Domingo 6º Pascua 2ª Lect. (21.05.2017): La Iglesia tiene problema de credibilidad

Introducción:estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza” (1Pe 3, 15-18)
Hacer el bien glorifica a Cristo
Los dos versículos anteriores expresan la confianza en el bien: “además, ¿quién os hará daño si sois celosos del bien? Pero, si también sufrís por ser justos, dichosos: no les tengáis miedo ni os inquietéis” ( 1Pe 3, 13-14). Son las bienaventuranzas (Mt 5, 10). En vez de miedo: “glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor” (v. 15a): “santificad, consagrad, venerad, reconoced como santo...”. Es el mismo verbo –“agiadso”- del “santificado sea tu nombre” (Mt 6,9; Lc 11,2). Este imperativo, asentado en el corazón, es raíz de la vida cristiana. Reconocer como “santo” (propio de Dios) a Cristo es expresar que su proceder es bueno, santo, propio “del consagrado y enviado al mundo por el Padre” (Jn 10, 36). “Haciendo el bien”, obras del Padre, reconocemos a Cristo como “Señor” (Jn 10, 37-38).

Sin miedo al diálogo
La libertad de fe (derecho inviolable: “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa” -Vat. II: Declar. Dignitatis humanae, 2-), permite creer en la unión de Jesús con Dios, con el Misterio de Bien. La esperanza en Cristo es en el Bien, en la Verdad de las cosas, en el Reino que él soñaba y predicaba: mundo de paz, justicia para todos, buen futuro, incluso más allá de la historia. Nuestro testimonio no se reduce al culto. La fe cristiana da sentido y transforma la vida en reino de Dios. La celebración expresa y nutre la vida. Si nuestra vida no se parece a Jesús, nuestro culto es vacío, hipócrita, mentiroso. “Quien no practica la justicia, o sea, quien no ama a su hermano, no es de Dios... Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos... Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1Jn 3, 10-17). “La solidaridad y hacer el bien son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13, 16).

El amor gratuito despierta interrogantes, no el clericalismo
Afortunadamente “la Iglesia no brilla por su luz, sino por la luz de Cristo”, decía San Ambrosio. Lo mismo cabe decir de la Institución clerical: no brilla por su amor gratuito. Más bien tiene fama de buscar privilegios: relevancia social (no invita a presidir sus eventos a los más pobres, sino a la autoridad civil, militar...), exenciones fiscales, subvención de enseñanza, deja al poder recaudar su sustento... No se fía de sus comunidades, ni les exige ser consecuentes... Sabe que el clericalismo no puede sostenerse con comunidades adultas, conscientes, responsables... Prefiere acordar con los políticos antes que con sus bases. Se amparan en algunas de sus instituciones más evangélicas para justificarse: Cáritas, Manos Unidas, HOAC, JOC... Pero la gente sabe que los teólogos y líderes más sociales son marginados, cuando no proscritos, por el tinglado clerical. Quien quiere en la Iglesia introducir cambios acordes con el Evangelio, pero no con el Código de Derecho Canónico, tiene cerradas las puertas. Hasta el mismo Papa está encontrando resistencias en los sectores más clericales. Así resulta difícil entablar diálogo con nuestro mundo y dar un testimonio creíble.

Testimonio creíble
Aunque “estemos siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere” (v. 15), no se acepta cuando es incoherente. Esta “esperanza”, núcleo de la fe y raíz de la conducta, brilla en el amor gratuito. Sólo así responde “con dulzura y respeto, y teniendo buena conciencia” (v. 16). Son condiciones básicas para que nuestro testimonio sea creíble: “humildad” (sin orgullo ni imposición), cierto “miedo” (respeto a la audacia de creer), y “buena conciencia” (sin proselitismo interesado). Así los críticos de nuestra conducta se sonrojarán de sus sospechas insanas. El Vaticano II dice que “la Iglesia, por su misión de iluminar a todo el mundo con el anuncio evangélico y de unir a todas las personas de cualquier nación, raza o cultura en un solo Espíritu, se convierte en signo de aquella fraternidad que permite y robustece el diálogo sincero. Lo cual requiere antes que en la Iglesia promovamos la mutua estima, el respeto y la concordia, reconocida toda diversidad legítima, para abrir un diálogo siempre más fructuoso entre todos los que forman un solo Pueblo, sean pastores o fieles. Pues son más fuertes las cosas que unen a los fieles que las que dividen: haya en lo necesario unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad” (GS 92).

El ejemplo de Jesús es normativo
Los injustos lo condenaron a muerte y él aceptó el sufrimiento de su muerte para “llevarnos a Dios” y “vivir por el Espíritu”, es decir, para amar como el Padre nos ama. Importa que nuestro sufrir sea “haciendo el bien”. A veces sufrimos “haciendo el mal”: “metiéndonos en asuntos ajenos” (1Pe 4, 15: literal: `episcopeando´ en lo ajeno), imponiendo “nuestra” verdad, favoreciendo nuestra opinión e interés, marginando la verdad para exaltar la institución o a sus dirigentes. Benedicto XVI, en un libro escrito antes de ser Papa, cita como ejemplo de vicio clerical un texto “en parte monstruoso”, dice, nunca condenado por la Iglesia porque exalta el papado:
“confesamos que el santísimo papa debe ser honrado por todos con el honor debido a Dios, con la genuflexión mayor debida a Cristo... Confesamos que el papa romano tiene poder para cambiar la Escritura, aumentarla y disminuirla según su voluntad” (“El nuevo pueblo de Dios”. Barcelona 1972, p. 158. Citado por González Faus en “La autoridad de la verdad”. 2ª ed. Sal Terrae. Santander 2006, p. 244-245).


Oración:estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza” (1Pe 3, 15-18)

Jesús de Nazaret, santificado en nuestros corazones:
tú eres santificado en lo más profundo de nuestra persona;
te reconocemos “santo”, identificado con “el totalmente Otro, el Padre”;
tú, el hijo de María que “será santo y lo llamarán Hijo de Dios” (Lc 1,35);
tú eres la Palabra, la expresión, el proyecto, de Dios, “hecho carne”;
tú, “enviado por Dios, pronuncias palabras de Dios,
porque el Padre te ha dado el Espíritu sin medida;
el Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos
” (Jn 3,34-35).

Te veneramos en nuestros corazones:
te reconocemos “señor” de nuestras vidas;
pero “señor sin dominio”, sin “esclavos ni siervos”;
tú nos tienes a todos como “amigos” (Jn 15,15; Lc 12, 4);
el discípulo “una vez formado es igual que su maestro” (Lc 6,40);
tú eres nuestro hermano (Mt 28,10);
tú “no has venido para que te sirvan, sino para servir y dar la vida” (Mc 10,45; Jn 10, 17).

Tu santidad, tu señorío, está expresado en tu vida:
es el amor totalmente libre que te condujo a la entrega de la vida;
tú eres señor sin súbditos, “dueño del sábado”; (Mc 2,28), libre;
nos haces a todos “señores” como tú, dueños también del sábado, libres.

Tu relación íntima con el Misterio de Dios no es de señor-siervo:
te atreves a llamar “Padre”, al Dios “único bueno” (Mc 10, 17ss; Lc 18, 18ss; Mt 19, 16ss);
no te sometes a él, sino que te identificas con él, con su amor;
sientes que te ama libremente, gratis, incondicionalmente;
percibes su predilección por los pobres, los débiles, los humildes,
los que la sociedad desprecia y considera gente sobrante.

El Padre quiere hijos, como Tú, imagen e impronta de su ser (Jn 1,18; 2Cor 4,4; Hebr 1,3):
hijos que propongan, encarguen, respeten la libertad (si uno quiere... -Mc 8, 34; par.-);
hijos capacitados para lavarse los pies, estar como los que sirven (Jn 13, 4-11 Lc 22, 27);
hijos que sean hermanos sin marginación, dominio y miseria (Mc 9, 33b-37; 10,42-45;10,45);
hijos sencillos, sin títulos honoríficos (Mt 23,8-12);
hijos que ocupen un cargo subrayando la igualdad (Lc 22,26).

A esta libertad de los hijos de Dios nos invitas:
siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza,
con dulzura, respeto y buena conciencia
”;
siendo signos creíbles de la fraternidad cristiana que
“permite y robustece el diálogo sincero entre todos;
promueve la mutua estima, el respeto y la concordia;
reconoce toda diversidad legítima;
respeta `la unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo´” (GS 92).

Que tu Espíritu nos haga dóciles a esta inspiración de la carta de Pedro:
que hagamos siempre el bien, aunque tengamos que sufrir;
que creamos “santa”, divina, tu conducta libremente amorosa;
que respetemos cordialmente a quien no piensa como nosotros;
que cultivemos la libertad en nuestras comunidades;
que respetemos y reconozcamos los carismas para el bien común;
que el evangelio, tu vida entregada, sea la norma de nuestra vida;
que tengamos libertad interior y exterior para realizarnos como personas;
que todos encontremos en la Iglesia tu libertad, tu amor.

Rufo González
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