EPIFANÍA DEL SEÑOR (06.01.2014)
Introducción: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 1-12).
El capítulo segundo del evangelio de Mateo narra las reacciones ante la manifestación (“epifanía”) de Dios en Jesús. Los versículos 1-12 muestran la reacción de acogida por los pueblos no judíos (llamados “gentiles”), representados en los magos orientales. Los versículos 13-23 se hacen eco del rechazo y persecución de las autoridades judías. La narración contesta una pregunta doble: Dónde está el rey de los judíos y cómo adorarle sin ser judío. La respuesta gira en torno a dos ciudades: Belén y Jerusalén. Belén indica la identidad de Jesús como hijo de David; une Mi 5, 5 con 2Sam 5, 2, que hablan del origen del pastor de Israel. Jerusalén simboliza el poder civil y religioso judío.
En la base de este relato está la creencia popular de que el nacimiento de cada persona está marcado por el nacimiento de una estrella. Los astrólogos mesopotámicos y persas tenían fama de ser los mejores. Desde esta cultura, presente también en la Biblia (Núm 24,17: “la estrella que se alza en Jacob”), Mateo organiza el relato: unos hombres de países lejanos perciben una estrella singular que les indica un nacimiento también singular. A pesar del texto del profeta Miqueas (5,1), Herodes y las autoridades religiosas no reconocen al niño nacido en Belén como el Mesías. Los magos de Oriente encuentran al Señor cumpliendo así el plan salvador expresado en Is 60 y Salmo 71 leídos hoy. Mateo pretende narrar un itinerario de encuentro con Jesús. Más parábola que relato histórico. Empieza en la actitud de búsqueda. Valora los indicios, las señales, que hacen pensar y ayudan a encontrar la luz (“estrella”) de la vida. De pregunta en pregunta, guiados por “estrellas” aparecidas y desaparecidas. En la Biblia, relato de la relación de Dios con el pueblo judío, encuentran palabras proféticas: “En Belén de Judá... de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel” (Miq 5,1). Siguiendo a la estrella, “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre..., lo adoraron”.
En el fondo es una catequesis sobre la manifestación de Dios en Jesús de Nazaret: “A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18); “El que me ha visto a mí ha visto al Padre...(Jn 14,9). Dios se ha acercado en Jesús de Nazaret, “haciéndose uno de tantos” (Flp 2,7). Es el “Dios con nosotros”, el Emmanuel. En la mitología griega, los “titanes”, seres llenos de fuerza y coraje, escalaban el cielo y se apoderaban de los secretos y privilegios de los dioses. En la Biblia, Dios sale al encuentro del hombre: “llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti..., lo verás radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará” (Is 60, 1-5). El hombre acoge, acepta con fe, los asomos de Dios. Jesús, es la mejor manifestación de Dios. Lo que no invalida otras manifestaciones como pueden ser la conciencia humana en sus diversos modos de ser y actuar (arte, ética, ciencia, historia...).
“Regresaron por otro camino”, es la conclusión del itinerario. El encuentro con Jesús nos devuelve a la vida de cada día con una mentalidad nueva. La vida misma se convierte en “otro” camino, más alegre, acompañado del Espíritu de Jesús resucitado, presente en la comunidad fraterna y libre, en la oración personal y comunitaria, en su palabra, en los sacramentos, en los más débiles y necesitados, esperando el encuentro definitivo con el Padre.
ORACIÓN: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 1-12)
Señor Jesús:
Mateo era testigo de las conversiones de los no judíos,
de la luz que brillaba en su mente y en su corazón,
de la inmensa alegría al creer y bautizarse.
La parábola de los magos de Oriente expresa el camino hasta encontrarte:
camino de búsqueda de verdad, alegría y sentido;
valoración de indicios y signos de tu presencia amorosa;
hallazgo de tu palabra, conservada en la casa de tu madre María;
aceptación de tu vida resucitada, ya siempre Dios-con-nosotros (“Enmanuel”);
adoración y compromiso por el Reino del Padre.
“La estrella” es la fe, la convicción de que vivimos en “enamorada compañía”:
una Presencia Creadora que nos está regalando la vida;
un Amor que nos envuelve e inspira “obras como las tuyas, y aún mayores” (Jn 14,12);
“Alguien”, consciente, amoroso, “es mi roca, mi baluarte y mi refugio,
mi Dios, piedra donde me acojo, mi escudo, mi alcázar y mi castillo” (Sal 18,3).
Esta confianza en el amor incondicional de Dios,
nos guía por situaciones oscuras;
nos abraza a la vida, a toda vida;
nos vincula con todas las personas;
nos incita a luchar por la vida dichosa;
nos alegra con todo avance de la vida;
nos arrodilla ante la necesidad y cuidado de la vida;
nos da la esperanza de que la vida seguirá.
La parábola de los reyes magos expresa la búsqueda.
Habla de personas sinceras y deseosas de sentido pleno,
de verdad y de justicia para todos,
de libertad y de amor desinteresado,
de alegría y de horizontes infinitos...
¡Cuántos han encontrado esta luz en ti, Señor Jesús!
Hombres como Agustín de Hipona, Ignacio de Loyola...,
Teresa de Ávila y Teresa de Calcuta...,
Vicente Ferrer en los pobres de la India,
Julio Pinillos en los sacerdotes casados y marginados por la Iglesia...
Al fiarse de ti descubrieron una inmensa alegría;
encontró sentido profundo su quehacer a favor de la vida;
la tristeza, el desencanto, el fracaso... dejaron de pertenecer a su horizonte vital.
Ayúdanos, Señor, a descubrir la estrella de nuestra vida:
a estar en tu casa, con tu madre y los hermanos;
a repasar continuamente tu vida humana a favor de la Vida;
a intimarnos tu amor apasionado por la libertad y la salud de todos;
a evitar el sufrimiento que podamos, no exigiendo más de lo necesario;
a no apagar el Espíritu de amor, de verdad, de vida para todos...;
a reconocer al varón y a la mujer igualmente signos de tu presencia;
a acoger toda palabra, toda cultura, toda sabiduría..., que mejore la vida.
Rufo González
El capítulo segundo del evangelio de Mateo narra las reacciones ante la manifestación (“epifanía”) de Dios en Jesús. Los versículos 1-12 muestran la reacción de acogida por los pueblos no judíos (llamados “gentiles”), representados en los magos orientales. Los versículos 13-23 se hacen eco del rechazo y persecución de las autoridades judías. La narración contesta una pregunta doble: Dónde está el rey de los judíos y cómo adorarle sin ser judío. La respuesta gira en torno a dos ciudades: Belén y Jerusalén. Belén indica la identidad de Jesús como hijo de David; une Mi 5, 5 con 2Sam 5, 2, que hablan del origen del pastor de Israel. Jerusalén simboliza el poder civil y religioso judío.
En la base de este relato está la creencia popular de que el nacimiento de cada persona está marcado por el nacimiento de una estrella. Los astrólogos mesopotámicos y persas tenían fama de ser los mejores. Desde esta cultura, presente también en la Biblia (Núm 24,17: “la estrella que se alza en Jacob”), Mateo organiza el relato: unos hombres de países lejanos perciben una estrella singular que les indica un nacimiento también singular. A pesar del texto del profeta Miqueas (5,1), Herodes y las autoridades religiosas no reconocen al niño nacido en Belén como el Mesías. Los magos de Oriente encuentran al Señor cumpliendo así el plan salvador expresado en Is 60 y Salmo 71 leídos hoy. Mateo pretende narrar un itinerario de encuentro con Jesús. Más parábola que relato histórico. Empieza en la actitud de búsqueda. Valora los indicios, las señales, que hacen pensar y ayudan a encontrar la luz (“estrella”) de la vida. De pregunta en pregunta, guiados por “estrellas” aparecidas y desaparecidas. En la Biblia, relato de la relación de Dios con el pueblo judío, encuentran palabras proféticas: “En Belén de Judá... de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel” (Miq 5,1). Siguiendo a la estrella, “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre..., lo adoraron”.
En el fondo es una catequesis sobre la manifestación de Dios en Jesús de Nazaret: “A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18); “El que me ha visto a mí ha visto al Padre...(Jn 14,9). Dios se ha acercado en Jesús de Nazaret, “haciéndose uno de tantos” (Flp 2,7). Es el “Dios con nosotros”, el Emmanuel. En la mitología griega, los “titanes”, seres llenos de fuerza y coraje, escalaban el cielo y se apoderaban de los secretos y privilegios de los dioses. En la Biblia, Dios sale al encuentro del hombre: “llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti..., lo verás radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará” (Is 60, 1-5). El hombre acoge, acepta con fe, los asomos de Dios. Jesús, es la mejor manifestación de Dios. Lo que no invalida otras manifestaciones como pueden ser la conciencia humana en sus diversos modos de ser y actuar (arte, ética, ciencia, historia...).
“Regresaron por otro camino”, es la conclusión del itinerario. El encuentro con Jesús nos devuelve a la vida de cada día con una mentalidad nueva. La vida misma se convierte en “otro” camino, más alegre, acompañado del Espíritu de Jesús resucitado, presente en la comunidad fraterna y libre, en la oración personal y comunitaria, en su palabra, en los sacramentos, en los más débiles y necesitados, esperando el encuentro definitivo con el Padre.
ORACIÓN: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 1-12)
Señor Jesús:
Mateo era testigo de las conversiones de los no judíos,
de la luz que brillaba en su mente y en su corazón,
de la inmensa alegría al creer y bautizarse.
La parábola de los magos de Oriente expresa el camino hasta encontrarte:
camino de búsqueda de verdad, alegría y sentido;
valoración de indicios y signos de tu presencia amorosa;
hallazgo de tu palabra, conservada en la casa de tu madre María;
aceptación de tu vida resucitada, ya siempre Dios-con-nosotros (“Enmanuel”);
adoración y compromiso por el Reino del Padre.
“La estrella” es la fe, la convicción de que vivimos en “enamorada compañía”:
una Presencia Creadora que nos está regalando la vida;
un Amor que nos envuelve e inspira “obras como las tuyas, y aún mayores” (Jn 14,12);
“Alguien”, consciente, amoroso, “es mi roca, mi baluarte y mi refugio,
mi Dios, piedra donde me acojo, mi escudo, mi alcázar y mi castillo” (Sal 18,3).
Esta confianza en el amor incondicional de Dios,
nos guía por situaciones oscuras;
nos abraza a la vida, a toda vida;
nos vincula con todas las personas;
nos incita a luchar por la vida dichosa;
nos alegra con todo avance de la vida;
nos arrodilla ante la necesidad y cuidado de la vida;
nos da la esperanza de que la vida seguirá.
La parábola de los reyes magos expresa la búsqueda.
Habla de personas sinceras y deseosas de sentido pleno,
de verdad y de justicia para todos,
de libertad y de amor desinteresado,
de alegría y de horizontes infinitos...
¡Cuántos han encontrado esta luz en ti, Señor Jesús!
Hombres como Agustín de Hipona, Ignacio de Loyola...,
Teresa de Ávila y Teresa de Calcuta...,
Vicente Ferrer en los pobres de la India,
Julio Pinillos en los sacerdotes casados y marginados por la Iglesia...
Al fiarse de ti descubrieron una inmensa alegría;
encontró sentido profundo su quehacer a favor de la vida;
la tristeza, el desencanto, el fracaso... dejaron de pertenecer a su horizonte vital.
Ayúdanos, Señor, a descubrir la estrella de nuestra vida:
a estar en tu casa, con tu madre y los hermanos;
a repasar continuamente tu vida humana a favor de la Vida;
a intimarnos tu amor apasionado por la libertad y la salud de todos;
a evitar el sufrimiento que podamos, no exigiendo más de lo necesario;
a no apagar el Espíritu de amor, de verdad, de vida para todos...;
a reconocer al varón y a la mujer igualmente signos de tu presencia;
a acoger toda palabra, toda cultura, toda sabiduría..., que mejore la vida.
Rufo González