(Josep María Tarragona, biógrafo de Antoni Gaudí).-El martes santo, 19 de abril de 2011, se celebró como cada día la misa de 9 en la Cripta de la Sagrada Família, espacio abierto al culto en 1885 y que desde 1905 cumple las funciones de parroquia del barrio; y al que se accede por una entrada directa desde la calle, no incluida en el recorrido turístico a que da derecho el ticket.
Nada llamaba la atención; quizá la piadosa participación de cinco chicas de Madrid, que tenían previsto visitar la basílica después de la eucaristía, que prolongaron en un rato de oración personal.
Los fieles habituales ya se había marchado y sólo quedaban ellas, con la señora Conxa, que habitualmente cuida de los objetos de culto en la Cripta y que se había ofrecido a guiarlas en la visita cultural a la basílica superior. En este momento, notaron un fuerte olor a quemado, que salía de la sacristía. Fueron allí y, al abrir la puerta, salió una gran cantidad de humo y un señor correctamente vestido, con un espray inflamable y varios mecheros. Era el pirómano, que huyó corriendo hacia la salida de la calle. Las mujeres lo persiguieron, lo alcanzaron, lo apresaron y lo entregaron a la policía.
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