventuranzas, de las parábolas del ‘padre del hijo pródigo’ y del ‘buen samaritano’, el Espíritu con el que Jesús cura enfermos, perdona pecados y resucita muertos, es el Espíritu del Padre que ser revela en los pequeños, sencillos y pobres, el que acoge la piedad y la fe del pueblo que le toca el manto para curarse.  Es el Espíritu que brota del corazón desgarrado del crucificado y por tanto es Espíritu de perdón y de vidas para todas las víctimas de la historia. Es el Espíritu pascual de la resurrección de Jesús y de  nuestra futura resurrección.”

Monseñor Romero invitó en aquel tiempo a ver las experiencias de la Iglesia arquidiocesana de San Salvador en sus diferentes niveles: “de cada parroquia, de cada cantón, de cada comunidad”.   Cada domingo el arzobispo compartía las experiencias de salvación que había conocido en las parroquias, en los cantones, en las comunidades (de base y religiosas) que había visitado.   Había captado la presencia del Espíritu en las acciones concretas de salvación que se realizaba en todas esas expresiones eclesiales.   Todo esto le alegraba bastante.  En nuestra Iglesia y al margen de ella, suceden muchas cosas salvíficas, especialmente con personas y familias excluidas.

Pero se refirió también a “la historia civil que nos circunscribe”.  El arzobispo sufría que semana a semana tenía que contar experiencias tan tristes de muerte y dolor ya que en esa historia “no  todo es bueno según el Reino de Dios” Es una misión de la Iglesia permitir que el Espíritu le abra los ojos para ver los signos de salvación y vida que se dan en la coyuntura concreta.   A veces nos hacemos sordos y ciegos ante estos signos del Reino por fijarnos exclusivamente en todo lo que contradice la irrupción de la salvación y del Reino.   “El reino de Dios, que se va construyendo en la historia” exige de la Iglesia esa capacidad de discernimiento.   En cada espacio (político, económico, social) donde se favorece la vida, donde se defiende la vida, donde se cura heridas, donde se crea nuevas oportunidades para vivir en situaciones más seguras y con más dignidad, donde se vive la solidaridad con familias y comunidades más pobres y más excluidas, ,…. también ahí el Espíritu del Señor está trabajando su salvación en esta historia nuestra.

Lastimosamente, también ahora vivimos que  “grandes realidades de nuestra fe y de nuestra esperanza en Cristo chocan con actitudes ateas, materialistas, egoístas, atropelladoras”.  La denuncia de toda violación a los derechos humanos de la persona o grupo, sigue siendo una gran responsabilidad profética de la Iglesia que se solidariza con ellos, cargando junto la cruz.   Nuestra fe  en la “salvación encarnada en nuestra propia historia” es también un grito de denuncia que clama al cielo.  También al interior de la Iglesia.  No lo hemos hecho ni suficiente, ni eficazmente.  La Iglesia en su conjunto debe asumir la responsabilidad de quienes escribieron páginas negras, sangrientas y abominables, con la misma intensidad como comparte la alegría y el agradecimiento de quienes dan testimonio vivo de Jesús, testimonio de verdadera santidad (en todos los niveles de la vida).

No tengamos miedo para arriesgarnos con humildad y sinceridad al seguimiento de Jesús, abiertos a la dinámica del Espíritu en la historia, en la comunidad y en nuestra vida, dando testimonio de la misericordia de Dios Padre-Madre de todos, especialmente de las víctimas.  Seamos y demos signos de esperanza.

Reflexión para domingo 19 de noviembre de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía del 33 domingo ordinario, ciclo A , del 19 de noviembre de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p 400

[1] Año litúrgico.

[2] María José Caram y Víctor Codina, Esperanza contra toda esperanza (Rom 4,18), en el libro “Susurros del Espíritu. Densidad teologal de los procesos de liberación”, Amerindia, 2023, p. 260. 

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