El desnudo de san Padro III Domingo de Pascua

Almuerzo junto al Lago de Tiberiades

III Domingo de Pascua

 “Después de esto Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Dicho esto, añadió: «Sígueme»” (Jn 21, 5-10.13-15.19).

Hasta ahora, yo no había reparado en el detalle que señala el texto evangélico al decir que Pedro estaba desnudo cuando le avisan que es el Señor quien les está hablando desde la orilla. Me he sorprendido al comparar esta escena con la que narra el libro del Génesis, cuando Dios baja a pasear con Adán y no lo encuentra. Entonces, dice la Escritura que el Creador, al no verlo, lo llama. Adán y Eva se habían escondido, porque se sentían desnudos.

La evidencia de la propia desnudez y la vergüenza que sienten los primeros padres, se deben a que, por soberbia, han desobedecido al Creador comiendo del árbol prohibido. En el caso del Evangelio, Simón Pedro, a pesar de su experiencia en Jerusalén de la resurrección de Jesús, ha retornado a su antiguo oficio, ha vuelto a querer realizarse con sus destrezas de pescador, y el resultado ha sido vergonzante, no han pescado nada en toda la noche, y ante el anuncio de la presencia del Maestro, Pedro queda abochornado y se ve desnudo.

De esta correspondencia de textos deduzco que cuando caminamos de manera emancipada del querer de Dios, entonces nos dirigimos a la experiencia límite de nuestra vulnerabilidad, y quizá hasta nos avergonzarnos de nosotros mismos, como le sucedió al hijo menor de la parábola. Solo volvemos a sentir la bondad del Señor y su misericordia si retornamos humildes a Él.

La restauración posible nos la ofrece el Evangelio en la pregunta de Jesús al discípulo: “¿Me amas más que estos?” “Señor, Tú sabes que te quiero”.

Cuestión: ¿Cómo te encuentras: afanoso, agotado, desnudo, avergonzado? ¿Gozoso, amado, fiel?

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