Un pueblo, que crucificado, encuentra su esperanza.

“Sentimos en el Cristo de la semana santa, con su cruz a cuestas, que es el pueblo que va cargando también su cruz. Sentimos en el Cristo de los brazos abiertos y crucificados, al pueblo crucificado; pero que desde Cristo, un pueblo que crucificado y humillado, encuentra su esperanza.” (19 de marzo de 1978)

En realidad, no es fácil hablar de esperanza en momentos de cruz, en situaciones de emergencia crítica.  No era fácil en el tiempo de Mons. Romero con tanta pobreza y tanta represión, y no es fácil hoy.  Pensamos en las familias a las orillas de los ríos, en sus casas inundadas, …  Pensamos en las familias que se han quedado sin remesas porque sus familiares en los USA ya no tienen trabajo y a los que son “cazadas” por la migración para expulsarlos.  Pensamos en los familiares de las miles de personas encarceladas.  Pensamos en ……  ¿Cómo “encontrar esperanza”?

En Europa pensamos en el cierre de las fronteras para migrantes que huyen de la muerte violenta y de la pobreza en sus propios países, en el maltrato de migrantes en sus procesos de búsqueda de permisos, de trabajo y de vivienda.  Pensamos en la reducción de los subsidios sociales, dicen por sanar las finanzas del estado, mientras aumentan las inversiones en la militarización y se niegan a cobrar impuestos justos a los salarios más altos. Pensamos en la incapacidad (o la falta de voluntad?) de los políticos para humanizar los procesos de justicia y todo el sistema carcelaria.   Pensemos en ….¿cómo encontrar esperanza?

La esperanza brota ahí donde se siente fraternidad solidaria en medio de las necesidades y el sufrimiento.  Miembros de Comunidades que testimonian que  han “visto” al “Cristo de los brazos abiertos y crucificados”, y se ponen a la disposición para apoyar a familias, maltratadas y humilladas.   Esta actitud nace de la indignación ante la realidad de la cruz.  En cada país, en cada pueblo hay iniciativas solidarias y comunitarias donde los miembros se sienten comprometidos con las personas que son excluidas de la sociedad, que caen fuera del barco.  Hay personas que tratan a las personas en detención con todo el respeto que se merece cada ser humano.  Hay personas que acompañan a migrantes en su búsqueda de vivienda.  Sacerdote Daniel Alliët grita en el centro de Bruselas: “Hay que hacer que se oiga muy alto la voz de quienes no son escuchados.” Hay personas[1]que van a huelga de hambre porque ya no aguantan ver la insensibilidad de nuestros políticos ante el genocidio que sufre el pueblo palestino de parte del gobierno de Israel.   Hay gente que da la mano a miles de personas que viven en las calles de nuestras ciudades. 

A pesar de las tantas valiosas iniciativas solidarias nos preguntamos: ¿Sería que hemos olvidado “indignarnos” ante la dura realidad de nuestros vecinos, de nuestro pueblo?  Recordemos que Jesús se ha sentido indignado ante tanta gente enferma (y por eso excluida de la sociedad y de la religión), ante tanta gente hambrienta.  No estamos hablando de un sentimiento superficial, sino de una fuerza interna que nos exige actuar.  Esa fuerza es el actuar del Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo.  Es un no poder hacer otra cosa que actuar solidariamente y buscar caminos, cueste lo que cueste.  En la CEB aprendemos a ser sensibles para poder indignarnos y dejarnos seducir por el Espíritu al servicio de aquellos/as que deben cargar la cruz pesada. 

Monseñor Romero había visto cómo las y los pobres se indignaron por los atropellos que sufrían sus familias y comunidades, y como fortalecían los lasos de solidaridad en compartir la tortilla con frijoles o con sal, en ir en defensa de los demás, en abrir su casa para familias que estaban huyendo, en curar heridos, en visitar a los presos, en ir a buscar a desparecidos/as,….  Por eso pudo decir: “un pueblo, que crucificado y humillado, encuentra su esperanza”.

Así también hoy.  Si deseamos que nazca la esperanza en nuestro pueblo debemos sensibilizarnos para poder sentir esa profunda “indignación” y dejarnos seducir por el Espíritu de Jesús en acciones de solidaridad.  Entre las y los pobres de la historia encontramos los grandes testimonios de generadores/as de esperanza.  ¡Cuánto tendremos que aprender!  Es la misión probablemente más importante de la Iglesia (a todo nivel): indignarse y provocar indignación ante tanto atropello de millones de personas, cercanas y lejanas.  Esta indignación se convertirá en acción solidaria, en acción colectiva.   No podemos fallar.

Cita 7 del capítulo II (Jesús de Nazaret  ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

[1] El sacerdote belga Daniël Alliët inició hace algún tiempo una huelga de hambre: «Espero que la comunidad cristiana se sume a esta cadena de solidaridad.  Ojalá nuestra acción sirva para mover algo. Lo que está ocurriendo en Gaza es realmente inhumano. Esto lleva años sucediendo. Se está violando el derecho internacional. Los hospitales han sido completamente bombardeados. Palestina es el país más afectado por el hambre. Todos los palestinos corren el riesgo de morir de hambre».

Volver arriba