La carmelita lamenta desplazamientos forzados a merced de un sistema capitalista voraz Hermana Luz: "Necesitamos a los Pueblos Originarios"

Hermana Luz Angélica Arenas
Hermana Luz Angélica Arenas

La disputa por los territorios es una de las principales causas de la persecución que sufren los pueblos indígenas, víctimas de amenazas y desplazamientos forzados. Este fenómeno es muy antiguo en México, donde una monja ha hecho del acompañamiento a las comunidades indígenas su misión

Se llama Luz Angélica Arenas, pertenece a la congregación de las Carmelitas del Sagrado Corazón, nació hace 56 años en Jalisco y eligió la vida religiosa cuando era muy joven

Sus experiencias –20 años como misionera– enriquecieron su trayectoria institucional cuando asumió el cargo de secretaria ejecutiva de la Comisión Episcopal de Pueblos Originarios de la Conferencia Episcopal Mexicana entre 2011 y 2025

La hermana Luz insiste en la necesidad de comprender que las manifestaciones religiosas y espirituales son expresiones propias de la cultura ancestral de los pueblos y que por ello no pueden definirse como paganas. Hay que superarlo

(ADN Celam).- La disputa por los territorios es una de las principales causas de la persecución que sufren los pueblos indígenas, víctimas de amenazas y desplazamientos forzados.

Este fenómeno es muy antiguo en México, donde una monja ha hecho del acompañamiento a las comunidades indígenas su misión. Se llama Luz Angélica Arenas, pertenece a la congregación de las Carmelitas del Sagrado Corazón, nació hace 56 años en Jalisco y eligió la vida religiosa cuando era muy joven: es monja desde hace 38 años, 20 de los cuales como misionera.

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La hermana Luz lamenta el desplazamiento forzoso. «Los pueblos originarios siguen organizándose y han luchado duramente para defender sus territorios, a pesar de estar a merced de un sistema capitalista voraz que quiere apropiarse de los bienes naturales para explotarlos y capitalizarlos, mientras que para sus habitantes son sagrados», afirma. Por eso considera urgente ofrecer «una asistencia integral a las personas desplazadas que, además de incluir alojamiento, manutención y transporte, también debería garantizar el acceso a la justicia y la reparación para las víctimas de este desarraigo obligado».

La hermana Luz comenzó con un proyecto de acompañamiento al pueblo wixaritari, que vive en la Sierra Madre Occidental, en los estados de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas. «Íbamos —cuenta— a las comunidades y compartíamos procesos de formación, relacionados con el fortalecimiento de su identidad en medio de la ciudad, porque era allí donde se dirigían después de haber sido obligados a abandonar su territorio».«También viví —continúa— en la sierra Tarahumara. Trabajé un año y medio con los pueblos adames, tepehuánes y rarámuris de la diócesis de la Sierra. Fueron momentos de gran encuentro con Dios, que me habló con el silencio de las montañas, con la oración a través de la danza y con las celebraciones tradicionales de esos pueblos».

Un camino de inmersión en las comunidades que le permitió «vivir un proceso de inculturación del Evangelio que retomaba su espiritualidad ancestral, logrando así tejer lazos de amistad entre los pueblos originarios que viven en las ciudades mexicanas, sobreviviendo en condiciones realmente difíciles».

Experiencias que enriquecieron su trayectoria institucional cuando asumió el cargo de secretaria ejecutiva de la Comisión Episcopal de Pueblos Originarios de la Conferencia Episcopal Mexicana entre 2011 y 2025.  Luego vino la actividad pastoral, también con la intención de contribuir al cambio de aquellas actitudes que se alejan de la promesa de una Iglesia sinodal. «Es necesario superar la insistencia de algunos miembros de la jerarquía que ven la evangelización como un instrumento para que los pueblos originarios superen el paganismo», explica.

Pueblos originarios, una cultura viva en México - Gaceta UNAM

La hermana Luz insiste en la necesidad de abrirse para comprender que las manifestaciones religiosas y espirituales son expresiones propias de la cultura ancestral de los pueblos y que por ello no pueden definirse como paganas. La diversidad es riqueza: «Estamos trabajando para que dentro de la Iglesia se comprenda que necesitamos a los pueblos originarios, con su rostro y su cultura. Los candidatos al sacerdocio deben prepararse para acoger la realidad de los pueblos originarios con la conciencia de que su misión no es ir a una comunidad y cambiarlo todo, pensando que poseen un conocimiento absoluto de la verdad». «Hay que escuchar a Dios en la experiencia del pueblo, comprenderlo, formarlo y dejarse formar, es decir, hacer un acompañamiento real».

Sor Luz tenía 15 años cuando se unió a grupos juveniles y de oración en su parroquia, formándose en la Biblia, la liturgia y la oración, y convirtiéndose en un miembro activo de la comunidad.

«Mi abuela era una mujer de profunda vida espiritual, me acercó a los libros de los santos y a la lectura de textos como Historia de un alma de Teresa de Lisieux», cuenta.  «Pertenezco a una orden que tiene raíces espirituales muy fuertes, pero este camino carismático se ha enriquecido con la espiritualidad de los pueblos originarios, que nunca separan la experiencia de Dios de la experiencia de la vida. Para ellos, Dios está en todo, lo encuentran en el camino, en el árbol, en la fiesta, en el baile; es la belleza del color, la agudeza de los sentidos, la riqueza de los símbolos y los signos, y todo esto ha fortalecido mi espiritualidad».

El Mundo Indígena 2020: México - IWGIA - International Work Group for  Indigenous Affairs

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